viernes, 6 de abril de 2012

Dos mesas para Pascua

Texto: Silvina Quintans

No sucede todos los años, pero cuando pasa es todo un acontecimiento. Sobre todo para los que somos café con leche, es decir, llevamos una parte judía y la otra católica. Este año se superpone la Pascua cristiana con Pésaj, una de las principales fechas del calendario judío. La coincidencia no es casualidad: Cristo era judío, y lo que recordamos como la última cena fue también la cena de  Pésaj.  
Cuando era chica, nos juntábamos en lo de mis abuelos maternos para celebrar Pésaj. Ahí nos encontrábamos con primos a los que casi no veíamos durante el resto del año, y con parientes de los que apenas recordábamos el nombre. La mesa estaba vestida con copas, cubiertos brillantes y un mantel blanco. La abuela pasaba toda la semana cocinando para ese día. Sobre la mesa, se desplegaba esa especie de cartón corrugado escrito en braille, buena descripción para el pan ácimo que llamamos matzá, que sólo se come en esta fecha. Se trata de pan sin levadura, porque los judíos no tuvieron tiempo de levar el pan antes de escapar de Egipto.
Los chicos mirábamos con ansiedad la comida, pero había que esperar antes de empezar. Se brindaba cuatro veces al grito de lejaim, y cada copa tenía un sentido diferente. El más chiquito de todos preguntaba al abuelo: “¿Por qué esta noche es diferente a las otras? ¿por qué comemos matzá?”. Y entonces nos contaban la historia del éxodo, mientras comíamos y brindábamos.
Con el tiempo, la generación de mi mamá y mis tíos empezó a darle un contenido menos ritual y más social a la celebración. Brindamos, comemos, y también los mayores leen el hagadá a los más chiquitos.  Es cuestión de que no olviden que fuimos esclavos en Egipto, y que cualquier pueblo puede ser esclavizado.  Pesaj es la fiesta de la libertad, y mientras levantamos la copa final brindamos –con un discurso algo más laico que el de mis abuelos- por la liberación de aquellos que todavía están oprimidos, colonizados o discriminados. Eso es lo que haremos esta noche, cuando nos juntemos con mamá, los primos, los chicos, y el tío Mauri, que hace cuarenta años que vive en en Israel y que justo está de visita. El tío es el que nos enseñó el sentido social y solidario de esta fecha.
En la familia de mi papá, la abuela preparaba unas deliciosas empanadas de atún para la vigilia, y el domingo celebrábamos la Pascua. Este domingo iremos a lo de mi suegro, también a comer en una gran mesa de mantel blanco. El abuelo les contará a los chicos sobre la pasión de Cristo, el Via Crucis, el sentido de cada una de las estaciones. El  abuelo también les contará que Pascua es la fiesta de la Resurrección,  del sacrificio por los otros, de la vida.
Los chicos tratarán de terminar rápido la comida para buscar los huevitos que habrá escondido el  Conejo de Pascua. Y los grandes esperaremos para  atacar el huevo de pascua gigante que tienta desde un aparador.  Compartiremos los grandes pedazos de chocolate, como en la mesa de mi abuela materna partíamos el matzá.
Habrá cena, comida y reuniones por partida doble. Y mis hijos van a aprender que Pésaj es la fiesta de la libertad y la solidaridad, y Pascuas es la fiesta de la resurrección, del sacrificio por los otros, de la vida.  Aprenderán a saludar con un jag pesaj sameaj y con un felices pascuas.