viernes, 25 de junio de 2010

El textito de la semana... Paul Bowles, viajeros y turistas bajo el cielo protector


Foto: Alicia Lecce
Texto: Paul Bowles


"No se consideraba un turista; él era un viajero. Explicaba que la diferencia residía, en parte, en el tiempo. Mientras el turista se apresura por lo general en regresar a su casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra (...) Otra importante diferencia entre el turista y el viajero es que el primero acepta su propia civilización sin cuestionarla: no así el viajero, que la compara con las otras y rechaza los aspectos que no le gustan".

Paul Bowles, El cielo protector, Alfaguara.

No sé si coincido totalmente con esta visión de Port, el protagonista de la novela de Bowles.  Todos tenemos algo de turistas y algo de viajeros. Creo que la diferencia no está en el tiempo, tal vez sí en el cuestionamiento de la civilización propia y la disposición para aceptar lo diferente. La actitud del viajero es la del extrañamiento, pero también la de la aceptación. Tampoco estoy de acuerdo con el uso peyorativo de la palabra turista.
Se ha perdido el viaje en sentido puro.  La gente puede trasladarse miles de kilómetros hasta un país lejano y no salir jamás del hotel. Se busca la naturaleza y la sociedad domesticadas. Viajar para estar siempre en el mismo lugar.
Alguna vez escuché que la filosofía de Mc Donald's tenía que ver con encontrar un sabor familiar y seguro lejos de casa. El Big Mac es el Big Mac en Chicago, París, Buenos Aires, Bangkok o Moscú. Los arcos dorados garantizan sabores conocidos más allá de la distancia.
La clasificación de Bowles apunta a una especie de extinción: la del viajero que se toma meses o años para degustar un lugar. Hoy los viajes duran apenas unos días, y se busca el destino más que la ruta.
El cambio de hábitos, sin embargo, no impide que nos animemos a probar nuevos sabores, que nos perdamos por calles y mercados, que salgamos por las rutas con o sin mapas en la mano, que nos asomemos a la realidad que palpita más allá de la comodidad de los hoteles. Después de todo, siempre estaremos bajo el mismo cielo protector.

jueves, 17 de junio de 2010

Sudáfrica según Ryszard Kapuscinski

Mientras buscaba un texto para colgar mañana en el blog, me encontré con estas reflexiones de Kapuscinski sobre Sudáfrica. De algún modo completan las postales que colgué ayer.

"Sudáfrica es un milagro. el conflicto social y racial fue profundísimo, y es una de las heridas más grandes de Africa. Un país inmenso con una amalgama étnica inextricable: blancos, negros, mestizos, asiáticos. Una complejidad social enorme (...) Mandela hizo el milagro. No estalló ninguna guerra civil y el poder político pasó a manos de los negros. es un caso casi único en la historia: una sola persona, extraordinaria. Nelson Mandela consigue llevar a cabo una empresa que está más allá de la imaginación (...).
La transición será todavía larga: las contradicciones, en Sudáfrica son lacerantes. Los blancos conservan todavía sus grandes riquezas, viven prósperamente en barrios lujosos. Mientras tanto, una multitud de negros están confinados en barriadas de chabolas obscenas, en horribles poblados de barracas, los peores lugares que he visto en el mundo (...)
Sudáfrica es un país espléndido, pero son muchas sus contradicciones. Y hasta que no sean eliminadas, la posibilidad de nuevas oleadas de violencia siempre será algo real. Ahora la paz y la esperanza, gracias a este verdadero milagro han triunfado. Los blancos no han huido. Pocos, poquísimos, se han marchado. Mandela, con su excepcional historia, es uno de los padres de Africa"

Ryszard Kapuscinski, Los cínicos no sirven para este oficio, Ed. Anagrama.

martes, 15 de junio de 2010

Sudáfrica '78


Foto: Chris Perkins
Texto: Silvina Quintans

Fotografía tomada de este enlace

Supe de la existencia de un país llamado Sudáfrica el día que apareció mi papá con unos pasajes para viajar a ese lugar que imaginé poblado de animales salvajes, selvas impenetrables y tribus coloridas.
Estaba en esa etapa de transición entre la niñez y la adolescencia en la que una lupa gigantesca se posa sobre los detalles de las cosas. Tal vez sea por eso que conservo recuerdos aislados de aquel viaje, recuerdos magníficos y llenos de colores.
Recuerdos también contradictorios en los que se cuela la tensión del apartheid. En mi cabeza infantil algunas imágenes de la discriminación quedaron grabadas a fuego, aunque pude comprenderlas muchos años más tarde. Estos son apenas algunos retazos de aquel viaje a un país que ya no existe.

Ciudad del Cabo desierta como un pueblo fantasma el domingo en que llegamos. Las calles vacías, los negocios cerrados, los edificios despoblados: no cruzamos una sola persona en el camino hacia el hotel. La sensación escalofriante de una ciudad abandonada y la explicación del guía: "aquí la gente es muy religiosa".

El Cabo de Buena Esperanza y un acantilado desde el que se veía muy clara la línea que divide las aguas turquesas del Indico de las azules del Atlántico. Mi hermano y yo recibimos un diploma con un mapita que acreditaba nuestra llegada, como si fuéramos antiguos exploradores.

Unos campos muy verdes y ondulados en Stellenbosch, en la Ruta Jardín. Un paisaje que nada tenía que ver con mis fantasías de Africa.

Mi hermano montando trabajosamente un avestruz de plumaje negro.

El gusto a pollo de la carne de avestruz.

Un hotel metido en el mar. El interior parecían las entrañas de un caracol descomunal. Las olas rompían contra las ventanas del restaurante. Se llamaba Beacon Island.

Los colores de los saris de las mujeres indias en Durban.

Una pareja india vestida de gala en la entrada del Hotel Maharani. La pareja espera para subir al ascensor panorámico. El ascensor recién inaugurado es la gran atracción de Durban con sus paredes de vidrio que se deslizan sobre la fachada. Un guardia negro les impide la entrada: sólo los blancos pueden subir.

Mujeres semidesnudas que bailan para los turistas una danza africana. Las tetas grandes que cuelgan hasta la cintura y los movimientos desganados de quien está obligado a ganarse la vida.

Una soga con ropa occidental y descolorida que cuelga muy cerca de las danzantes de tetas grandes.

Las playas de Durban con espacios para negros, blancos y asiáticos.
Los baños para negros y para blancos.
Los barrios para negros y para blancos.

La mirada torva de una mujer negra en Johannesburgo una tarde en que nos separamos del grupo y salimos a caminar con mamá.

Las recomendaciones de Kevin -nuestro guía rubio, gay y discriminador-, para que nos mantuviéramos alejados del Soweto.

La larga travesía nocturna en una caravana de autos alquilados hacia la casa de Fred, un sudafricano blanco que nos invitó a su casa por el solo hecho de ser argentinos.

La oscuridad del camino hacia la casa de Fred entre barrios pobres y tachos en las esquinas. Alguna fogata en las veredas, aunque no estoy segura.

El lujo de la casa de Fred con su gigantesca cocina y sus modernos gadgets. Recuerdo una mesada color cromo.

La sabana amarillenta del Parque Kruger, tan distinta de la selva que había imaginado.

Un babuino en medio del parque manoseando su enorme pene –aún no podía interpretar la imagen en toda su dimensión.

Los leones escondidos en la maleza.

Las manadas de kudus, al principio novedosas y luego repetitivamente aburridas.

Los inquietantes ruidos nocturnos en el lodge de la sabana.

La excursión a las Cataratas de Victoria en Rhodesia –hoy Zimbabwe- escoltados por camiones y lanchas militares que contenían las agresiones a los turistas y la inminente revolución contra el régimen blanco.

Los carteles en la habitación del hotel frente al río Zambeze que ordenaban hacer cuerpo a tierra en caso de escuchar tiros.

La selva que rodeaba a las cataratas y los gigantescos saltos de agua.

Las noticias de la revolución que convirtió a Rhodesia en Zimbabwe pocas semanas después.

Las noticias del fin del apartheid y la llegada de Mandela al poder, 16 años después, cuando por primera vez comprendí muchas de las cosas que había visto en aquel viaje.

viernes, 11 de junio de 2010

El textito del fin de semana... Desierto y literatura según Tahar Ben Jelloun

"Esta historia es también un desierto. Tendremos que marchar descalzos sobre la arena ardiente, marchar y callar, creer en el oasis que se dibuja en el horizonte y que no deja de avanzar hacia el cielo, marchar sin mirar atrás para no sentir el vértigo. Nuestros pasos inventan el camino a medida que avanzamos; no dejan huellas sino el vacío, el precipicio, la nada. Entonces miramos adelante y confiamos en nuestros pies. Ellos nos llevarán tan lejos como creamos en esta historia. Ustedes saben ahora que ni la duda ni la ironía formarán parte de este viaje."

Tahar Ben Jelloun, L'enfant de sable (El niño de arena), Éditions du Seuil.

Ben Jelloun es un escritor marroquí que vive en París. Este fragmento pertenece a "El niño de arena", una novela que cuenta la historia (real) de una niña que es criada como varón por su familia en una sociedad en la que el género define los derechos de las personas.
Es también la historia de cómo contar una historia. Jelloun ambienta su libro en Djemáa el Fna, la plaza principal de Marrakech, último reducto de la tradición oral en el mundo. Allí sobrevive un grupo de juglares que se ganan la vida contando historias en voz alta a un público numeroso y receptivo. El lugar fue declarado Patrimonio Oral de la Humanidad por la Unesco.
El narrador de la novela de Jelloun va cambiando, y el lector puede "escuchar" distintas versiones de la misma historia según el juglar que la cuenta. ¿Cómo escribir desde la oralidad? ¿Cómo contar una historia donde el narrador y el punto de vista cambian todo el tiempo? Las distintas voces y versiones descolocan al lector y enriquecen el relato.
Hay algo del desierto en la novela de Jelloun, ese desierto que acecha más allá de Marraquech y que se parece a una página en blanco.  El vacío, el precipicio, la nada.
El próximo post hablará sobre una noche larga en el desierto.

Para conocer más sobre Tahar Ben Jelloun, recomiendo visitar la página http://www.taharbenjelloun.org/

Agrego también un artículo que publiqué sobre Marraquech y Djemáa el Fna
http://edant.clarin.com/suplementos/viajes/2006/11/19/v-01611.htm

jueves, 10 de junio de 2010

Culebrones


Todos tenemos nuestros placeres inconfesables, y el mío durante estos últimos meses fue ver "Caminho das Indias" (o "India una historia de amor", como la tituló menos poéticamente Canal 11). Así como El Clon mostraba la cultura y los paisajes de Marruecos, India está filmada en lugares fabulosos como Agra, Benarés y Jaipur con una producción impresionante.
La historia de Maya, Bahuan y Raj fue un suceso en Brasil, donde se paró el país para ver los últimos capítulos. A la hora de escribir culebrones, los brasileños toman riesgos. Además de tocar temas de la cultura india como las castas, los parias o los matrimonios arreglados, en esta novela también se hablaba de psicopatías, locura, y hasta bullying cibernético.
¿A qué viene todo esto? A que el primer capítulo de la novela empieza con un largo y espectacular paneo de los ghats de Benarés, donde se ven imágenes de muchas de las cosas que describo en el último post. Si cliquean aquí podrán pasear con la cámara por los ghats de Benarés y ver el primer encuentro de Bahuan y Raj, que luego serán los protagonistas de la historia.
Y ahora que confesé mi afición por los culebrones brasileños ambientados en Oriente, va mi indignación contra Canal 11, que no contento con jugar con los horarios y "editar" los capítulos reduciéndolos a la mitad (recurso insólito y de mal gusto en el que se omitía la presentación, los créditos, los avances y escenas fundamentales para entender la historia), levantó la novela sin aviso estafando a los espectadores.
Todo vale para los directores de programación.

Vean este video: http://www.youtube.com/watch?v=7cfi0TySGog

martes, 8 de junio de 2010

Benarés entre el sueño y lo siniestro


Texto y foto: Silvina Quintans

No podría precisar exactamente cuándo sentí que la experiencia se volvía siniestra. Pudo haber sido al principio, cuando antes de salir del auto un grupo de chicos pegaba las caras al vidrio en busca de limosna, o unos minutos más tarde, cuando vi a una mujer con la nariz mutilada por la lepra, o mientras bajaba las escaleras del ghat entre ancianos que esperaban su turno para morir.

Poco después empezó a salir el sol con un color anaranjado que nunca antes había visto. El cielo, el río, los palacios, las caras, todo estaba teñido por una niebla rojiza que esfumaba las imágenes como en un sueño. A esta altura ya estábamos embarcados en un bote que nos llevaba por el Ganges, a cierta distancia de la marea humana que bajaba las escalinatas en busca de las aguas sagradas.
Lo que desde tierra nos había parecido el séptimo círculo del infierno, desde el agua se nos hacía dulce, gentil y casi onírico, gracias a la distancia y a la suavidad de la niebla. Entonces pudimos escuchar los rezos, las campanitas, la música, el murmullo, el claqueo de los remos contra el agua, las didácticas explicaciones de la guía. Estábamos a salvo en nuestro refugio de voyeurs, mientras veíamos desfilar al compás del bote a los parias que lavaban la ropa a golpes, los sadhus que meditaban semidesnudos bajo las sombrillas, las mujeres que se bañaban vestidas, los hombres que se lavaban los dientes con agua sagrada, los chicos que depositaban velitas en el agua. Las escenas, con su movimiento y vivacidad, contrastaban con las imágenes siniestras que me habían asaltado al principio. Todo desfilaba con lentitud como en una postal viviente. Todo parecía dispuesto allí para nuestras cámaras y nuestra mirada.

Una humareda espesa y negra se levantaba al final del recorrido. “No photos”, dijo la guía sin mayores explicaciones. El ghat Manikarnika es el lugar en el que se crema a los muertos a orillas del Ganges; los afortunados que son incinerados allí consiguen la liberación del alma. La imagen era sobrecogedora: varios cuerpos se quemaban sobre piras de leña, mientras los familiares –hombres- conversaban a su alrededor. Distinguí a un hombre con la cabeza blanca intacta y el cuerpo cubierto por un manto amarillo que se consumía bajo las llamas.

Por la tarde, ya libres de la agencia de turismo, volvimos a los ghats. Una nube de gente nos seguía para guiarnos a cambio de unas rupias. Avanzábamos con mucha dificultad entre mendigos, sabios, adivinos, devotos, comerciantes, barberos, cocineros, lavanderas. No podíamos caminar solos: el enjambre de curiosos y pedigüeños se renovaba a cada paso. Los pies se nos hundían sobre los interminables escalones tapados por una mezcla de barro y bosta de vaca. Detrás de las escalinatas, los palacios color tierra y rosa borroso acusaban el sueño o la decadencia.

Caminamos durante media hora hacia el ghat Manikarnika. Poco antes de llegar, tomé una panorámica de las escalinatas y la humareda. En ese momento, apareció un hombre que comenzó a insultarme y pedirme que entregara la cámara. Le dije que la foto era panorámica, que de ningún modo se veían las cremaciones. El hombre insistía con horribles amenazas y me siguió todo el trayecto que quedaba hasta el ghat. Una vez allí, los parientes de una mujer que se consumía en cenizas lo alejaron, y nos invitaron a participar del ritual –yo a una prudente distancia, ya que las mujeres no tienen permitido acercarse. Me dijeron que no me preocupara, que podía tomar fotos de lejos y que aquel hombre sólo buscaba dinero.

Parada a cierta distancia, vi cómo el cuerpo de la mujer se consumía mientras sus familiares charlaban. Me sentí incómoda, como si hubiera profanado un templo. Aquel hombre tenía razón: no tenía derecho a estar allí, a curiosear la muerte, a buscar el espectáculo en lo trascendente. No tenía derecho a ignorar la miseria de mis perseguidores, ni a avanzar entre el hambre de los chicos, ni a pisar los desechos de animales sagrados, ni a mirar las caras deformadas por enfermedades que apenas me atrevía a pronunciar. Hay mucho de cobardía en el turista: esa sensación de mirarlo todo y no involucrarse con nada, caminar sobre el barro con la certeza de la comodidad del hotel, asomarse al infierno con boleto de regreso. Hay algo de morbo, de hipocresía, de falsa comprensión. Pero también es cierto que todos somos voyeurs –aún- frente a la muerte. Un destino común me hermanaba con los que estaban frente a la pira, con los mendigos del camino, con el hombre que me había seguido, con los chicos con hambre, con la mujer con lepra.

Ya estaba oscureciendo cuando emprendimos la vuelta. Caminaba abrumada por la culpa, por el olor del fuego y de la bosta, por los colores terrosos que cubrían las escalinata. De pronto apareció de nuevo el hombre con su carga de imprecaciones: Ud. se burla de nuestra religión/ se cree muy inteligente/ unos israelíes que hicieron lo mismo que Ud. fueron presos y nadie los pudo sacar / los extranjeros se sienten con derecho a burlar nuestras costumbres.
El hombre ponía en palabras algo que yo sospechaba: todo viajero es un profanador. Viajar es sentirse siempre extranjero, y en la India uno es más extranjero que en ninguna otra parte.
De pronto, mezclada en su discurso, escuché la palabra “money”. De algún modo me sentí aliviada: el argumento de la profanación era una estrategia para sacarme plata. Rompí entonces el silencio y a los gritos le dije que no me molestara más, que lo iba a denunciar por extorsionar a los turistas. Un policía miraba la escena; el hombre desapareció con la inmaterialidad de las almas.

El hombre desapareció, pero una multitud avanzaba en sentido contrario. Cientos de hombres con la cara y el pelo pintados de rojo, con los ojos muy negros, la mirada agresiva y en trance. Avanzaban en una danza frenética bajo ritmo de tambores. Las mujeres iban en procesión vestidas de amarillo con velas. Los colores apabullaban, las caras exaltadas, las luces de las velas, la multitud que nos empujaba de nuevo hacia el Ganges. Alguien nos explicó que era el festival Vasanta Panchami dedicado a Sarawasti, la diosa de la sabiduría.

Fue muy difícil conciliar el sueño aquella noche. El amanecer neblinoso en el Ganges, los mendigos, los cuerpos en el fuego, los devotos de Sarawasti y su rojo-guerra, las acusaciones del hombre enfurecido. Las imágenes desfilaban acompasadas, con su carga de fascinación y sacrilegio.
Las pesadillas se sucedieron toda la noche: cuerpos que se consumían, personas mutiladas, cárceles de las que yo huía, mientras miles de presos ardían tras las rejas.
La pesadilla se repetía, y por un momento pensé que nunca más podría soñar otra cosa. El eterno castigo del sueño.

Sin embargo, mucho antes de que amaneciera, hechizados por el río, regresamos.


Enlaces con notas y artículos que publiqué sobre India.

India - "Lo Sagrado y lo Profano" Publicado en La Nacion adn
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1073782

India - Agra - El Taj Mahal
http://edant.clarin.com/suplementos/viajes/2005/10/02/v-00401.htm

India - Mandawa, pueblo de colores en el desierto de Rajasthan
http://edant.clarin.com/suplementos/viajes/2009/03/29/v-01886593.htm

viernes, 4 de junio de 2010

El textito del fin de semana ... Pasolini en la India



Texto: Pier Paolo Pasolini

"A lo lejos brillan unos fuegos, sobre otra dársena similar a la que acabamos de dejar, a la que ahora llegamos, costeando un trozo de orilla negra y escarpada repleta de embarcaciones.
Llegamos junto a unos fuegos. Son las piras de los muertos. Hay tres, dos en lo alto, como en la cima de una escalinata, y una más abajo, a pocos metros de la superficie del agua (...)
Vemos, alrededor de las piras, muchos indios acurrucados, con sus habituales harapos. Ninguno llora, ninguno está triste, ninguno se ocupa de atizar el fuego: todos parecen aguardar tran sólo que la hoguera se apague, sin impaciencia, sin el menor sentimiento de dolor, pena o curiosidad. Caminamos entre ellos, que siempre tan tranquilos, amables e indiferentes, nos dejan pasar, hasta llegar junto al fuego. No se distingue nada, solo leña ordenada y bien atada, en cuyo centro está aprisionado el muerto: pero todo está ardiendo y los miembros no se distinguen de los pequeños troncos. No hay ningún olor, salvo el delicado olor del fuego.
Dado que el aire está frío, instintivamente Moravia y yo nos acercamos a las hogueras, y, al acercarnos, pronto nos damos cuenta de que experimentamos la placentera sensación de estar junto al fuego, en invierno, con los miembros ateridos, gozando de estar allí, junto a un grupo de amigos ocasionales, sobre cuyos rostros, sobre cuyos harapos, la llama colorea plácidamente su laborioso agonizar.
Así, reconfortados en la tibieza, observamos más de cerca a esos pobres muertos que arden sin molestar a nadie. Nunca, en ningún sitio, en ninguna hora, en ningún acto, hemos experimentado un sentimiento tan profundo de comunión, de tranquilidad y casi de júbilo a lo largo de toda nuestra estadía en la India."

Pier Paolo Pasolini, El olor de la India, Ed. Península.

La experiencia de visitar Benarés -o Varanasi-, la ciudad sagrada de los indios, deja una marca inevitable. La muerte iguala y uno siente que las distancias se achican con aquellos a quienes sentimos tan lejos de nuestro mundo. Y allí están los mendigos que vienen a morir junto al Ganges, los leprosos que se bañan, los parias que lavan la ropa, los sabios que meditan en las orillas, o los familiares que se agrupan alrededor de la pira. Morir en Benarés es romper la cadena de las reencarnaciones, llegar al Nirvana, el estado supremo del alma. Por eso nadie llora, por eso Pier y su amigo Moravia sienten ese estado de comunión y tranquilidad.
La experiencia de los ghats crematorios de Benarés no puede compararse con nada que uno haya visto en ninguna otra parte. Si la India es un golpe a los sentidos, Benarés es un verdadero cross a la mandíbula. No existe viaje más real y más fantástico a la vez.
Mi experiencia fue muy distinta a la de Pasolini. Lejos de encontrar un clima de sosiego, los sentimientos de culpa y profanación -algo que uno intuye como inevitable condición del viajero- me siguieron durante todo el trayecto. Todo viajero es un profanador, sobre todo el que se acerca a una ceremonia tan íntima como la de la muerte. De esta experiencia hablará mi próximo post.

miércoles, 2 de junio de 2010

Nueva página de enlaces en el blog

Sigo descubriendo gadgets, queridos anónimos.

En la barra derecha del blog encontrarán la pestaña de "páginas". Allí acabo de colgar una lista de enlaces con algunas de las notas sobre viajes y turismo que llevo publicadas.
Pueden encontrarlas clasificadas por continentes, países y destinos en orden alfabético.
Tal vez pueda ayudarlos a soñar un poco o a planificar su próximo viaje.
Siempre vale el flaneo cibernético.