Texto: Silvina Quintans
Reeditamos esta nota publicada en 2016 en el blog Damiselas en Apuros, en homenaje a los 150 años de la primera edición de Mujercitas
TODAS QUERIAMOS SER JO MARCH
Mi abuela no sabía leer, y hacia el final de su vida había
quedado ciega. Se sentaba en una silla de mimbre en la puerta de su casa, y
sentía el ruido de la calle, el tren que pasaba a cada rato por las vías de
aquella cortada que se había convertido en su lugar en el mundo.
La abuela solía preguntarme qué quería ser cuando fuera
grande. Una vez le dije que quería ser escritora. Recuerdo su cara de
perplejidad: ¿Qué es una escritora? ¿de dónde había sacado esa idea?.
El 30 de septiembre se cumplieron 150 años de la publicación de Mujercitas. La vida de aquellas muchachas del siglo XIX dibujadas por la pluma de Louisa May Alcott (1832, Pensilvania - 1888, Boston, Massachusetts) forma parte de la educación sentimental de varias generaciones. Meg, bella y responsable, Beth, abnegada, frágil y sensible, Amy, coqueta e inquieta, Marnee, la madre que siempre tenía la palabra justa. Pero si existía alguien a quien todas queríamos parecernos era a la intrépida Jo, quinceañera, aspirante a escritora, dispuesta a romper con todos los mandatos
Louisa May Alcott concibió al personaje como su alter ego.
La autora fue una mujer independiente que militó contra la esclavitud y por los
derechos de las mujeres, entre ellos el sufragio. Jamás se casó –un pecado para
la época- y vivía de la escritura.
Escribió Mujercitas por encargo de una editorial que le pidió un libro para
señoritas, género muy de moda en la época, algo así como una chick lit del
siglo XIX. Louisa escribió lo que le pidieron, pero a su manera y basándose en
su propia vida. Aunque los ojos del narrador están posados sobre Jo, la autora
tiene una mirada generosa y compasiva sobre cada uno de sus personajes, que crecen a lo largo del año en el que
transcurre el libro.
Las guías para señoritas eran textos moralizantes que se
usaban para adiestrar a las mujeres con el fin de convertirlas en buenas
esposas y madres. Estos manuales reproducían estrictos códigos que indicaban
desde cómo sentarse o comportarse en una reunión, hasta cómo mantener una
conversación, o cuidar la piel para estar siempre radiante. El destino final de
tantos modales era conseguir un buen marido y mantener un hogar armonioso.
Jo se opone a todos esos mandatos y al destino hogareño que
auguran, como lo hizo la propia autora durante toda su vida. Y aunque su mundo
parezca muy lejano del nuestro, a muchas nos sonarán frases dignas de estos
manuales como “sentate bien” -es decir derecha y con las piernas cerradas-, o
“nadie te va a querer si sos tan desordenada”, o “apurate a conseguir novio”, o
“conservá a tu marido que ya no quedan hombres así”. Las revistas femeninas nos
siguen disciplinando hacia modelos imposibles de alcanzar como los viejos
manuales para chicas. La publicidad todavía nos conmina a mantener el hogar
desinfectado y los pisos limpios y brillantes. Por eso muchas todavía
reivindicamos la figura de Jo March.
Tribulaciones de una adolescente
Jo no era bella. Su belleza, en todo caso, estaba en su vitalidad y carácter. Al menos eso
surge de la descripción que se hace en las primeras páginas:
Jo, que tenía quince años, era muy alta, esbelta y morena, y le
recordaba a uno un potro; nunca parecía saber qué hacer con sus largas
extremidades, que se le atravesaban en el camino. Tenía la boca decidida, la
nariz respingada, ojos grises muy penetrantes, que parecían verlo todo, y se
ponían alternativamente feroces, burlones o pensativos. Su única belleza era su
cabello, hermoso y largo, pero generalmente lo llevaba descuidadamente recogido
en una redecilla para que no le estorbara; los hombros cargados, las manos y
los pies grandes y un aire de abandono en su vestido y la tosquedad de una
chica que se hacía rápidamente mujer a pesar suyo
.
Tampoco era elegante,
ni estaba pendiente de su apariencia y arreglo personal. Privilegiaba la
comodidad sobre la moda y le pesaba todo aquello que se entendía por femineidad
a mediados del siglo XIX. No duda en ponerse un sombrero de ala ancha que todos
consideraban ridículo para un evento social
al aire libre. Lo considera muy útil para no quemarse la cara, a pesar
de que ninguna dama hubiera aceptado semejante atuendo.
Se burla de la coquetería de su hermana Meg, y recalca una y
mil veces que no le interesa ser una señorita. Su manifiesto es en parte rebeldía
hacia las convenciones que asocia con el mundo de los adultos, pero también es resistencia a abandonar la
infancia y su mundo libre de reglas.
-
Deberías
recordar que eres una señorita, le dice Meg
-
¡No lo
soy! Detesto pensar que he de crecer y ser la señorita March, vestirme con
faldas largas y ponerme primorosa. Ya es bastante malo ser chica, gustándome
tanto los juegos, las maneras y los trabajos de los muchachos. No puedo
acostumbrarme a mi desengaño de no ser muchacho, y menos ahora que me muero de ganas de ir a pelear al
lado de papá y tengo que permanecer en casa tejiendo medias calceta como una
vieja cualquiera –
En uno de los capítulos más conmovedores del libro, vende en secreto su cabello –“su única
belleza”, como define la madre- para enviar dinero a su padre que fue herido en
la guerra. Su inesperado gesto conmueve a toda la familia, pero ella se muestra
muy convencida de lo que hizo:
Será bueno para
mi vanidad; me
estaba poniendo demasiado
orgullosa de mi peluca. Mi cerebro ganará con quitarse ese peso de
encima; siento la cabeza ligera
y fresca, que
da gusto, y
el peluquero dijo
que pronto tendría unos
bucles como los
de un muchacho
que me sentarían
muy bien y serán fáciles de peinar; estoy contenta; toma por favor el
dinero y cenemos.
Por la noche, sin embargo, Meg la escucha sollozar en la
cama. Llora como la nena que todavía lleva adentro y suspira por su cabello, su
“única belleza”.
Jo detesta las limitaciones que le impone su condición de
mujer, y muchas veces lo demuestra a través de sus modales opuestos a todo
convencionalismo. Como toda adolescente que se precie, es impulsiva, cambia
rápidamente su estado de ánimo y tiene dificultades para dominar su carácter.
Su madre, la sabia Marmee, le da las herramientas para templar sus volcánicas
reacciones.
Puede pasar largas horas aislada del mundo encerrada en la
bohardilla entre sus libros, o patinar con desenfreno al aire libre en plena
época de nieve sin cuidar la elegancia o la compostura. Su lugar no está en los
bailes de sociedad, ni en los salones o tertulias.
Me quedaré sentada; a mí no me gustan los bailes de sociedad; no me
divierte ir dando vueltas acompasadas;
me gusta volar, saltar y brincar
Jo es una apasionada
de la lectura y de la escritura. Escribe obras teatrales, inventa sociedades
secretas, redacta diarios familiares siempre con la complicidad de sus hermanas
y de su amigo y vecino Laurie. Su educación es informal y autodidacta.
La hermana menor, Amy, sí va a la escuela, pero la madre
resuelve darle también educación domiciliaria cuando se entera de que su hija
ha sido castigada y humillada en clase, una práctica extendida y aceptada en la
época.
No apruebo los castigos corporales, y menos aún cuando se trata de
niñas.
Jo es la encargada de entregarle al docente la carta con las
razones por las que Amy no asistirá más a clase. Antes de retirarse del aula,
Jo se limpia el barro de las botas en la estera de la entrada “como si quisiera
sacurdirse el polvo del lugar”
Muchachas trabajadoras
Si bien todas las mujeres de la casa de los March –salvo
Beth y la criada- detestan las tareas domésticas, la madre les enseña a valorarlas de una
manera muy original. En estos días en los que tanto hablamos del trabajo
ingrato e invisible que realizamos las mujeres en la casa, la Sra. March decide
mostrar su valor a través de lo que hoy llamaríamos un paro de mujeres.
Las hermanas manifiestan su deseo de jugar todo el día y
librarse de las tareas domésticas durante las vacaciones. Lejos de
sermonearlas, la madre da rienda suelta
a sus hijas para que lo hagan. La trampa está en que ella decide hacer lo
mismo, y la casa termina por colapsar. En un rasgo de ironía de la autora,
hasta el pájaro de Beth muere de inanición porque en el desorden se olvidan de
alimentarlo. Las chicas aprenden que esas pequeñas tareas que nadie valora
sirven para que los engranajes de la vida sigan funcionando.
Pero aprenden algo más: el valor del trabajo. El trabajo
doméstico es necesario y debe ser respetado, así como el trabajo fuera de la
casa es un camino para obtener autonomía. La familia March tuvo un pasado de
tranquilidad económica, pero las cosas han cambiado. El padre perdió parte de
su fortuna prestándosela a un amigo y ahora se marchó a la guerra, por lo
tanto, las mujeres deben arreglarse solas para mantener la casa.
A diferencia de las
discípulas de los manuales de señoritas, que aspiraban a un buen matrimonio
como sostén económico, las hermanas March realizan pequeñas tareas que permiten
el sostenimiento económico de la familia. Meg trabaja como institutriz de una
familia rica y Jo oficia de dama de compañía de su adinerada tía leyéndole
todos los días. Esa ocupación le permite
ganar algo de dinero y devorar los libros de la biblioteca mientras su tía se
queda dormida.
El trabajo pasa a ser fundamental para esta familia, que de
algún modo reproduce la ética norteamericana y protestante. Pero el trabajo es,
además, un camino hacia la autonomía y realización personal de las mujeres,
según la propia Marmee enseña a sus hijas:
El trabajo es saludable y hay
bastante para todas;
nos libra del
aburrimiento y de
la malicia, es bueno para la salud y el espíritu y nos da
mayor sentido de capacidad y de independencia que el dinero o la elegancia.
Hay también una dimensión solidaria de este trabajo que
ayuda a sostener a esa comunidad de mujeres. Jo detesta leerle a su tía, una
mujer rígida y malhumorada, tal vez el único personaje antipático de la novela.
Es un trabajo que realiza para contribuir a la familia.
Pero el trabajo también tiene una dimensión de realización
personal que hasta entonces era negada a
las mujeres. Por eso debe haber sido revolucionaria para la época la escena en
la que Jo visita en secreto al editor de un diario y publica sus cuentos. Ella
escribe con pasión y aspira a vivir en el futuro de la escritura, como lo hizo
la autora.
Le faltó el
aliento y escondiendo
la cabeza en
el periódico, derramó algunas
lágrimas ingenuas, porque
ser independiente y
ganar las alabanzas de
las personas que
amaba eran los
deseos más ardientes de su corazón, y aquello parecía el
primer paso hacia tan feliz meta.
Y aunque el interés romántico es uno de los ejes del libro,
la energía de Jo está puesta en la escritura, la actividad que más la apasiona
y también el medio económico con el que aspira a sostenerse y ayudar a su
familia.
Solterita y sin apuro
Ya no se
dejan fortunas de
esa manera -dice Meg
refiriéndose a las fortunas heredadas -
; ahora,
para tener dinero los hombres tienen que trabajar y las
mujeres tienen que casarse. Es un mundo muy injusto
En el caso de la familia March, pobre y sin herencia a la
vista, el panorama se amplía en lugar de estrecharse porque las chicas son
alentadas a ser autónomas. Frente a la independencia económica, el matrimonio
como medio para sobrevivir deja de ser la única opción para estas mujeres. El
matrimonio, si llegaba, estaría ligado al amor y no al dinero.
-Las muchachas pobres no tienen
oportunidades, si no se hacen valer -suspiró Meg.
-Entonces seremos solteronas -repuso Jo seriamente.
Jo rompe aquí con el tabú de la soltería. Su madre, lejos de
disuadirla, considera que el dinero no debe ser el móvil del matrimonio. Si
bien la soltería no era vista como un estado deseable ni alentada por la
familia, la Sra. March sorprende con la siguiente respuesta:
-Bien dicho, Jo; más vale ser solteronas felices que casadas
desgraciadas o muchachas inmodestas a la caza de maridos -dijo decididamente la
señora March -. Recuerden una cosa, hijas mías: su madre está siempre lista
para ser su confidente, y vuestro padre para ser vuestro amigo; esperamos y
con- fiamos que nuestras hijas, casadas o solteras, constituirán el orgullo y
consuelo de nuestras vidas.
La desmitificación de la soltería sigue siendo una
asignatura pendiente. Las mujeres solteras aún son estigmatizadas, burladas o
descalificadas por su elección de vida. La idea de “solteronas felices” que
esgrime la Sra. March en aquellos tiempos debió haber parecido un oxímoron. Su
postura todavía resulta moderna: una madre que alienta a sus hijas a ser ellas
mismas y a buscar su camino.
Hace varios días que intento terminar esta nota, releo el
libro, lo subrayo, tomo notas. Hay coincidencias que se parecen mucho al
destino, porque mientras intento cerrar el texto la televisión repite una
publicidad de vino dulce. “Fragmentos de Mujercitas”, anuncia un cartel y luego
se escucha la voz en off de la Sra. March mientras se muestran los pasos que
sigue una chica para convertirse en bailarina.
Procura ser algo espléndido, y asegurate asombrarlos a todos algún
día. Puede que seas pequeña, pero si te
lo propones brillarás tan intensamente como el sol, si sientes que tu valor
reside en ser algo meramente decorativo, tengo miedo de que algún día pienses que eso es todo lo que realmente
eres. Ve, aduéñate de tu libertad y descubre las cosas hermosas que surgen de
ello. Si tienes tantos dones extraordinarios, ¿cómo podrías llevar una vida
ordinaria?
Apago la televisión y cierro el viejo libro forrado de verde
que guardo desde mi infancia. Recuerdo a mi abuela, sentada en la puerta de su
casa, con tantos sueños inconclusos. Pienso en las libertades y en todos los
libros que le fueron negados.
Todas quisimos ser Jo alguna vez, aunque no lo supiéramos.