jueves, 20 de octubre de 2016

Miércoles negro

Texto, foto y audio: Silvina Quintans




No pasa muy seguido que una se sienta parte de la Historia (así, escrita con mayúscula). Pero ayer las personas que participamos de la marcha convocada por NiUnaMenos sentimos que atesorábamos un pedacito de historia. 

La Historia a veces viene envuelta en algún hecho cotidiano y otras en un evento extraordinario. A veces no sabemos reconocerla, nos pasa por al lado, y recién la vemos a través de los ojos del tiempo. Pero en días como el de ayer la miramos de frente y nos sentimos protagonistas.  Fueron miles los paraguas que desafiaron la lluvia y desfilaron desde el Obelisco hasta Plaza de Mayo al grito de Ni una menos /  Vivas nos queremos. Fuimos miles las mujeres que por primera vez nos sentimos parte de la Historia, así, con mayúsculas. 

Alguna vez les contaremos esta historia a  nuestros nietos y nietas. Tal vez empecemos a contarla así:
Y llegaron bajo la lluvia. Las mujeres de caras talladas, las chicas de pelos de colores, las de  raros peinados nuevos, las de carteles, las de banderas, las que cantaban, las que gritaban, las que marchaban en silencio.
Y llegaron bajo la lluvia. Las estudiantes, las docentes, las sindicalistas, las amas de casa, las  hijas, las madres, las abuelas.  

Y había que verlas. Llegaban por las avenidas, por las calles, por debajo de la tierra. Llegaban en columnas, en pequeños grupos o en solitario. Caminaban a paso firme, se deslizaban sobre sillas de ruedas o empujaban cochecitos de bebé. Enarbolaban banderas, levantaban consignas, marchaban en silencio. Todas bajo la misma lluvia.

NO NACI MUJER PARA MORIR POR SERLO

DISCULPE LAS MOLESTIAS, PERO NOS ESTÁN MATANDO

ES MAS FACIL EDUCAR A UNA MUJER FUERTE QUE REPARAR A UNA MUJER ROTA

MUJER BONITA ES LA QUE LUCHA

Estas son algunas de las consignas que resistían bajo el agua.



Fue una marcha ruidosa y silenciosa al mismo tiempo. Por momentos afloraba un sonido ululante, como aquel que hacíamos de chicas cuando jugábamos a los indios.  Un grito que nos hacía sentir parte de una identidad ancestral. 

Y también llegaron ellos, vestidos de negro, acompañando cada paso.

Cada tanto se intercalaba algún vendedor ambulante que ofrecía chipás, paraguas o pilotos negros reforzados. Pero la estrella de la tarde fue el ingenioso comerciante que ofrecía su mercadería al  grito de “La lluvia es machista, combátala con un piloto”. 

Caminé sola y en silencio durante dos horas.  La lluvia sumaba brillo a las cosas, creaba una cierta épica. Durante largo rato marché cerca de un hombre que filmaba con su celular haciendo amplios paneos debajo de un paraguas. Pensé que filmaría para algún medio, pero después me di cuenta de que estaba con su esposa y sus hijos. La mujer llevaba un bebé en una mochila y una nena de la mano. El bebé y la nena iban muy emponchados,  pegados a la mujer que los protegía  con un paraguas. El hombre iba unos pasos adelante concentrado en conseguir una buena filmación. Cada tanto le sacaba una foto a la mujer que hacía equilibrio entre el bebé, la nena, el paraguas y la cartera. 

Ayer fue un día histórico, pero la historia no cambia en un día.

Tendremos que marchar muchas veces para que el muchacho de la filmación –de intenciones nobles, sin dudas-  guarde la cámara en el bolsillo, camine a la par de su esposa y le tienda la mano a su hija.  

Tendremos que parar muchas veces más para que se termine la trata de personas, para que se nos pague lo mismo por igual tarea, para que se repartan de manera equitativa las tareas domésticas y de cuidado, para que nadie se sienta con derecho a decirnos una grosería o a tocarnos sin nuestro permiso, para que se respete nuestra voz sin descalificarnos.

Y tendremos que marchar muchas veces más para que no haya crímenes atroces como el  de Lucía Pérez, Alicia Muñiz, María Soledad Morales, Adriana y Cecilia Barreda, Carolina Aló, Natalia Melman, Liliana Tallarico, Fabiana Gandiaga, María Marta García Belsunce, Paulina Lebbos, Nora Dalmaso, Houria Moumni, Cassandre Bouvier, Rosana Galliano, Wanda Taddei, Angeles Rawson, Melina Romero,  Lola Chomnalez, Daiana García, Andrea Castana, Gabriela Parra, Chiara Páez, Candela Rodríguez, Marina Menegazzo y María José Coni, y tantas otras vidas robadas.

Habrá que seguir marchando, pero no dejemos pasar esta oportunidad de construir una sociedad más justa. Como dice la canción de la inolvidable Aretha Franklin: todo lo que pedimos es respeto.


Clickear para escuchar audio de columna Miércoles Negro por Radio Continental

domingo, 16 de octubre de 2016

Sumate al Club de las Madres Imperfectas

Texto: Silvina Quintans



Foto tomada de la página http://clubdemalasmadres.com/

Para escuchar la columna en Radio Continental sobre Madres Imperfectas hacer click en Columna Madres Imperfectas

Hace un par de semanas una modelo relató ante las cámaras de televisión que tuvo a su hijo de más de 4 kilos después de 36 horas de trabajo de parto sin anestesia:  “Fue como un parto animal, me puse de cuclillas, buscando la posición más cómoda”.  Envidio su entereza mientras recuerdo mis propios partos y cómo le rogaba al médico que me pusieran la anestesia ante los embates de las contracciones.  Me pregunto: ¿seré una mala madre?

Para estas fechas asedian las fotos de mujeres espléndidas  junto a sus hij@s  también impecables.  Un mundo sin ojeras, iluminado como una estampita, donde relucen  ambientes en colores pastel, ropas vaporosas y sonrisas blanqueadas bajo una catarata de títulos:

SER MADRE ENCENDIO MI PASION,  . 

SER MADRE ME HACE SENTIR UNA MUJER COMPLETA

DESDE QUE NACE UN HIJO TU VIDA YA NO ES MÁS TUYA

TRATO DE CONFIAR EN MI INSTINTO Y NO GUIARME POR LOS MANDATOS

CUANDO ESTOY CON MI BEBÉ SOY UN NIÑO MÁS

ME LEVANTO Y ME ACUESTO PENSANDO EN MI HIJA

JAMAS IMAGINE QUE IBA A AFLORAR EN MI SEMEJANTE INSTINTO ANIMAL

Me atraganto con todos estos títulos mientras intento que mi hijo adolescente enhebre una oración con sujeto y predicado, y amenazo al preadolescente con tirar el celular a la basura si lo sorprendo frente a la pantalla un minuto más. La casa está desordenada, la luz es penumbrosa, mi pelo está erizado por la humedad y mis cuerdas vocales empiezan a emitir reclamos cada vez más agudos. Me convierto en una aterradora versión de Doña Florinda.

Madraza, leona, madre osa, supermami, heroína. Desde siempre hemos escuchado que las madres tenemos poderes especiales, instintos, perspicacia, una habilidad única para hacer muchas cosas a la vez, y una sabiduría ancestral para consolar a un bebé que llora, fabricar un disfraz con dos harapos, detectar cualquier peligro que aceche a nuestros polluelos, cocinar sabores imbatibles  y librar a la familia de la pátina de tierra sobre los muebles.

Me siento juzgada  por las páginas de la revista. Mamás siempre dispuestas, preocupadas hasta la obsesión  por la alimentación sana de sus hijos, por el rendimiento académico, por los logros deportivos, por sus méritos artísticos.  Mamás que nunca levantan la voz, que viven en un permanente éxtasis maternal, incansables, bonitas, perfectas.

¿Seré una mala madre? ¿Existe ese estado de felicidad permanente? ¿Por qué me siento culpable cuando pongo límites y también cuando no los pongo? Me pregunto todas estas cosas, mientras la televisión me recuerda que debo desinfectar mi casa, porque las bacterias acechan y, como bien sabemos, “las mamás pasamos el 99,9% del tiempo 
pensando en nuestros hijos”.

Mamás políticamente perfectas

La perfección maternal  tampoco afloja a la hora de las urnas. La maternidad es también un arma política en Estados Unidos. Michelle Obama,  abogada que dejó de lado su profesión para ocupar el lugar de primera dama,  se autodefinió como “mom in chief” (mamá en jefe).  Manifestó que aunque trabajó durante muchos años, su prioridad siempre fue  la educación de sus hijas. “Cuando pienso en los temas que enfrenta nuestra nación –declaró-, pienso en lo que significan para mis hijas”.

Michelle se diferencia así de  la ex primera dama demócrata y primera candidata mujer a la presidencia Hillary Clinton, muy criticada porque en 1992 espetó a un periodista una frase que hizo historia: “Supongo que podría haberme quedado en casa a hornear galletas y tomar el té, pero lo que decidí fue desarrollar mi profesión”.  Su frase no cayó bien entre las amas de casa y abrió una brecha entre las “working moms” (madres que trabajan) y las “at home moms” (madres que se quedan en casa).

En los 90 aparecieron las “soccer moms”, madres futboleras que viven pendientes de las actividades de sus hijos y conducen largos kilómetros para llevarlos a los partidos,   y las “hockey moms”, del mismo estilo, pero en versión hockey sobre hielo.

La ex gobernadora republicana de Alaska Sarah Palin, madre de cinco hijos,  ha esgrimido como argumento de campaña su condición de “hockey mom”. “¿Saben cuál es la diferencia entre un pitbull y una hockey mom? – preguntó alguna vez- El lápiz labial”. La hockey mom es multitasking, sabia y dura para soportar la adversidad.

Sarah Palin y Michelle Obama militan en veredas opuestas en  política, ideología y  modo de vida. Sin embargo, ambas suscriben a una suerte de hipermaternidad que ha dado en llamarse el “New Momism”[i] .  Esta tendencia abarca tanto a madres trabajadoras como a aquellas profesionales que aspiran al ideal de la madre perfecta y deciden dejar sus carreras para dedicarse a la crianza de sus hijos.

En 2005 la autora Katherine Ellison publicó un libro que se convirtió en best seller:  The Mommy Brain (El cerebro de la mamá), allí sostiene que las mujeres son más inteligentes después de tener hijos. Según este libro, las maternidad hace que las mujeres se tornen más perceptivas, eficientes, resilientes, motivadas  y emocionalmente inteligentes.

La enumeración de virtudes me exaspera. Me topo entonces con “The Mommy Myth” (El mito de las mamás), un libro escrito por las Dras.  Susan Douglas and Meredith Michaels que me devuelve el alma al cuerpo. Las profesionales convocan a redefinir la función materna en terminos más realistas. Afirman que la maternidad es la asignatura pendiente del movimiento de mujeres.

En una entrevista con la cadena CBS, Douglas define el “New Momism” en estos  términos: “Es el mito romántico de la madre perfecta. Es un papel que ninguna mujer podrá alcanzar jamás. Su lista de cosas para hacer incluye: insuflar  a Mozart hacia su útero, utilizar tarjetas de álgebra con su hijo de seis meses, enseñar a su hijo de tres años a leer a James Joyce, manejar cinco horas hasta un partido de futbol, y además lucir sexy y feliz todo el tiempo”[ii]

El problema que no tiene nombre

Una mañana de abril de 1959,  cuatro mujeres conversaban en un café de los suburbios prósperos de Nueva York.  Una de ellas, madre de cuatro hijos, hablaba de “el problema”, un problema que no tenía nombre,  que apenas podía definir, pero que todas conocían bien. En aquella sociedad próspera de posguerra en la que las amas de casa tenían garantizada una vida de tranquilidad y confort, ellas sentían un malestar, un vacío que no podían expresar. Tenían todo aquello a lo que se suponía debían aspirar: una casa en los suburbios, hijos, electrodomésticos. Pero nada de eso les alcanzaba.

Esa conversación pescada al azar sobre “el problema que no tiene nombre”, sobre aquella insatisfacción de las amas de casa desesperadas,  inspiró “La mistica de la feminidad”,  un libro escrito por la activista estadounidense Betty Friedan, que ganó el Pulitzer en 1964 y marcó a varias generaciones.

Al final de la Segunda Guerra Mundial,  las mujeres, que habían salido a ocupar los puestos laborales de los hombres,  fueron incentivadas a retornar a la  vida hogareña.  Era indispensable elevar el índice de natalidad y que los hombres retomaran sus empleos.  Asentadas las conquistas de generaciones anteriores, como el derecho al voto o a la educación, las mujeres quedaron anestesiadas entre  las paredes del hogar, enredadas en una maraña de tareas domésticas.

Betty Friedan identificó las raíces del malestar de la vida hogareña en una mística de lo femenino que se difundía a través de la educación, la publicidad y los medios de comunicación. Una mujer que desde la infancia había sido criada, educada y preparada para casarse, tener hijos, cuidarlos y mantener la estabilidad emocional en el hogar. Debía, además, apuntalar la carrera profesional de su marido, porque –se sabe- detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer.

No puedo dejar de pensar en Betty Draper, la esposa del protagonista de la serie Mad Men, siempre insatisfecha con su vida confortable y vacía, o en April Wheeler, la protagonista del libro  Revolutionary Road de Robert Yates –en el cine protagonizada por Kate Winslet y Leonardo di Caprio-, que se ahoga en las angustias de una vida sin sentido.

Friedan aspiraba a que las mujeres salieran de sus casas y buscaran la realización como profesionales. Pero no pudo prever la conflictiva convivencia que enfrentarían la maternidad y el trabajo. Ganamos el derecho al sustento y a la realización personal, pero eso no nos liberó del mandato del hogar. La doble carga lejos de liberar, acentuó la exigencia.

 Han pasado más de cincuenta años desde la publicación del ensayo de Betty Friedan que daba por tierra con la idea de perfección de la vida doméstica. La escritora hablaba de una profesionalización del ama de casa, a la que se le ofrecían cada día productos más específicos para que sintiera que su tarea requería cierta habilidad.

Me explico entonces el desconcierto que me asalta cada vez que recorro las góndolas del supermercado. Nada cambió desde los tiempos de Betty  Friedan y me asaltan varias preguntas existenciales: ¿llevo el desengrasante líquido,  en crema o en polvo?, ¿qué diferencia hay entre el limpiador para cocina, para baño o para dormitorio?,  ¿Es necesario que compre tres tipos distintos de productos para el piso: cerámica, mate o plastificados?.
La publicidad promete que contaré con la ayuda de un tipo musculoso para las arduas tareas de limpieza, pero en la práctica lo único que brilla es su ausencia. Me ilusiono con las virtudes de las amas de casa de los comerciales: mamás que  saben pasar el trapo hasta que todo brilla, eliminar los gérmenes, elegir el pañal perfecto, borrar las pisadas del perro, dejar todo listo para que el marido y los hijos jueguen en el suelo sin temor a ensuciarse.

Cuando pensábamos que Susanita finalmente había sucumbido a la rebeldía de Mafalda, allí están los medios y la publicidad para recordarnos nuestra extraordinaria capacidad innata para los quehaceres del hogar.

Clubes de madres desesperadas

A toda mujer le gustaría gozar del éxito profesional, ser una buena amiga, una novia amorosa, tener las manos hechas, el pelo humectado y ser madre.  Pero esta ambición desmedida puede liquidarte,

Así se presentaba en 2012 la página de Según Roxi[iii], serie on line que contaba las desventuras de Roxi, mamá de Clarita, que –como muchas madres- lidia con  la fauna de la puerta de la escuela, tiene una casa desordenada, un auto rociado con galletas, juguetes y bebidas, y un trabajo que le cuesta conciliar con sus demás obligaciones.

La serie desmitifica la maternidad y toma con humor las exigencias desmedidas. Tuvo tanto éxito que se convirtió en libro, obra de teatro y adaptó su formato a la televisión.
Según Roxi es el reflejo de la necesidad de muchas madres de despojarse del estigma de la madre perfecta, habilidosa, instintiva, infalible e incondicional que ahoga desde otros medios de comunicación.

 En Estados Unidos, el blog Her Bad Mother estuvo entre los 25 más influyentes de 2012 según la revista TIME. [iv]. Otro gran éxito es el libro Scary Mommy, que figura entre la lista de los más vendidos de The New York Times, con una página muy consultada en internet. [v]

“Yo era mejor madre antes de ser madre”, clama una de las participantes de la página española Club de Malasmadres[vi], que recoge experiencias, errores y secretos de madres hartas de tanta perfección, con una cuidada estética basada en antiguas fotografías. “Venimos a reivindicar que seguimos siendo mujeres y no somos perfectas, ni superwomans, y que, además, no nos conviene nada tener superpoderes”, dice al diario El País de España Laura Baena, creadora de la página, y agrega: “Queremos ser madres y también mujeres. Estamos hartas de que nos etiqueten como progenitoras. Independientemente de tu manera de criar a tu hijo, lo que nos une es el sentimiento de culpa que nos acecha, la búsqueda de nuestro espacio, la lucha diaria por seguir siendo nosotras mismas, por no perder esos intereses que nos movían antes de ser madre y, sobre todo, por encima de todo, el sentido del humor y la autocrítica”.

Tengo muy asumido que estoy del lado de las malasmadres, muy lejos de las madres perfectas. No tengo superpoderes, ni un instinto especial. No pienso el 99.9 % del tiempo en mis hijos, como exige una publicidad de desinfectante. Tampoco soy buena cocinera, no limpio el baño hasta sacarle brillo, no sé coser dobladillos ni forrar cuadernos. A veces me olvido de comprar el regalito para que lleven al cumpleaños y no tengo idea de cuáles son los temas que entran para la próxima prueba. Pero sigo sintiendo que, a pesar de todas mis falencias, los quiero con toda el alma, me alegra verlos contentos y me desgarra verlos sufrir.

Termino de ordenar la casa y depongo la batalla con mis hijos. Descubro que mientras escribía, uno de ellos estiró su cama y ordenó la montaña de papeles. El más chico se despereza y se acerca para darme un abrazo.

Antes de cerrar la computadora, anoto una frase de Roxi: “La maternidad es un trabajo que nadie sabe cómo hacer, pero todos tienen una opinión para dar y algo para criticar. #quiéntepreguntó.”







jueves, 25 de agosto de 2016

CONTAR LA VIOLENCIA

Texto: Silvina Quintans

Publicado en el blog Damiselas en apuros a propósito de la encuesta sobre violencia machista organizada por #NiUnaMenos que se puede responder hasta el 3 de septiembre. Invitamos a todas las lectoras a que se sumen.



Zapatos rojos,  instalación de arte público.

Sábado a la noche, reunión de parejas. Ellos charlan en un rincón del living, nosotras en otro. Sendas conversaciones van por vías diferentes. Nosotras repasamos una y mil veces las mismas anécdotas del colegio, de los viajes, de tantos años compartidos. De pronto, una en tono jocoso dispara un recuerdo que hacía años habíamos enterrado.

-          ¿Te acordás de aquel día en que íbamos caminando las tres y un tipo nos empezó a seguir?. Estaba oscuro, y yo no me había dado cuenta, pero Uds. me apuraban. Cuando llegamos a casa, él seguía detrás de nosotras y Uds. le empujaron la puerta  encima. No me voy a olvidar nunca –risas- de la imagen del tipo en bolas contra el vidrio mientras nosotras gritábamos del lado de adentro

 Ellos dejaron su conversación, interesados en la anécdota.

-          ¿Y cuando cruzábamos a la mañana la Plaza Las Heras camino a la escuela y los tipos nos gritaban de todo desde los edificios en construcción? ¿Qué teníamos? ¿Doce años?, sigue otra.

-          A mí me apoyó uno en el subte cuando tenía 9 años y viajaba con mi mamá,  me dio mucha impresión y nunca se lo conté a nadie,  confesó otra.

-          Una vez un tipo se paró al lado mío cuando esperaba el colectivo, sacó el pito e hizo algo que yo en ese momento no entendía qué era. Después enfundó de nuevo y se fue. Yo en el momento quedé petrificada, pero llegué a la escuela en estado de shock. Todavía estaba en segundo año, pero nunca más viajé sola al colegio.

Las anécdotas se enhebran una detrás de otra, cada una tiene varias para contar. Ellos miran atónitos, jamás imaginaron que sus parejas habían tenido que pasar por esas situaciones.

Esa noche me fui con una sensación rara. El tono en el que habíamos contado las anécdotas era ajeno a la gravedad de las historias. Las contábamos en tono risueño, nada trágico, como quien relata algo de la vida cotidiana.  Estaba segura de que en cualquier reunión de mujeres que se planteara el tema,  todas tendrían más de una experiencia para sumar, y lo harían con la misma naturalidad.  No hay mujer que no haya tenido que enfrentar en algún momento de su vida la agresión de piropeadores, toquetones, exhibicionistas, acosadores o abusadores.

Contá la violencia machista


No existe ningún estudio sistemático sobre estas y otras violencias (simbólica, económica, psicológica, obstétrica) que padecemos las mujeres a lo largo de nuestra vida. Por eso es muy auspiciosa la iniciativa de la encuesta Contá la Violencia Machista[i] que impulsa el colectivo NiUnaMenos. La encuesta está disponible en la página de internet contalaviolenciamachista.com,  y consiste en un cuestionario de cerca de 200 preguntas en la modalidad de multiple choice,  que se responde de manera anónima, y se puede ir completando por etapas. Al momento de cierre de esta nota, ya había sido respondida por  45.800 mujeres de todo el país, de distintas edades y de todas las extracciones sociales. Con el resultado de esta encuesta se confeccionará el Primer Indice Nacional de Violencia Machista, una herramienta indispensable para elaborar políticas públicas y tomar conciencia de cómo se posiciona nuestra sociedad frente a conductas que muchas veces están naturalizadas.

Vale la pena responder el cuestionario. A medida que una va avanzando, se desnudan situaciones que en muchos casos no habíamos advertido como violentas.  Desde las experiencias callejeras hasta la vida de pareja, desde el ámbito laboral a la sala de partos, desde los pequeños desprecios cotidianos hasta la violencia física. El machismo está presente en cada rasgo de nuestra cultura, aunque a veces pase desapercibido.

En los ‘90 el psicoterapeuta Luis Bonino acuñó el término “micromachismos”,  que definió como “Pequeños y cotidianos controles, imposiciones y abusos de poder de los varones en relaciones de pareja, al que diversos autores y autoras (…) han llamado pequeñas tiranías, terrorismo íntimo, violencia “blanda”, “suave” o de muy baja intensidad, tretas de dominación, machismo invisible o sexismo benévolo. Comportamientos que son especialmente invisibles y ocultos para las mujeres que los padecen.”[ii]

Avanzar en la encuesta puede ser una revelación para aquellas que alguna vez pensamos que habíamos vivido ajenas a las situaciones de violencia.

Tarde de domingo

-          ¿Alguna vez un desconocido te mostró imprevistamente sus genitales en un espacio público (calle, plaza, transporte)?

Mamá se pone incómoda, duda, y finalmente me pide que responda que sí, que más de una vez una persona desconocida le había mostrado sus genitales en la calle. Es domingo a la tarde, afuera hace frío y está nublado. La sobremesa duró un rato largo, y después, como quien propone un juego, le pregunté si quería que respondiéramos juntas la encuesta sobre violencia machista.  Como le cuesta lidiar con la computadora, ella me dicta las respuestas y yo completo los casilleros.

Entonces me cuenta que cuando era muy joven un hombre en la calle la había agarrado de un brazo y la había metido dentro de un auto. Llevaba los genitales al aire. Ella logró zafarse, temblando llegó a la esquina, donde pidió ayuda a unos muchachos a los que siempre esquivaba porque le gritaban groserías. Uno de ellos la vio tan asustada que la acompañó hasta su casa.

Le cuento mis propias historias de exhibicionismo: un hombre masturbándose en la parada del colectivo mientras me miraba fijo (yo tenía 13), un tipo que salió desnudo en una playa desierta y nos empezó a correr haciendo gestos obscenos, uno escondido en un umbral una noche que volvía a casa…

-:¿Alguna vez sentiste vergüenza o te sentiste culpable de ser mujer?

Yo no dudo, nunca tuve vergüenza ni sentí culpa, al contrario. Ella, en cambio, duda, y contesta que sí, que sintió vergüenza de ser mujer.

-          ¿Alguna vez te descalificaron en privado por alguna acción u opinión tuya diciendo “y qué se puede esperar, si sos mujer…”? (Por ejemplo: al realizar una maniobra conduciendo un automóvil)

Si, muchas, respondemos al unísono y reímos.

-          ¿Alguna vez abandonaste tu educación o no aprovechaste una oportunidad de capacitación por tu condición de mujer

Yo no, le digo con suficiencia, sin advertir que fue gracias al camino que ella y mi abuela habían abierto en la familia. Mamá me cuenta que ella pudo estudiar gracias a mi abuela. Mi abuela era miembro de una familia sefaradí donde las mujeres se dedicaban a las tareas domésticas, mientras sus hermanos estudiaban en la universidad.  Corrían las primeras décadas del siglo XX, y en la próspera casa familiar no se podía concebir que una mujer estudiara. No se trataba de una cuestión económica sino de un tema cultural.

Cuando mi abuela formó su propio hogar, mi abuelo quiso repetir la historia: sacaría a mi mamá y a mi tía de la escuela, mientras el hijo varón seguía estudiando. Entonces ella lo enfrentó por primera y única vez: “o dejás estudiar a las chicas o me voy”. Las chicas estudiaron: una psicología, la otra Bellas Artes, esta última contra la voluntad de sus padres, que la consideraban una carrera indecente.  Mamá desafió a su familia, y luego continuó estudiando arte después de casada.

Sin embargo, a la hora de contestar la encuesta, me pide que responda que no pudo aprovechar todas las oportunidades por su condición de mujer. Entonces recuerdo las veces que se enojaba porque nadie respetaba su tiempo cuando pintaba en el taller que había armado en un cuarto de la casa de mi infancia. Su condición de esposa y madre había opacado su vocación de artista.

-          ¿Alguna vez un docente o un profesor ya sea en la primaria, en la secundaria o en la universidad; te hizo una propuesta sexual como condición para aprobar una materia, un examen o una prueba?

Me cuenta que un afamado artista con el que hizo un taller de pintura una vez la arrinconó en el taller mientras posaba para un cuadro. Ella era muy joven, le dio una cachetada y salió corriendo. Se sonroja aún cuando lo cuenta, todavía le da mucha vergüenza.

-          ¿Alguna vez fuiste excluida de alguna actividad familiar (por ejemplo: decidir una inversión, elegir un destino de vacaciones, participar de la organización de un funeral, etc.) por tu condición de mujer?

Se ríe, sí, muchas veces. Las inversiones las manejaba tu papá, lo mismo que todas las decisiones económicas.

-          :Antes del parto (durante el embarazo), durante el parto o después del parto, ¿te fue difícil o imposible preguntar o manifestar tus miedos o inquietudes porque el personal de salud no te respondía o lo hacía de mala manera?

-          La experiencia de la atención en el parto, ¿ te hizo sentir vulnerable, culpable o insegura?

Mamá me cuenta la noche que pasó internada antes de mi nacimiento. “Me dejaron un montón de horas, yo les decía que las contracciones dolían mucho, que ya estaba, pero las enfermeras me descalificaban, me decían que no podía doler tanto, que eran cosas de primeriza. La única que me escuchó fue la mujer que estaba en la cama de al lado, que les gritó que me atendieran porque estaba por parir. Y tenía razón”.

Rasurado, episiotomía, maniobras inconsultas, falta de explicaciones. La experiencia de mi primer parto fue tan traumática como la de mamá.

La tarde continúa con nuevas revelaciones. Cuando llegamos a las relaciones de pareja,  prefiero que pasemos de largo las preguntas porque no quiero conocer la intimidad entre mis padres.

Llegamos a la conclusión de que muchas cosas no han cambiado: el acoso callejero, la violencia obstétrica, el ninguneo diario, el lugar subalterno al que nos resignamos casi sin darnos cuenta.

ARISING

“Todas fuimos víctimas alguna vez”

La frase está estampada debajo de una mirada de ojos oscuros, en un muro de la muestra Arising (Resurgiendo) de Yoko Ono en el Malba[iii].  La artista invita a mujeres de cualquier edad, de todos los países de Latinoamerica a enviar su testimonio de algún daño que hayan sufrido por su condición de mujer. Los testimonios se imprimen junto con las fotografías de las miradas de las protagonistas y se cuelgan en un muro gigantesco.

Escribe una mujer de ojos graves:

Sus ojos, dos cuchillos afilados que atravesaron mi cuerpo/ Sus manos, decididas y más fuertes que las mías/ Solo hubo silencio y solo sigue habiendo silencio

Otra mujer, con uno de sus ojos morados:

Algo en el aire me dice que tenemos que gritar hasta que retumbe la tierra y todo se transforme. La violencia con la que se convive no es natural.

Los testimonios pinchan como agujas. En la pared de enfrente se proyecta un video llamado “Violación”. Una mujer es seguida por un camarógrafo hasta la exasperación por avenidas, callejones, su trabajo, su casa.

Más allá, una obra llamada “Fly”, muestra una mosca que se posa sobre el cuerpo de una mujer desnuda. La mujer gime, grita, llora ¿goza?. Un cuerpo desnudo, ofrecido, inerte. En este micromundo blanco, los ruidos perturban, sobresaltan, desesperan. ¿Es la mosca o la mujer quien gime? Frente a la mosca que se posa sobre los pezones, sobre el sexo, que hurga en cada rincón del cuerpo con una vibración que ya no es zumbido sino gemido, los testimonios toman otra dimensión.

La violencia estalla en cada palabra, en cada imagen, en cada sonido. La violencia se transforma en reverberación. Y una sale de la muestra temblorosa, lívida como la mujer desnuda, grave como las miradas anónimas estampadas las paredes.

Ten coraje
Ten rabia
Estamos resurgiendo

Dicen las “instrucciones” escritas en el muro.






jueves, 11 de agosto de 2016

ARGENTINIDAD AL PALO – EL DIA DESPUES DEL ESCANDALO CORDERA

Columna de Silvina Quintans para Radio Continental.

Escuchar las reacciones que generaron las declaraciones de Gustavo Cordera ante un grupo de estudiantes de TEA enciende una luz de esperanza. Se empiezan a cuestionar temas silenciados, a desnaturalizar situaciones que pasaban desapercibidas. Lo de Cordera fue brutal, dejó crudamente expuesto algo que es la punta de un iceberg.

El rock siempre se presentó, al menos en el discurso, como un ámbito libertario. Sabemos que forma parte de una industria que no está separada del sistema al que critica. Pero aún con ese halo crítico, no puede despegarse de actitudes que parecen prehistóricas. Y lo mismo se puede decir del reggaetón, de la cumbia, del cuarteto, incluso del futbol. Uno lo escucha hablar a Cordera y parece un dinosaurio que sigue manteniendo prejuicios que atrasan y están fuera de época.

No es rebeldía, no es contracultural, es precámbrico. El machismo y la misoginia atrasan, porque contra hombres como Cordera surge un chico como Jonatan, que con valentía denunció el hecho en Facebook, o los miles de hombres que se sumaron a las marchas por la igualdad de género, o los hombres que nos acompañan cada día, que nos tratan como personas, nos escuchan, nos dan un lugar y no se les caen los anillos por asumir tareas que todavía se consideran de mujeres.

El machismo atrasa, y una muestra de eso es el rechazo masivo de las declaraciones de Cordera que parece un animal prehistórico herido, tambaleándose y tratando de sostener viejas consignas. Pero al mismo tiempo se escuchan denuncias como la que trascendió hoy de una estudiante que acusa a cinco hombres de haberla violado en un departamento al que había ido con uno de ellos. O el pedido de juicio oral para Alexis Zárate, el jugador de futbol acusado de violar a una joven mientras ella dormía con su novio, amigo del violador.

Hombres jóvenes que comparten aquellos códigos rancios según los cuales los machos se reparten las minas, las comparten, las señalan y después brindan mientras comentan sus “proezas”. A veces disfrazados de publicidades que invocan una supuesta complicidad masculina, otras disfrazados de camaradería, de espíritu de cuerpo frente a las minas.

Esta mañana escuchaba a una chica muy valiente que se animó a denunciar a un músico de rock que había abusado de ella durante años. ¿Cuántas veces se habla de forma despectiva de las “grouppies”? ¿Cuántas veces los muchachos –muchos de ellos ya no tan muchachos- se ufanan de sus “hazañas” incluso delante del público que festeja? ¿Cuántas veces se dice que la única motivación de los músicos es levantarse minitas? ¿Cuántas de esas minitas son tomadas y descartadas como si fueran objetos?¿Cuántas son menores de edad?


Queda un sabor agridulce después de todo lo que sucedió en las últimas 24 horas. El sabor dulce de la reacción casi unánime de los medios y de la sociedad en repudio de tanta misoginia. El sabor agrio de que sigue muriendo una mujer cada 30 horas, de que siguen existiendo violaciones y se sigue cuestionando a las víctimas, el sabor agrio de que todavía sigamos pidiendo por #NiUnaMenos.

Para quienes no hayan escuchado, aquí van las declaraciones de Cordera


viernes, 29 de julio de 2016

CON AMIGOS ASÍ... (A propósito del "boludeo" y de las campañas publicitarias por el "Mes del Amigo"

Columna de Silvina Quintans para Radio Continental.

Hoy es el último día de lo que algunos, empeñados en estirar los réditos económicos del 20 de julio, han dado en llamar “Mes del amigo”.

La definición de amigo fue cambiando con los años. Y así como las redes sociales modificaron el concepto, la publicidad llevó la definición a límites que jamás hubiéramos sospechado.

¿Podríamos llamar amigo a alguien que te baja del auto y te larga a pata a la madrugada en la soledad de la Costanera?¿O a un grupo de sádicos que te atan a un poste, te arrancan los pelos del pecho de raíz, y después se mandan a mudar dejándote ahí atado?

Parece que sí, porque según la propaganda de una bebida alcohólica “donde hay amigos, hay boludeo”. Así que a respirar hondo, bancársela y sonreir.

Y eso no es todo: en la misma línea, otra publicidad de un servicio de internet,  tiene como protagonista a un joven bromista  que, según él mismo asume, a veces se pone pesado. Este muchacho tiene la feliz idea de  ridiculizar a un “amigo” excedido de peso viralizándolo en las redes sociales con la cola de una ballena. Si alguien quería saber de qué se trata el cyberbullying, esta propaganda lo ilustra. Y para que quede bien claro, se ve luego a un grupete de chicos de escuela primaria riéndose a carcajadas de la imagen trucada del gordito. Pero, se entiende que todo vale porque son amigos, o, como dice más adelante,  “no nos reimos de vos sino con vos”

El bromista sigue con su carrera desenfrenada de provocaciones y a otro lo hace pelearse con la novia para que se pueda juntar con los muchachos.

Un paréntesis aquí: para estas propagandas el Dia del Amigo parece ser patrimonio exclusivo de estos grupos de amigotes. La única presencia femenina es la de esta mujer desquiciada que destruye a palazos una tablet porque el muchacho se quiere juntar con sus amigos, como si ella no tuviera vida propia y viviera obsesionada con retenerlo a sol y a sombra. Se sabe que las mujeres somos brujas, no tenemos amigas, vivimos pendientes de cada paso de nuestro hombre, carecemos de sentido del humor y no somos capaces de comprender los sutiles códigos del “boludeo”.

Si quedara alguna duda sobre la intención de estas campañas, aquí va la voz autorizada de los “creativos” (dicho esto sin ironía) que idearon una de ellas: “Creemos que un amigo es quien te da un corto en la nuca, es quien cita constantemente a tu hermana, remarca al máximo tus defectos físicos y se lleva una sonrisa a cambio. Ser amigo de alguien es poder explotar toda la impunidad que te da la confianza”,

Y ahí viene el slogan: “Si hay amigos, hay boludeo”, o, si se quiere ser más preciso,  “si hay amigos, hay bullying”.


Yo paso, gracias, para amigos así, prefiero una tarjeta con una frase cursi, un oso de peluche o la vieja publicidad de los 80 en la que aparecía un grupo de amigos y amigas tocando el piano, cantando, soñando. “Mis amigos son unos bolas, pero son mis amigos”, decía el remate.




lunes, 25 de julio de 2016

Dormir en la vereda

Texto: Silvina Quintans

Desocupados, Antonio Berni, 1934
A Ramón se le llenan los ojos de lágrimas cuando habla de Carolina.

-          Soy de lágrima fácil –se disculpa-. Ella, en cambio, no llora nunca.

Ella lo mira, en silencio, sus ojos fuertes sostienen la mirada. Dice que no sabe llorar, que no le sale como a él. Acaba de salir de la carpa improvisada en la Plaza del Congreso donde se resguardan del frío y guardan sus pocas pertenencias.  Julieta[i], de un año y medio, sonríe y se agarra de la pierna de su mamá.

-          Con Carolina pasamos muchas cosas juntos, es una compañera de oro. Yo no estaría aquí si no fuera por ella. Cuando vivíamos en el Chaco a veces no teníamos para comer, pero siempre salíamos adelante. Todavía no teníamos a los chicos, soñábamos con tener esta familia. Allí no había trabajo y decidimos venir a Buenos Aires. Ella siempre me dio fuerza, es optimista, yo soy un poco llorón.

El frío aprieta en esta noche de mayo frente al edificio del Congreso, donde se debaten las leyes y el destino del país. 

-          Nos quisieron llevar debajo de la autopista, no querían que la gente nos viera. Afeamos el paisaje,  pero no tenemos dónde ir. Aquí por lo menos estamos más seguros.

Ramón y Carolina se instalaron con su familia en la plaza hace un par de meses, cuando cerró el restaurante donde él trabajaba de parrillero. El se quedó sin sueldo y sin plata para pagar el hotel donde vivían. Les cobraban $ 8500 por un par de habitaciones sin baño ni cocina. El doble de lo que costaría el alquiler de un departamento. Sin sueldo ni garantías, de un día para otro quedaron en la calle.

-          Nunca pensé que estaría en esta situación. La gente que critica a aquellos que viven en la calle no tiene idea de lo que es no tener un baño, una comida caliente, abrigo, una cama. Aquí yo me despierto varias veces durante la noche porque tengo miedo de que vengan a robarnos. El frío tampoco permite dormir.

Los días son difíciles en la intemperie.  Les tocaron semanas enteras de lluvia: humedad en el suelo,  en las frazadas, en las entrañas. La ropa mojada, una constelación de objetos transpirados.
Sus hijos, salvo la beba, nunca dejaron de ir al colegio.  Bien peinados y con ropa limpia, nadie sospecha que viven en situación de calle. Los chicos rogaron a sus padres que no avisen en la escuela lo que están viviendo.

-          Ud. sabe cómo son los pibes, se burlan de los que tienen la piel oscura, son extranjeros o les falta plata. Ni hablar si vivís en la calle. Por eso prefirieron no decir nada.

Ramiro está en primer año y según su papá “pinta para genio”. El sonríe con timidez mientras sostiene en brazos a la beba y juega con ella. Martina, la de 9, adora leer. Va guardando todos los libros que le regala la gente adentro de una mochilita, y prometió que cuando tengan una casa va a armar una biblioteca para tenerlos a mano. La mayor tiene quince, nunca descuidó los estudios, aunque también ayuda con el cuidado de la beba.

-          Yo estoy muy orgulloso de mi familia, es lo más valioso que tengo. Nos mantenemos unidos.  Para mí lo más importante es que no pierdan la educación. Van a jornada simple a la escuela porque también quiero que pasen tiempo con nosotros.  Veo que hay gente que deja a sus hijos en la puerta por la mañana y los buscan a las cinco de la tarde. Nosotros pasamos tiempo con ellos, revisamos la tarea, conversamos, los acompañamos. Aun en estas circunstancias, nunca dejamos de comer juntos.

Las pertenencias de Ramón, Carolina y sus hijos caben en una especie de iglú hecho con bolsas de plástico.  El nos cuenta que adentro tiene un mueblecito que compró para mirar televisión.  Es una de las pocas cosas que le quedan de cuando tenía un hogar, y lo guarda para cuando vuelva a estar bajo techo.  La humedad fue corroyendo todo lo demás, incluso la ropa que quedaba dentro de una valija.
.- No acepto dinero de nadie. Solo quiero volver a trabajar

Un canal de televisión contó la historia hace unos días. Su carpa y el drama de su familia, que hasta entonces parecían invisibles, se corporizaron como si hubieran sido tocados por una varita mágica.  En pocas horas empezó a llegar la ayuda.  Y allí estábamos un grupo de madres del colegio de mi hijo, conmovidas por la historia que habíamos visto en televisión, dispuestas a ayudar en lo que necesitaran. Mientras charlábamos en la puerta de la carpa, varias personas se acercaron con la misma idea. Una mujer llegó en bicicleta con hojas de carpeta para la escuela. Otra acercó una bolsa con ropa de marca. “Ramón, vi su historia en televisión, Ud. es un gran ejemplo para sus hijos”, le dice antes de volver al auto último modelo mal estacionado. Según nos cuentan, una mujer se ofreció para dar clases particulares de francés a Ramiro, porque es la materia que más le cuesta.

Un chico con gorra y ropa deportiva se queda junto a la carpa. “Vengo a darle ánimo a la familia, yo también viví desde chico en situación de calle y me duele verlos así a ellos”

Apenas se emitió el informe, el sindicato gastronómico le ofreció trabajo a Ramón en su oficio y   consiguió un hotel para la familia. Una documentalista de la cadena Al Jazeera gestionó el dinero para el depósito de un departamento, y el sindicato se ofreció a otorgar la garantía.

Ramón nos recibe con todas estas buenas noticias, es su último día en la calle y está feliz de volver a trabajar. Se queja de la desidia de las autoridades, habla de los diputados y senadores que transitaron cada día a su lado sin mirarlo, de la solidaridad de la gente que se acerca desde que salió el informe en televisión.

Le preguntamos si necesita algo más. Carolina pide ropa para los chicos, pañales para Julieta, libros para la biblioteca que algún día armará Martina. Le cuesta pedir y recalca varias veces que no aceptan dinero. Ramón, ojos abrillantados,  nos dice que también necesita algo. Se acerca a cada una de nosotras y nos da un abrazo cargado de lágrimas. “Gracias por no dejarnos solos”, murmura.

A pocos metros de Ramón, otra carpa aloja a María Schoo, Licenciada en Historia del Arte y restauradora, que también quedó  en la calle con su marido contador público.  Al otro lado de la plaza, otras familias acampan junto a sus hijos que llegan de cartonear.  Todos ellos invisibles, la televisión tal vez nunca pase por allí.  [ii]





[i] Los nombres de todos los niños fueron modificados.

[ii] Según el informe presentado en mayo por el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, el 32,5% de los argentinos es pobre. En los últimos meses cayeron en la indigencia 315.000 personas y se sumaron 1.400.000 nuevos pobres.
Unicef presentó hace pocas semanas su primer informe multidimensional de pobreza infantil.  En diciembre de 2015 el 30% de los niños nacidos en el país eran pobres.  Esto se traduce en cuatro millones de niños, de los cuales 350 mil están en situación de pobreza extrema.