martes, 11 de agosto de 2015

Mad Men o mi infancia por el ojo de la cerradura

Texto: Silvina Quintans

Don Draper es mi padre. Llegué a la conclusión hacia la mitad de la segunda temporada de Mad Men, cuando no podía evitar el efecto hipnótico de la serie que –Netflix mediante-  me desvelaba capítulo tras capítulo hasta altas horas de la noche.  Fue entonces que comprendí que aquel hombre de traje y afeitada, de pelo engominado  y porte misterioso, era demasiado parecido a mi padre, o a la imagen que una niña nacida en la clase media de mitad de los años 60 podía tener de su padre.

Mi padre vestía trajes grises, transmitía la solidez de un superhéroe, y llevaba un peine en la guantera que desenfundaba antes de enfrentar el mundo.   Como Don Draper,  le gustaba el cigarrillo y  tuvo una infancia difícil de la que emergió con la prestancia del self made man. 


Y no termina aquí lo autobiográfico: los decorados, los peinados, la ropa, la televisión, forman parte del collage de mi infancia.  Allí abundan –como en Mad Men-   cortinas anaranjadas, pisos alfombrados, paredes machimbradas, lámparas de colores,  muebles de patas cilindradas,  estampados psicodélicos. En aquel paisaje lejano reconozco la tensa calma suburbana, la televisión en blanco y negro,  y los autos rectangulares y aparatosos. Me identifico también con los niños de la serie que, como todos los chicos nacidos en plena carrera espacial, soñaban con ser astronautas y viajar a la luna.  Sospecho que tantas coincidencias no son casuales: Matt Weiner, el creador de la serie,  nació el mismo año que yo y habrá recurrido a sus recuerdos infantiles para idear la obsesiva reconstrucción de la vida de un creativo publicitario en la década del 60.

Espiar el mundo de Don Draper fue  espiar el mundo de los adultos, allí donde todo parecía sólido y previsible, para descubrir la impostura de aquello que se escondía detrás de los silencios y cosas dichas a medias. Todo formaba parte de una realidad líquida donde nada era lo que parecía.  La familia tipo y el sueño americano armaban un espejismo que se escapaba cada vez más lejos. 

Tal vez por todas estas coincidencias o simplemente porque cada escena de Mad Men está construida con el detalle de una obra de arte, es que no pude despegarme de su atmósfera hasta que terminé de ver el último capítulo de la última temporada.

Retrato de un perdedor exitoso


Detrás de su porte de triunfador, Don Draper resultó ser el hombre más triste del mundo. Ni el dinero, ni una casa lujosa, ni la mujer de figurín, ni la familia perfecta lograron su  felicidad.  La sociedad del éxito no pudo contra la soledad y la melancolía.

Don Draper y sus miradas, sus vacíos,  sus repentinas ausencias. Mad Men es un drama construido con elipsis, con  aquello que no se dice. Un drama con el ritmo moroso de un libro, que se despliega en los silencios, en los gestos, en la búsqueda de una felicidad artificiosa.  Cada temporada avanza lentamente y se degusta como el vaso de whisky con el que Don se relaja en su oficina.  Para los que buscan acción y vértigo, esta no es la serie. Se trata aquí de atmósferas y personajes, de pintar los matices más sutiles de la experiencia humana, de hurgar más allá de las apariencias.

La escritora francesa Nathalie Sarraute adaptó el término científico “tropismo” a la literatura. Según la autora, son los “movimientos apenas voluntarios y subterráneos donde se originan los comportamientos, las sensaciones, los actos; son esas vibraciones imperceptibles, esas impresiones innombrables que modifican las relaciones entre los seres humanos y se reflejan en sus más cotidianas reacciones, en sus gestos más corrientes.” Pienso en esta palabra cuando veo a Don con la mirada perdida recordando su infancia, a Peggy contener la respiración frente a los desaires de sus compañeros, a Roger inventar una broma en pleno velorio de su madre, a Joan acomodarse el vestido después de ser violada por Greg Harris, su marido. Todos estos gestos que muestran las angustias subterráneas de las personas,  son el combustible que alimenta a los personajes.

He pensado muchas veces que la saga de Don Draper bien podría haber sido una monumental novela épica de aquellas que siguen las peripecias de su protagonista. Solo que aquí el héroe es, a pesar de las apariencias, un antihéroe. Don es lindo, inteligente, exitoso, adinerado, dueño de una casa en los suburbios, bien casado con una exmodelo, y respetado padre de familia. Todo esto debería alcanzarle para ser feliz, pero Don no es feliz. Tal vez esa sea la prueba más certera del fracaso del sistema: alguien que ha llegado a la cúspide por sus propios medios, y,  una vez allí, descubre que tampoco está satisfecho. Don no es feliz, aunque él mismo haya inventado el concepto de felicidad:

“La publicidad se basa en una cosa, la felicidad. Y, ¿sabes lo que es la felicidad? La felicidad es el olor de un coche nuevo.”

En el mundo de Don Draper –al menos en la primera temporada-, ni siquiera el amor se salva del escepticismo: “Lo que tú llamas amor fue inventado por alguien como yo para vender medias de nailon”, no tiene empacho en decir.

Este hombre que afirma que la felicidad no existe, la busca hasta la autodestrucción. A lo largo de siete temporadas vemos cómo en los títulos se precipita en caída libre entre las tentaciones publicitarias del sueño americano.


Como en El Quijote, donde el protagonista busca el ideal de las novelas de caballería, o en Madame Bovary, donde Emma va de amante en amante en busca del ideal de las novelas románticas, Don Draper va detrás del sueño americano. Pero a diferencia de los dos primeros, Don es el creador y artífice de su propia utopía, un sueño relacionado con el consumo, que no es otra cosa que el espejo vacío de sus propias creaciones publicitarias. Su personaje está solo frente a una utopía que sabe que no es tal. Una utopía que es una ilusión, igual que su identidad, también falsa. El destino es la insatisfacción, la disconformidad, el cinismo.

¿Hay esperanza para Don Draper? Sin estropear el final a quienes no lo hayan visto, podríamos decir que sí, que el personaje crece y, sobre todo en los últimos capítulos, su coraza se desarma luego de un largo proceso de introspección, lejos de los decorados artificiales de Madison Avenue, y cerca de la naturaleza y de la contracultura hippie. Al ideal del consumo que representa la publicidad (y la felicidad, Don dixit), los hippies oponen sus comunidades lejos de todo avance consumista (¿estará allí la felicidad?).

En algún momento del penúltimo capítulo, Don y Peggy tienen un diálogo revelador:

Don - ¿Qué ves para tu futuro?
Peggy – Quiero ser la primera mujer directiva de esta agencia
Don se sonríe – Me sorprende que lo sepas con tanta exactitud. Supongamos que lo logras, ¿qué sigue?
Peggy – Conseguir una cuenta enorme.
Don - ¿Y después?
Peggy – Tener una gran idea, crear una frase pegadiza
Don - ¿Te gustaría ser famosa?
Peggy – Sí
Don - ¿Y qué más?
Peggy – No sé
Don – Sí lo sabes
Peggy – Crear algo con un valor duradero
Don ríe con sorna - ¿En publicidad?
Peggy – Esto es sobre mi trabajo, no el significado de la vida
Don - ¿Pensás que no están relacionados?
Peggy – Estás de mal humor, por qué no escribes tus sueños para que yo pueda pisotearlos.

Queda claro que la felicidad está en una escalera donde siempre hay otro peldaño más alto en un proceso que difícilmente llegue a su fin. Peggy quiere crear algo con valor duradero, cosa que para Don está reñida con la publicidad. Felicidad, publicidad y consumo corren por vías paralelas que, para Don, no se cruzan, aunque su trabajo sea hacer creer a la gente que sí. Hay que llegar hasta el final de la serie para ver si Don puede vencer el pesimismo y encontrar algún sentido en el trabajo y en la vida.

El otro aspecto que surge de esta conversación entre ambos protagonistas, es el del papel de las mujeres en la sociedad de los años sesenta, con el que aún hoy podemos sentirnos identificadas.

Deliciosas criaturas perfumadas



-          Comme je m’ennuie!, se quejaba Madame Bovary, harta de la chatura de la vida pueblerina.

Lo mismo podría decir Betty Draper, porte de modelo, fumadora empedernida,  madre aburrida. Betty carga con el mandato del ama de casa perfecta de la década del 50, aquella que se dedicaba feliz a su próspera familia, rodeada de confort y lejos de las vicisitudes de la vida laboral. Pero estamos en los 60, y todo aquello no la conforma. Su incomodidad se nota en los gestos de disgusto frente a sus hijos, en su insatisfacción, en el ahogo con el que juega a ser la anfitriona perfecta.
Betty es confinada en sus sucesivos matrimonios a un lugar decorativo en el que debe lucir siempre espléndida para sostener la carrera del marido de turno. Tanto Don Draper como Henry Francis la exhiben como trofeo y se interesan poco por sus opiniones.

En el ambiente claustrofóbico de la vida suburbana, son pocas las veces que Betty irradia felicidad. Cuando organiza una colecta para mejorar el agua del pueblo, cuando viaja a Italia con Don y sorprende con su dominio del italiano, cuando parece a punto de retomar su carrera de modelo. Pero cada una de las inquietudes de Betty se ahoga bajo el mandato de una sociedad que la somete y subestima.

Don la usa como prototipo de la esposa suburbana para un estudio de mercado, y ella se indigna al enterarse. Henry, su segundo esposo, la reprime duramente luego de que opina de política en una reunión:         

- Habla sobre cómo te molestan las migas sobre la mesa, y deja el pensamiento para mí, le espeta.

La opresión estalla cuando en uno de los capítulos de la primera temporada, luego de aceptar silenciosamente que no volvería a trabajar como modelo, Betty empuña un arma en el jardín de su casa, y con un cigarrillo colgando de la boca, dispara a los pájaros de su vecino.

Betty es, de algún modo, la denuncia contra el confinamiento doméstico de las mujeres, que en la década del 60 se empieza a desmoronar.

Peggy Olson, la mujer que recorre el camino de secretaria a creativa publicitaria, representa a la mujer dispuesta a dejar el ámbito doméstico y luchar contra el techo de cristal.   Peggy aspira a ocupar el mismo lugar que Don, pero aunque a lo largo de las temporadas ha demostrado su talento y capacidad de trabajo, deberá abrirse camino entre el desprecio y los prejuicios de los demás personajes.  

Peggy renunció a su hijo, al que dio en adopción, para focalizarse en su carrera, un pecado difícil de perdonar en cualquier época. En el penúltimo capítulo expone su secreto ante su amigo y compañero Stan:
Stan – No podrías haber hecho tu carrera si hubieras tenido hijos, le dice él, que ignora su secreto.
Peggy – Ya entiendo –le responde con ironía- el secreto de tu espectacular carrera es que no los tuviste. Puedes tenerlos y escaparte o ni siquiera saberlo. Cualquier hombre puede equivocarse sin que eso le impida avanzar, (la mujer) debería poder vivir su vida como lo haría un hombre.

“Peggy no se casó”, se llama el ensayo que escribió el escritor español Enrique Vila-Matas en el libro Mad Men. O la frágil belleza de los sueños en Madison Avenue. El autor sostiene que la historia de Peggy y sus compañeras de oficina es en realidad la trama secreta, el centro de la narración, el eje verdadero de la serie. Para él “pasara lo que pasara, siempre al fondo de las escenas estaba Peggy (…) Peggy canta siempre al fondo, pensé. Y me dije también que ella no solo era la trama secreta, sino también el género secreto oculto en el eje mismo de la narración (… )  Peggy, vista como un fragmento que rompe, quiebra y acaba cantando al fondo de alguna sala, aniquilando cualquier posible última ilusión anticuada de plenitud decimonónica.”

No sabemos si al final Peggy se casa o no, pero sí sabemos que está decidida a seguir dando batalla en un mundo que comenzaba a abrir sus puertas –a los golpes, eso sí- a mujeres como ella.

Joan, el otro personaje femenino importante de la serie, lucha para que la reconozcan en un ámbito donde el acoso es moneda corriente. La belleza abre puertas hasta que se convierte en un arma peligrosa y empieza a cerrarlas. Porque Joan tiene una figura curvilínea y le gustan los vestidos ajustados, pero eso es solo el envase de una mujer inteligente y eficiente que va ganando independencia a medida que enfrenta distintos desafíos.

Entre aquella secretaria que aspiraba a conseguir un marido de los primeros capítulos, a la mujer que lucha por sus derechos, mantiene sola a su hijo y decide independizarse, transcurren siete temporadas y corre mucha agua bajo el puente.

En una escena memorable, Joan y Peggy intentan vender un proyecto a unos clientes que de manera burda y grosera ignoran la propuesta y se dedican a lanzar indirectas sobre la silueta de Joan,  como si fueran estudiantes secundarios. Ella se ofusca y piensa que jamás la tomarán en serio, aunque seguirá luchando por su lugar y no dejará que los embates masculinos la amedrenten.


Me costó llegar a los últimos capítulos. No quería despedirme de los personajes, sabía que los iba a extrañar. Me sentía como Sally, la joven hija de Don Draper, que descubre un oscuro secreto de su padre a través de una puerta entornada.

 Espiar el mundo de Don, Betty, Peggy y  Joan fue mirar por el ojo de la cerradura ese mundo tan parecido al de mis padres, donde todo parecía tan sólido y  la felicidad era un lujo que suponíamos se podía comprar. Una mirada sobre mi propia infancia, y sobre los comienzos de esta modernidad líquida, en la que siempre sentimos que la verdadera vida –como en las buenas publicidades- habita en otra parte.

Nota publicada por elblog Damiselas en apuros

jueves, 2 de julio de 2015

Has recorrido un largo camino, muchacho

La publicidad entre el machismo y la “nueva masculinidad” 
El  increíble doble discurso de Unilever

Texto: Silvina Quintans

Tres hombres salen a comprar el helado mientras las mujeres quedan en casa con los chicos. Pasan con el auto por un bar con mujeres dispuestas y apetecibles. Ellos se relamen, fantasean, despliegan miradas de seducción, hasta que uno le ordena al conductor:  “¡Poné música!”.  Entonces la ventanilla del auto exuda los acordes machacones del Sapo Pepe,  y los cruces de miradas se convierten en una rápida retirada. Los tres machos resignan sus pretensiones de galanes y vuelven a casa tarareando la canción infantil.  “El lugar que elegís”, remata el slogan del auto familiar.

https://www.youtube.com/watch?v=6vo7sauJky0
Aviso de VW Suran 2010

Dos estereotipos de hombre conviven en este comercial de Volkswagen. El macho siempre dispuesto a levantar mujeres,  y el hombre de familia. El recio y el tierno, el conquistador y el padre, el cazador y el casado.  
 Los tres hombres regresan al hogar tarareando y acompañando con sus cabezas el ritmo de la canción infantil.  Hombres que se retiran –casi a regañadientes- de la caza, para volver a casa, el lugar que, según el slogan, eligieron.  En apenas un minuto este comercial de 2010 refleja la tensión entre el viejo estereotipo del macho y un nuevo paradigma que viene abríendose paso, donde los hombres pueden ser afectuosos sin dejar de lado su “masculinidad”.

Machos vs. hombres nuevos

En este Día del Padre 2015 las publicidades apelan a la emotividad, al cuidado entre padres e hijos, a demostraciones de afecto que hasta no hace mucho eran vistas como un rasgo de debilidad sólo atribuible a las mujeres.  

Publicidad de Dove Men+Care 2015

Sorprende gratamente este cambio de rumbo porque en el reparto de roles de género muchos avisos publicitarios atrasan décadas. Las mujeres siguen siendo objeto de deseo,  o amas de casa dispuestas a dar la vida por un producto que limpie y desinfecte. Los hombres celebran “el sabor del encuentro” chocando porrones de cerveza, se codean frente a las bondades de una chica linda, se pavonean en un auto caro, o se cubren de desodorante para que las mujeres caigan a sus pies.

Publicidad de Axe Excite 2011 – Hasta los ángeles caerán

La publicidad refleja y moldea conductas.  Los efectos visuales evolucionan, pero en muchos casos son utilizados al servicio de modelos caducos y vetustos. Aunque a los creadores de comerciales les guste autodenominarse “creativos”,   suelen reproducir visiones conservadoras envueltas en formatos presuntamente  “innovadores”. 

Así como las mujeres padecen desde hace décadas el bombardeo de los llamados “cuerpos perfectos” o el mandato de ser la madre y el ama de casa perfecta, los hombres son impulsados a ser ricos, poderosos y  exitosos.   Al hombre le está vedado mostrar sus sentimientos, territorio reservado a las mujeres.  

Algunas publicidades aún se empeñan en mostrar un mundo en el que los hombres se dedican a los grandes temas, mientras las mujeres  se preocupan por nimiedades. El hombre está asociado con el consumo y las grandes inversiones, la mujer es retratada como madre y ama de casa. Son los hombres quienes compran autos, mientras las mujeres consagramos nuestro tiempo al detergente o el jabón en polvo.

 Frente a este modelo machista  tradicional, cada vez cobra más fuerza la llamada “nueva masculinidad”, que incorpora comportamientos hasta hace poco considerados femeninos como la expresión de las emociones, la cooperación y  el aprendizaje de métodos no violentos de relación. Este nuevo modelo esta basado en roles compartidos con las mujeres,  donde los hombres también asumen su responsabilidad en las tareas domésticas y el cuidado de los hijos.

Esta concepción moderna de la masculinidad amolda el lugar del hombre a las nuevas condiciones económicas y sociales surgidas de la incorporación de la mujer al mundo laboral, la independencia y la autonomía que han ganado en las últimas décadas. Pero la tensión aún existe entre los nostálgicos que añoran los tiempos del “macho que se respete” y aquellos que se suman a un concepto más evolucionado de la  masculinidad.

Axe: pesadillas de seductor

El cambio en el rol masculino abrió también un nuevo mercado. La ropa, cosméticos y productos de belleza dejaron de ser patrimonio exclusivo de las mujeres y comenzaron a aparecer hombres cada vez más acicalados que se rotulan a sí mismos como “metrosexuales”.

Los productos de perfumería para hombres son cada vez más sofisticados.  Un caso curioso es el de la multinacional Unilever, que maneja dos marcas de cosmética masculina que apelan a estrategias opuestas de venta: Axe y Dove.  

La marca de desodorantes Axe fue multiplicando sus productos de la mano de agresivas campañas publicitarias. Según la página de Unilever, se trata de la marca de desodorantes masculinos más vendida del mundo, presente en más de 50 países, definidos como “Las mejores fragancias para estar un paso adelante en el juego de la seducción”.[i]

 El llamado “efecto axe” supone que las mujeres respondemos a la fragancia como si se tratara de un reflejo condicionado y que perseguiremos al hombre que la utilice. En el comercial titulado El Flautista de Hamelin se ve a un muchacho al que le basta rociarse con desodorante para que lo persigan todas las mujeres del pueblo, siempre sexies y dentro de los parámetros de belleza que impone la publicidad. Cualquier comparación con los ratones que persiguen al flautista en el cuento que inspira la historia, no es mera coincidencia.

Publicidad de Axe Hamelin.

La misma marca realizó una publicidad en la que después de una noche de juerga y antes de la llegada de su pareja, un joven contrata a un experto para que “limpie evidencias de mujeres”. El “cleaner” no duda en sacar a la mujer desnuda e inconciente de la cama y ponerla en un taxi.

Publicidad de Axe The cleaner 2012 - 

Otro de los comerciales de Axe lleva un slogan inquietante: “El jabón de mujer te hace pensar como mujer”. El protagonista se baña con  un jabón rosa que le otorga supuestas características femeninas, entre ellas el irrefrenable deseo de casarse. Este aviso fue calificado de sexista por el Observatorio contra la Discriminación, dado que promueve –a través de la inversión de los clichés culturales- una “desvalorización de lo femenino”[ii].

Publicidad de Axe  llamada “Iglesia” – 

Estos son solo algunos ejemplos de la estrategia de venta de Axe, que,  aunque está dirigida a un público joven, recurre a  conceptos viejos y obsoletos. Varios de los avisos difundidos por esta marca fueron observados por las autoridades por su contenido sexista y discriminatorio.[iii]

Dove: Belleza para todos y todas

Unilever, la misma empresa multinacional que fabrica Axe,  promueve otra línea de productos de cosmética masculina con una estrategia publicitaria opuesta. Dove men+care está dirigida al “hombre que cuida su apariencia, que ya no es tildado de egocéntrico o narcisista, ni pone en riesgo su virilidad, sino que al hacerlo asume, en cambio, una actitud responsable y saludable”. [iv]

La empresa habla de "nueva masculinidad" y promovió una muy interesante campaña publicitaria bajo el slogan “El cuidado hace al hombre más fuerte”.  La palabra “cuidado” tiene aquí un doble sentido: el cuidado del cuerpo y el cuidado de los demás.

La publicidad muestra padres que abrazan, que sostienen a un hijo que se tira a la pileta, que peinan a la hija, que juegan disfrazados de piratas. Un nuevo modelo de padre, menos distante, más atento, cuidadoso, sensible y colaborador. El afecto, el cariño y  la atención reemplazan a la fuerza física, el poder y la riqueza que priorizaban generaciones anteriores.

Publicidad de Dove Men+Care 2015

Recordemos que la línea femenina de productos Dove desde hace más de diez años reemplazó a las modelos en sus publicidades por mujeres con “cuerpos reales”.  Su campaña por la “belleza real” se basa en apuntalar la autoestima de clientas que puedan identificarse con las imágenes, en lugar de promover modelos inalcanzables. 

La estrategia de la marca con los productos masculinos se basa en un concepto similar: el de “fuerza real”. En un sondeo entre padres, la mayoría de los encuestados respondió que no se siente identificado con la manera en que los medios de comunicación reflejan esa función.

Los hombres sentían que los medios los retrataban como padres ausentes, desconectados, torpes e incompetentes, características con las que la mayoría no se identificaba. Querían destacar, además, la capacidad de crear vínculos estrechos con sus seres queridos.

 Un estudio encargado por la empresa reveló que el 86% de los hombres considera que la idea de la masculinidad ha cambiado en comparación con la generación de sus padres, y que la mayoría ve su lado cariñoso como signo de fortaleza.

Las nuevas generaciones imponen otras formas de masculinidad que la publicidad va recogiendo de a poco.  Conviven los estertores tardíos de quienes añoran el orden de otros tiempos, con hombres que luchan por liberarse de viejos estereotipos.

Ojalá dentro de poco tiempo podamos reciclar el viejo eslogan, pero esta vez dedicado a los hombres
Has recorrido un largo camino, muchacho…


Nota  publicada en http://damiselasenapuros.blogspot.com.ar/

domingo, 7 de junio de 2015

Feliz Día del Periodista

Texto: Silvina Quintans

Margaret Bourke-White sobre el Crysler Building
Hace ya 21 años, cuando recién empezaba a estudiar la carrera de periodismo en TEA, una profesora nos pidió que escribiéramos sobre nuestro primer Día del Periodista.  A mí me pareció rara la consigna: el periodismo es un oficio y nosotros –los estudiantes- apenas habíamos hecho un par de ejercicios de taller  y de gramática.

La verdad es que no recuerdo qué fue lo que respondí en aquel  momento. El camino y las motivaciones de cada uno son muy personales y a veces no pasan simplemente por el ánimo de comunicar o por el rimbombante objetivo de encontrar la verdad.

La curiosidad es el móvil del periodismo. Hay una frase algo despectiva, pero que a mí me viene seguido a la cabeza: “el periodismo es un océano de conocimientos con un centímetro de profundidad”.  Los periodistas nos largamos a veces a explorar como podemos ese océano interminable que puede estar muy lejos, o en aquello que vemos todos los días.

El periodismo está ahora en una etapa fascinante. Las nuevas tecnologías permiten un ida y vuelta que antes no existía.  Los blogs, las redes sociales, internet permiten producir y encontrar información al instante sobre cualquier tema. Hay una democratización de la información, de los que la producen y los que la reciben. Tal vez en el futuro el lugar del periodista lo ocupe cada ciudadano que tenga algo para decir.

Mientras tanto, a mí me gusta volver una y otra vez sobre un librito muy chico que tiene un nombre más que elocuente: “Los cínicos no sirven para este oficio”,  del  cronista polaco Ryzsard Kapuscinski 

Allí dice cosas como esta:

"No puede ser periodista (...) el que desprecia a la gente sobre la cual escribe. No puede ser periodista  el que cree en la objetividad de la información, cuando el único informe posible siempre resulta personal y provisional.  No puede ser periodista  el que no es curioso ni lo suficientemente optimista para pensar que los seres humanos son el centro de la historia."




viernes, 5 de junio de 2015

El día después - Ni una menos

Texto: Silvina Quintans



Solito, en una esquina, un hombre muy joven levantaba una pancarta. DETRÁS DE TODO GRAN HOMBRE … esta frase estaba tachada y luego la reemplazaba otra: AL LADO DE TODO GRAN HOMBRE HAY UNA GRAN MUJER. 

Eran casi las siete de la tarde sobre la avenida Rivadavia, y a varias cuadras de la manifestación,  la gente ya estaba desconcentrando. El joven levantó la pancarta un largo rato, y luego se encontró con dos mujeres, que presumo serían su hermana o novia, y su madre, les dio un abrazo y siguieron caminando. Cientos de imágenes como esta me vienen a la cabeza esta mañana, unas horas después del #NiUnaMenos.

La mujer con un bebé y su esposo que se pararon a mi lado con lágrimas en sus ojos, chicos a upa de sus papás, preadolescentes de mirada desafiante, las fotos de mujeres desaparecidas por la trata de personas, el grupo de hombres con  timbales y redoblantes que le ponía ritmo a la esquina de Callao y Bartolome Mitre, una columna de hombres y mujeres encapuchados de negro, las estatuas vivientes con su porte plateado levantando la pancarta de ni una más, Flor de la V con un gorrito tratando de pasar desapercibida, el subte con su letrero luminoso niunamenos, las marquesinas del gaumont con la leyenda  niunamenos.

Hubieron globos violetas, tambores, consignas, aplausos, bailes, fiesta y hasta un dron que planeaba sobre nuestras cabezas.

 La manifestación atravesó género, clases sociales, partidos políticos, religiones y fronteras. Todos unidos bajo el mismo grito contra la violencia. La sociedad se despertó, necesitaba unirse bajo una misma consigna. Al fin una causa que une la grieta, que convoca en vez de separar, como si todos necesitáramos algo que nos uniera. Una buena causa, juntarnos contra la violencia.

Recordé entonces la pregunta de mi hijo el bochornoso día del clásico cuando los jugadores de Boca se negaron a acompañar a sus compañeros de River, y pensé que ahora tenemos algo para mostrarles. Un mensaje diferente.

Confieso que en un primer momento me chocó la gran movilización de columnas políticas y los micros como si fuera un acto partidario. Pero a medida que avanzaba la tarde, la convocatoria se hizo cada vez más amplia y entendí que es bueno que los partidos se movilicen por esta causa.  Partidos políticos de distintas banderas –muchas veces opuestas- convivían en el mismo espacio y cantaban sus consignas. Ninguno pudo capitalizar la marcha con fines políticos porque la concurrencia fue masiva y muy variada. .

Asociaciones sindicales, organizaciones sociales, ONGs, la Casa del Encuentro, la APDH, Missing Children, la Fundación María de los Angeles, son algunas de las que crucé en el camino.

Chicos con guardapolvos y uniformes de los centros de estudiantes, una columna de la policía de Avellaneda, tanto hombres como mujeres vestidos con sus uniformes. Y, sobre todo, ciudadanos independientes: señoras bien vestidas,  señoras más modestas, hombres de remera, hombres de traje, famosos escondidos en la multitud, ejércitos de hombres, mujeres y chicos que bajaban por las calles transversales con sus cochecitos, portafolios o cartelitos pintados a mano.

Consignas, muchas consignas. Anoté solo algunas de ellas:

NI SUMISA NI DEVOTA, TE QUIERO LIBRE
NO NACI MUJER PARA MORIR
EL AMOR ROMANTICO DISMINUYE TU AUTONOMÍA
EL MACHISMO MATA
MUJER BONITA ES LA QUE LUCHA
CUANDO UNA MUJER AVANZA NINGUN HOMBRE RETROCEDE
EL UNICO QUE PUEDE DARLE PATADAS A UNA MUJER ES SU HIJO ANTES DE NACER
NO ME ACOSES PUEDO SER TU HIJA (UNA CHICA DE UNOS 12 O 13 AÑOS)
DISCULPEN LAS MOLESTIAS, NOS ESTAN MATANDO
VIOLENCIA NO ES AMOR
YO DECIDO CON QUIEN ME VISTO Y CON QUIEN ME DESVISTO.


¿Si la marcha fue histórica? Sin dudas, porque es la primera vez que la sociedad se levanta contra la violencia machista, que se despierta por una causa común que nos une a todos. NiUnaMenos.

#NiUnaMenos

Por Silvina Quintans - Columna emitida por Radio Continental


Todavía hay mucha gente, tanto mujeres como hombres, que se definen machistas como si fuera un motivo de orgullo. ¿De qué hablamos cuando mencionamos la  “violencia machista”?.  Hablamos de una estructura social que supone una preponderancia de los hombres sobre las mujeres. Una cultura que se manifiesta en distintas costumbres de la vida cotidiana, y que empieza con algo tan sencillo como la división de roles en los juegos de la infancia. Según esta cultura,  las mujeres somos  princesas débiles, pasivas, destinadas al cuidado de la casa, nuestro destino es esperar al príncipe y satisfacer sus demandas. El hombre es activo, independiente, protector,  proveedor, dotado para ejercer la autoridad.


“Ningún pibe nace machista”, leí en estos días, y pensé en estos modelos que nos van horadando la cabeza desde chicos.

Aunque las mujeres hayamos invadido las universidades y los puestos de trabajo, muchos prejuicios ligados a esta cultura siguen vigentes. La cultura que se denuncia es el caldo de cultivo de la desigualdad , del menosprecio cotidiano que en casos extremos termina en femicidio pero que empieza en situaciones cotidianas.

¿Cuántas de nosotras nos avergonzamos ante alguna grosería que nos gritaron por la calle?

¿Cuántas revisamos cómo íbamos vestidas para provocar semejantes expresiones callejeras ?

¿Cuántas veces no nos vestimos como nos gustaría para no causar “una impresión equivocada”?

¿Cuántas veces confundimos los celos con el amor?

¿Cuántas veces nos hicieron sentir que no estábamos capacitadas para el trabajo o para ganar más porque somos mujeres?

¿Cuántas veces nos hicieron creer que lo mejor para una mujer es escuchar y callarse?

¿Cuántas veces nos dijeron que contestar o confrontar no es para damas?

Esta tarde marcharemos

Para que Aixa pueda salir de su casa sin temer a la cuadrilla que la intimida en la puerta gritándole groserías.

Para que Agustina entienda que amor no es compartir su clave de FB o sus mensajes de whatsapp con su novio y que los celos no tienen nada que ver con el amor.

Para que Susana pueda salir a la calle vestida como a ella le gusta sin tener que rendirle cuentas a nadie.

Para que Marcela entienda que no tiene que abandonar su trabajo, sus amigas o a su familia para demostrar su amor o para que la quieran.

Para que dejemos de pensar que lo mejor para una mujer es la sumisión o el silencio.

Para que la justicia empiece a dictar sus fallos con una mirada libre de prejuicios caducos.

Para que  entendamos que no es no y que las mujeres jamás provocan una violación.

Para que empecemos a entender que las víctimas no son las culpables.

Para que  nadie vuelva a justificar que se asesine, viole  o golpee  a una mujer por cómo estaba vestida, porque salió sola de su casa, o porque “algo hizo” para provocar .

Podría seguir, pero la única solución es ir tomando conciencia de que muchas de las cosas que nos parecen naturales no lo son, y empezar a educar para la igualdad.

Y el párrafo siguiente está dedicado a los hombres. Porque ellos son imprescindibles en esta marcha.  Queremos marchar junto a ellos. 

Marcharemos junto a  aquellos que nos acompañan y que se animan a cambiar sin dejar de ser hombres por eso

Marcharemos junto a aquellos que cambian pañales

A los que esperan a sus hijos en la puerta de la escuela

A los que comparten el cuidado de hijos y de sus padres ya viejitos

A los abuelos que leen a sus nietos, los llevan a la plaza, los pasean en cochecito, se sientan con ellos a jugar en el suelo

A los que salen con sus amigos y cuidan a los chicos para que nosotras también podamos salir con nuestras amigas.

A los que no les temen a las ollas y sartenes

A los que se animan a mostrar el afecto

A los que nos escuchan en lugar de reclamarnos que callemos

A los que nos alientan para que progresemos y se alegran de nuestros logros

Vamos a caminar todos juntos en esta marcha.

Porque es responsabilidad de todos que no haya Niunamenos.  Vamos a marchar por María Soledad Morales, Adriana y Cecilia Barreda, Carolina Aló, Natalia Melman, Liliana Tallarico, Fabiana Gandiaga, María Marta García Belsunce, Paulina Lebbos, Nora Dalmaso, Houria Moumni, Cassandre Bouvier, Rosana Galliano, Wanda Taddei, Angeles Rawson, Melina Romero,  Lola Chomnalez, Daiana García, Andrea Castana, Gabriela Parra, Chiara Páez . ..

 Por todas ellas y por todas las mujeres que murieron en la indiferencia y el olvido. Ni un femicidio más, ni una vida menos. Ni una menos.


Audio radial:
http://www.continental.com.ar/escucha/llevatelo/ni-una-menos-por-silvina-quintans/20150603/llevar/2790398.aspx

domingo, 31 de mayo de 2015

Chicas Muertas

Entrevista a Selva Almada por Silvina Quintans


“Estamos en verano y hace calor, casi como aquella mañana del 16 de noviembre de 1986 cuando, en cierto modo, empezó a escribirse este libro, cuando la chica muerta se cruzó en mi camino. Ahora tengo cuarenta años y, a diferencia de ella y de las miles de mujeres asesinadas en nuestro país desde entonces, sigo viva. Solo una cuestión de suerte” [i]

Esto dice la escritora Selva Almada en su libro Chicas muertas,  donde indaga en los crímenes nunca esclarecidos de tres mujeres jóvenes del interior del país en la década del ‘80. El primer caso es el de Andrea Danne, que  murió en su cama el 16 de noviembre de 1986 en un pueblo cercano a San José,  Entre Ríos.  El segundo corresponde a María Luisa Quevedo, una adolescente que trabajaba como mucama en una casa de familia, y que apareció muerta en un terreno inundado de Roque Saenz Peña, Chaco, el 11 de diciembre de 1983. El tercer caso es el de Sarita Mundín, una joven madre que había sido prostituta,  y que fue vista por última vez el 12 de marzo de 1988 en Córdoba, cuando salió con su amante. Un año después,  un esqueleto apareció enganchado en un árbol a orillas del río Tcalamochita.

Cuerpos mutilados, vejados, descartados.  En tiempos en los que aún no se hablaba de femicidios ni de violencia de género,  los cuerpos de Andrea, María Luisa y Sarita, interpelan desde la injusticia y el olvido. Sus nombres preceden a una larga lista:  María Soledad Morales, Adriana y Cecilia Barreda, Carolina Aló, Natalia Melman, Liliana Tallarico, Fabiana Gandiaga, María Marta García Belsunce, Paulina Lebbos, Nora Dalmaso, Rosana Galliano, Wanda Taddei, entre muchos otros.
Las crónicas periodísticas suman historias atroces todos los días, incluso mientras editamos esta entrevista:  Angeles Rawson, Melina Romero,  Lola Chomnalez, Daiana García, Andrea Castana, Gabriela Parra, Chiara Páez.  No existen cifras oficiales, pero durante 2014 la ONG Casa del Encuentro relevó 277 femicidios, uno cada 30 horas.

El libro se interna en las profundidades de una cultura que, entre el calor, los silencios y las morosas siestas de la tarde, estalla en pequeños gestos cotidianos. Los celos de Cachito, que “dos  por tres la puteaba a su novia porque se pintaba o usaba ropa ajustada o la veía hablando con otro muchacho”, la mujer que entregaba el sueldo completo al esposo para que se lo administrara, “la que no podía ver a su familia porque al marido le parecían poca cosa”, “la que tenía prohibido usar zapatos de taco porque eso era de puta”.

Selva Almada transita diferentes registros: lo poético, lo ensayístico, lo periodístico, lo autobiográfico y hasta lo místico. No se trata de un capricho sino de una necesidad, de una urgencia.  La autora no escatima recursos para retratar desde todos los ángulos el trasfondo de desvalorización y desigualdad que desemboca en violencia.  Si recuerda fragmentos de su propia vida, si nos lleva a sus recuerdos, o si transita casi sin rumbo en busca de alguna pista de aquellas vidas truncadas, es porque, como dice ella misma, no ser una de aquellas chicas “es solo una cuestión de suerte”.

Chicas muertas está nominado al premio Rodolfo Walsh de la Semana Negra de Gijón, España,  como mejor libro de crónica. El concurso se definirá en el próximo mes de julio.

¿Por qué elegiste el título Chicas muertas?

Selva Almada: El libro lo tuve en la cabeza durante muchos años, empecé a pensarlo en 2008. En el 2010 recibí una beca del Fondo de las Artes para hacer el trabajo de campo, así que en ese año hice las entrevistas, recopilé diarios, leí los expedientes, pero el libro recién lo escribí en el verano de 2014. Tenía las entrevistas, fotocopias de cómo los diarios habían tratado los casos en ese momento, tenía fotocopiadas partes de los expedientes  y tenía fotos, había compilado el material. Cada tanto me planteaba cómo iba a escribir el libro, desde dónde lo iba a escribir. Empezaba borradores y los abandonaba.  A todos estos intentos siempre los llamaba “lo de las chicas muertas”, lo empecé a llamar así domésticamente. Releyendo uno de los expedientes,   vi que se usaba esa figura en la búsqueda de sinónimos por parte de la justicia. Cuando se les acababa “occisa”, “difunta”, “víctima” y ya no sabían cómo llamarla,  aparecía “la chica muerta”. Así me fue seduciendo la idea de que el libro se llamara así. Me parecía un poco brutal al principio, pero también me parecía que era la verdad,  que no había que buscar subterfugios ni metáforas para hablar de lo que quería hablar.

El libro cuenta tres historias de femicidios pero también muestra la cultura que dio lugar a estos crímenes. ¿Empezaste la investigación para mostrar esa cultura o  buscando a los culpables de aquellos crímenes?

S.A.: Por supuesto que yo tenía la fantasía de encontrar algo, pero suponía que eso no iba a suceder porque habían pasado  30 años desde aquellos femicidios. Si ni la policía ni la justicia  habían llegado a ninguna conclusión, resultaba fantasioso que yo pudiera descubrir algo.  Eso no era, además, lo que me animaba a escribir el libro. Me animaba rescatar la memoria de esas chicas.
 El disparador fue el caso de Andrea Danne, la chica de Entre Ríos. Cuando hablaba con gente de mi generación sobre el tema,   tenía que insistir bastante para que se acordaran. No entendía cómo se habían olvidado de algo que yo tenía grabado como si hubiese sucedido ayer, cómo se habían olvidado de que habían matado a esa chica y que nadie había ido preso por ese asesinato.
 Leí una nota en una revista sobre los veinte años del  caso María Soledad. El periodista había ido a Catamarca y  contaba que mucha gente había olvidado el caso, que los chicos que iban a la misma escuela  a la que había ido María Soledad,  no sabían quién era. Me impacta el olvido: las asesinan, no tienen justicia, lo cual es volver a matarlas, y después viene también el olvido como otra manera de matarlas.
Lo que animó el espíritu del  libro, si no encontraba al culpable,  era por lo menos que se reconstruyeran esas historias, contar quién era cada una, en qué circunstancias fueron asesinadas, y contar que no se hizo nada con eso. Contar cómo la gente siguió viviendo,  cómo los amigos y familiares tuvieron que resignarse,  y cómo en sus pueblos hay que escarbar bastante para que alguien se acuerde de algo tan atroz como  el asesinato de una mujer joven. En el caso de Andrea,  su historia tiene  ribetes misteriosos: fue dentro de su casa, una puñalada en el corazón, es todo muy simbólico. ¿Cómo puede ser que hoy no nos acordemos de algo que conmocionó tanto a toda una sociedad?.

El caso de Andrea Danne sucede dentro de la casa. Estos casos muestran una realidad inquietante y es que muchas veces  la violencia no está en la calle sino dentro del propio hogar. El hogar deja de ser un lugar seguro y de contención.

S.A.: El caso de Andrea sucedió cuando yo tenía 13 años y siempre me impactó mucho. Cuando empecé a ser más grande pensaba que de chica me habían enseñado “cuidado con los extraños”, “no te subas a un auto”, “no hables si no lo conocés”, “no pases por una obra en construcción”. El peligro siempre estaba en  “el afuera “, y en ese sentido,  el asesinato de Andrea fue la revelación de que el peligro también está dentro de tu casa.
Hoy en día seguís escuchando esa idea del asesino de mujeres de las series norteamericanas, un loco que un buen día empieza a matar,  y no se toma conciencia de que en la mayoría de los casos no es ningún loco de afuera sino el vecino, el exmarido, el novio, el hermano, el padre; es decir,  un hombre al que la víctima conoce,  y quien tiene o ha tenido su confianza.  En el caso de Angeles Rawson era el portero, un tipo al que ella conocía desde los seis años.  En la mayoría de los casos el culpable está relacionado con la víctima, y sin embargo seguimos fomentando esa idea de que es el afuera, alguien desconocido. En el 95% de los casos no es alguien desconocido, sino alguien a quien la mujer conoce.

El libro está  ambientado en zonas rurales, en lugares más bien claustrofóbicos donde casi todo el mundo se conoce. Pero también hay femicidios en las grandes ciudades. ¿Ves alguna diferencia entre los femicidios en zonas rurales y los que se cometen en ciudades?

S.A.: El tema atraviesa el país a lo largo y a lo ancho. Yo tomo esto en la geografía que atraviesa mis novelas, mi obra de ficción donde trabajo las zonas rurales. El primer caso fue el de Andrea, después apareció el de María Luisa y el tercero sí lo fui a buscar y dio la casualidad que eran chicas de pueblos chicos en la misma época. No tomé casos de ciudades porque surgieron así,  pero no porque crea que no sucedan o tengan características diferentes. Creo que tienen las mismas características, sobre todo porque el patrón es el mismo, siempre es alguien cercano.  La única diferencia es que los que suceden en la ciudad tienen más repercusión porque le quedan más cerca al periodismo. En el caso Angeles Rawson, por ejemplo, los canales están todos cerca de la zona del crimen. Era muy simple mandar un periodista, una cámara. Pero además también era una chica que podía ser la hija de cualquiera de clase media. En ese caso hubo una identificación de la clase media, no era alguien del conurbano como luego sucedió con Melina Romero,  de quien se habló de si usaba piercings, si era bolichera, si había dejado el colegio, etc. .  Angeles  Rawson reunía las características de la hija que todos queremos tener. La identificación fue inmediata por la extracción social.

Vos contás en el libro algunas situaciones muy impresionantes que están relacionadas con la cultura machista. Hacés referencia a una suerte de “tradición” en algunos lugares a la que le llaman “hacer el becerro”

S.A.: Eso me lo contó uno de los entrevistados a raíz del caso de Andrea Danne. Se trata de una práctica que era muy común en San José, Entre Ríos, en la década del  80. Una chica de Salta también me contó lo mismo. La práctica consistía en levantarse a una chica y luego llevarla para que todo el grupo la “disfrute”. El caso María Soledad es un ejemplo muy claro, el que la lleva a la fiesta y la entrega es el tipo con el que ella salía, el Tula.

Los casos que contás en el libro sucedieron hace más de treinta años, pero surgieron de una cultura que todavía está vigente.  El libro tiene el gran valor de contar situaciones más sutiles que hablan de una concepción determinada de las mujeres.

S.A.: Todo es parte de la misma trama, de vez en cuando –lamentablemente según las estadísticas cada 30 horas- la cosa llega al extremo máximo que es el femicidio. Pero antes, todos los días de tu vida,  en algún momento pasaste por una situación, que no está ni cerca de lo que pasaron estas chicas, pero que uno tiende a naturalizar: me tocaron el culo en el colectivo, mi novio no me deja tal cosa. Situaciones que ninguna mujer puede decir que nunca las atravesó y que son pequeñas, pero que contribuyen a armar este entramado que después sostiene aquello que es muchísimo más grave que es el femicidio. Para empezar a pensar el problema hay que pensar en eso: no es cuando está muerta, es todo lo anterior que todos los días todas las mujeres atravesamos en algún momento. Cuando apareció el cuerpo de Daiana García, estaba de moda el “Je suis Charlie”, “Je suis …”. Con un amigo decíamos que lo más honesto sería que todos dijéramos “Yo soy el asesino de Daiana” porque en realidad el asesino no surgió por generación espontánea, no es un paracaidista ni un extraterrestre. Es uno como nosotros.

¿Cuál es el rol de la pobreza en estas situaciones de violencia?

S.A.: Los tres casos que tomo son chicas de clase media baja, pero no creo que sea exclusivo de las clases bajas. Me parece que en las clases altas hay mecanismos que permiten el ocultamiento y las mujeres de clase baja son más vulnerables. Violencia de género hay en todas las clases.

¿Hay diferencias entre los casos que contás en el libro de los 80 y los de esta época?.

S.A.: Ahora se da más difusión a los casos en los que mata el marido, el novio o exnovio, mientras antes no trascendían el ámbito familiar. Era una trageida que sucedía a la familia, en cambio hoy eso también es noticia y ya no como una cosa que compete a esa familia sino como algo social. Esa idea de que no es algo que pasó a una familia, sino que nos está pasando a todos.

Una de las fuentes del libro son las notas periodísticas. ¿qué pensás sobre cómo el periodismo trata estos casos? ¿cómo los trataba entonces y cómo los trata ahora?

S.A.: Yo creo que el periodismo tiene que reflexionar bastante sobre el tema. Cuando apareció el cuerpo de María Luisa, en el 83, todos los días tenían que poner un recuadro sobre el caso. Como no había novedades porque no avanzaba la investigación, se hizo un culebrón donde aparecían sospechosos que no eran, o  alguien señalaba como asesino a alguien a quien tenía bronca.
Hoy todavía sigue sucediendo, pero hay excepciones. Un referente de lucidez y honestidad es Página 12, que siempre trató desde otro lugar estos temas,  con la seriedad y reflexión que merecen. Estoy casi segura de que es el primer diario que utilizó la palabra femicidio.  Algunas cosas cambiaron: ya no se habla de crimen pasional sino de femicidio, pero se siguen haciendo culebrones,  como en el caso Angeles,  donde se culpaba al padrastro por su cara, o a qué tribu pertenecía. Lo de Melina Romero fue vergonzoso, después de eso, lo de Daiana García, -la chica que fue asesinada  después de ir a una entrevista de trabajo-  donde se opinaba sobre el short que usaba, o por qué iba a buscar trabajo a las ocho de la noche. Todavía hay mucha lengua suelta sobre un tema que merece reflexión y madurez. La prensa todavía tiene mucho que hacer al respecto.

Vos hablabas de las fuentes del libro: revisaste expedientes, entrevistaste familiares, viste fotos, visitaste las locaciones. Pero algo que llama la atención es la presencia de una vidente.

S.A.: Cuando se me acabó la plata de la beca , no podía viajar o continuar investigando, porque los casos eran en el interior. Por entonces leí un libro de un cronista chileno llamado Francisco Mouat que se llamaba El empampado Riquelme,  el libro me gustó mucho y me pareció muy osado que el periodista usara como fuente a una vidente. Me acordé además de series de televisión donde se consulta a adivinas para resolver casos policiales.  Tenía un amigo que consultaba a una tarotista y le pedí que me contactara.
Le conté a la tarotista sobre el proyecto, y ella, que es una mujer muy lectora, se entusiasmó con la idea de tirar las cartas a las chicas. Más allá de las revelaciones que pudieron aparecer o no en las cartas, ella me ayudó a encontrar relaciones entre las tres historias. Hasta ese momento para mí lo único que tenían en común era la época en que habían sucedido  y que nunca se habían resuelto.  Ella insistía mucho con ciertas preguntas: por qué escribía sobre tres mujeres que habían sido asesinadas, cuál era la fascinación, qué tenía yo con esas historias, qué me identificaba. Tal vez por eso hayan surgido muchas cuestiones autobiográficas en el libro. En ese sentido las charlas y sesiones fueron muy enriquecedoras.
No pensaba poner ese material en el libro, pero a mi editora, Ana Laura Pérez, le encantó. Yo me sentía insegura, no vengo del periodismo y eso me causaba un poco de zozobra, me preguntaba cómo  podía ser mirado este libro por periodistas de investigación, y encima ponía a una tarotista. Pero ella me convenció de que el personaje tenía que estar y tenía que ser un personaje literario. Escribí una primera versión del libro y se la pasé a María Moreno con la misma duda de si lo tenía que sacar. María me dijo que tendría que aparecer más, que la estaba poniendo poco, y ahí terminó en la segunda versión terminó siendo la Señora un personaje más del libro. Termina convirtiéndose en un personaje literario.  Es un lujo que me pude dar porque no soy periodista.

El libro cabalga entre  lo autobiográfico, lo literario y lo periodístico…

S.A: Eso también fue algo con lo que no terminaba de dar en los borradores, yo sentía que si iba a escribir una crónica tenía que ser todo lo periodística que yo pudiera sin ser periodista. Pero Ana Laura me hizo ver que lo interesante de la crónica era que yo no era periodista. Aceptar la limitación de no ser periodista me dio libertad para escribir con las herramientas que yo conozco que son las de la literatura, no lo puedo hacer de otra manera.
A sangre fría, de Truman Capote,  es un libro que me encanta y cuando pensé en este libro fue un referente. Fui varias veces a releer partes para imbuirme un poco de esa atmósfera.

Cambiemos de libro. Te convocaron a escribir un prólogo de Código Rosa,  que cuenta historias relacionadas con el aborto. ¿Qué significó para vos escribir sobre este tema?

S.A.: En mi adolescencia nos pasaban una película que se llamaba “El grito silencioso”, que nos había causado una impresión tremenda  a todos, tanto  varones como mujeres. El video fomentaba una posición antiabortista incentivando la culpa y el miedo.  El pueblo del que yo vengo, Villa Elisa –Entre Ríos- es muy católico, muy conservador. Todas las historias que siempre habíamos escuchado de abortos eran terribles y siempre estaba ligado al asesinato. Abortar era igual a asesinar, y este video venía a reforzar  esa mitología, por llamarla de algún modo, que nos metían desde chicas en la cabeza. La que abortaba era mala, estaba cometiendo no solo un acto ilegal sino que además era una cuestión de conciencia, de culpa y de moral.  Durante toda mi adolescencia yo  fui antiabortista,  ya que vi ese video cuando tenía 13 años. Entre los 15 y los 16 empezaron a circular historias de abortos de chicas que iban a la escuela conmigo. Siempre asociadas a las clases más pudientes, la que abortaba lo hacía en una clínica, en condiciones sanitarias óptimas. Seguía siendo malo abortar,  pero había mujeres que podían hacerlo y no se morían, mientras para las de clase media baja -como yo- o pobres, abortar era sinónimo de poder quedarse ahí, en el proceso, en el acto.  Al ir a la facultad y al salir del pueblo empecé a pensar el tema desde otro lugar, yo termino el prólogo diciendo qué bien que me hubiera hecho leer un libro así cuando  era chica.








[i] Selva Almada, Chicas Muertas, Literatura Random House, Buenos Aires, 2014

viernes, 15 de mayo de 2015

Vergüenza

Por Silvina Quintans

A propósito de la violencia en el partido Boca-River del 14 de mayo de 2015



Los veo llorar. No lloran de tristeza ni de emoción.  Lloran sin ganas de llorar. Me impresionan los ojos congestionados, las espaldas coloradas, las caras irritadas. Siento bronca, dolor, vergüenza ajena, y, yo también, ganas de llorar.  Siento todo esto a pesar de que para muchos no estoy calificada para opinar: no entiendo nada de futbol, no comparto sus códigos ni sus cánticos.  

Mis hijos juegan al futbol, mi marido es un apasionado. Los aliento porque me gustan los valores del deporte: la solidaridad de equipo, la resistencia a la adversidad, la constancia, el esfuerzo, la camaradería, los firuletes que dibujan las jugadas. Pero esta noche, como muchas otras,  el futbol es violencia con formato de espectáculo.

 Los jugadores sufren y nadie se anima a suspender el partido.  El relator especula con que no pueden seguir jugando “porque sería dar ventaja deportiva a uno de los equipos”. Podrán acusarme de no entender nada de futbol, pero  desde mi distante ignorancia entiendo que la “ventaja deportiva” es lo de menos, que no se puede continuar con un juego donde se han roto todas las normas, y que es más importante la salud de los jugadores que los puntos o la ventaja deportiva. Nadie debería salir a la cancha después de semejante barbarie. Continuar sería convalidarla.

Las heridas de los jugadores duelen, es como si todos los defectos de esta sociedad violenta se concentraran dentro de esas llagas. Y cuando nada podía ser peor, escucho los cánticos, los festejos, la picaresca de la hinchada. Esa picaresca tan celebrada por aquellos que se palmearán la espalda y festejarán con risitas cómplices cuando pase el temblor. Aquellos que no dudan en tildar de “folclore” actos que en cualquier otro ámbito serían barbarie. 

Y allí aparecen los jugadores de Boca, en el centro del campo, aplaudiendo la “viveza” de los agresores. Aplaudiendo el “coraje” del que se agazapa tras el anonimato de las masas. Los imagino con su voz gruesa de hinchas felicitándose a las risotadas porque dejaron ciegos a los jugadores de River.

Ser ciego no es metáfora, aunque bien podría serlo.

Ciega debió estar la policía y la seguridad que no detectó los ejecutores de semejante estupidez.

Ciegos parecían los relatores y dirigentes que ignoraban el atropello y seguían especulando con que continuara el partido.

Ciegos el técnico y los jugadores de Boca que en lugar de solidarizarse con las personas agredidas tomaban su posición en el campo de juego con gesto amenazante y el pecho inflado

Pasan los minutos, la cosa se pone cada vez más tensa. El público se ha retirado y los jugadores siguen en el centro de la escena. Las familias, los trabajadores, los oficinistas salen cabizbajos, mientras un grupito de energúmenos sigue cantando consignas vacías desde una de las tribunas. Los jugadores esperan entre la incertidumbre y el desamparo, sin romper la lógica –absurda a esta altura- de locales y visitantes.

Mi hijo se pregunta por qué no pueden salir. ¿Los de Boca no pueden acompañar a los jugadores heridos de River, mostrarles alguna clase de solidaridad o comprensión? Difícil explicar semejante grado de mezquindad.  

Recuerdo el juego de pelota de los mayas y de los aztecas.  Verdaderas batallas donde se dirimían los conflictos sociales, que a veces terminaban en sacrificios humanos.

Chicos, apaguemos la luz. Es hora de dormir.


Nico se despierta esta mañana angustiado. Lo primero que me pregunta es si los jugadores salieron de la cancha juntos o separados.