Columna de Silvina Quintans para Radio Continental
¿Qué se puede decir de Borges que no haya sido dicho? Como no
soy especialista en el tema, pero la fecha me trae muchísimos recuerdos , se me ocurrió volver sobre lo subrayado.
Volver sobre los libros subrayados es un ejercicio
interesante porque arma un mapa íntimo de lectura en el que a veces nos
desorientamos: ¿por qué habré subrayado esto?.¿En qué momento? La cuestión se
acentúa cuando el libro es un grueso tomo de Obras Completas de Borges, que de
completo no tiene nada porque después de que se editó él siguió escribiendo, y tal vez nunca esté
completo porque es un escritor inagotable. Un tomo que una no leyó de punta
a punta, pero fue leyendo en
distintas etapas de la vida
Me reencontré con estos versos extraordinarios que debo
haber subrayado en noches de insomnio y melancolía::
Mi nombre es alguien y cualquiera
Paso con lentitud, como quien
viene de tan lejos que no espera llegar.
Sigo y me topo con
frases del libro Evaristo Carriego que utilicé para un artículo que escribí hace muchos años sobre la ruta del tango.
Antes era una orgiástica diablura, hoy es una manera de caminar.
Tal vez la misión del tango sea esa: dar a los argentinos la
certidumbre de haber sido valientes, de haber cumplido ya con las exigencias
del valor y el honor.
Sigo hojeando, me sorprende lo ecléctico del libro, lejos de
la solemnidad con la que se lo asocia, Borges tenía mucho sentido del humor. Un
humor irónico que requiere cierta complicidad y esfuerzo de quien lo lee.
En El arte de injuriar
encuentro subrayada una frase:
“El hombre de
Corrientes y Esmeralda adivina la misma profesión en las madres de todos” .
El uso de los verbos puede también ser una forma de injuria: cometer un soneto o emitir
artículos.
En su lucidez descubre que la palabra Doctor puede
significar una injuria o una “aniquilación”.
“Mencionar
los sonetos cometidos por el doctor Lugones equivale a medirlos mal para siempre, a
refutar cada una de sus metáforas. A la primera aplicación de Doctor, muere el
semidiós y queda un vano caballero argentino que usa cuellos postizos de papel,
se hace rasurar día por medio y puede fallecer de una interrupción en las vías
respiratorias. Queda la central e incurable futilidad de todo ser humano.”
Borges se mete con la vida cotidiana, con el lenguaje de los
argentinos, describe su barrio, los arrabales, los guapos y cuchilleros, pero
cuando uno avanza en las páginas, se encuentra también con la Historia de la
Eternidad, los laberintos, las bibliotecas, los espejos. Sobre los espejos,
tengo subrayada una frase que habré marcado en un momento no demasiado
optimista o de desilusión sentimental: “los espejos y la cópula son abominables
porque multiplican el número de hombres.”
Sigo avanzando y me
encuentro con una frase que me quedó
marcada a fuego. Es la frase inicial del cuento Las ruinas circulares: “Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche”. La primera vez que
leí este cuento fue en la escuela y no pude sacarme de la cabeza la palabra
unánime. A los periodistas nos reprimen con el uso de los adjetivos, por eso,
cuando tengo alguna duda, me acuerdo del “unánime”. Borges no escribe “oscura
noche”, ni “negra noche”, escribe “unánime noche”, y eso es literatura: la maestría de colocar una
palabra inesperada junto a otra que uno nunca asociaría con la primera. Con ese adjetivo
Borges reinventa la palabra “noche”: hace que uno se detenga y la imagine más
oscura y negra que cualquier otra noche.
En fin, salto a una pilita de libros que escribió después de
las Obras Completas. Hay un compilado de
conferencias que se llama Siete Noches donde reflexiona: “Siempre he sentido que mi destino era, ante todo, un destino literario,
es decir, que me sucederían muchas cosas malas y algunas buenas. Pero siempre
supe que todo eso, a la larga, se convertiría en palabras, sobre todo las cosas
malas, ya que la felicidad no necesita ser transmutada: la felicidad es su
propio fin.”
Hasta aquí mi recorrido íntimo, desordenado y poco
profesional, cada lector está invitado a subrayar sus propias páginas.