lunes, 1 de octubre de 2018

Todas queríamos ser Jo March

Texto: Silvina Quintans

Reeditamos esta nota publicada en 2016 en el blog Damiselas en Apuros,  en homenaje a los 150 años de la primera edición de Mujercitas

TODAS QUERIAMOS SER JO MARCH


Mi abuela no sabía leer, y hacia el final de su vida había quedado ciega. Se sentaba en una silla de mimbre en la puerta de su casa, y sentía el ruido de la calle, el tren que pasaba a cada rato por las vías de aquella cortada que se había convertido en su lugar en el mundo.

La abuela solía preguntarme qué quería ser cuando fuera grande. Una vez le dije que quería ser escritora. Recuerdo su cara de perplejidad: ¿Qué es una escritora? ¿de dónde había sacado esa idea?.  

El 30 de septiembre se cumplieron 150 años de la publicación de Mujercitas. La vida de aquellas muchachas del siglo XIX dibujadas por la pluma de Louisa May Alcott (1832, Pensilvania -  1888, Boston, Massachusetts) forma parte de la educación sentimental de varias generaciones. Meg, bella y responsable, Beth, abnegada, frágil y sensible, Amy, coqueta e inquieta,  Marnee, la madre que siempre tenía la palabra justa. Pero si existía alguien a quien todas queríamos parecernos era a la intrépida Jo, quinceañera, aspirante a escritora, dispuesta a romper con todos los mandatos

Louisa May Alcott concibió al personaje como su alter ego. La autora fue una mujer independiente que militó contra la esclavitud y por los derechos de las mujeres, entre ellos el sufragio. Jamás se casó –un pecado para la época-  y vivía de la escritura. Escribió Mujercitas por encargo de una editorial que le pidió un libro para señoritas, género muy de moda en la época, algo así como una chick lit del siglo XIX. Louisa escribió lo que le pidieron, pero a su manera y basándose en su propia vida. Aunque los ojos del narrador están posados sobre Jo, la autora tiene una mirada generosa y compasiva sobre cada uno de sus personajes,  que crecen a lo largo del año en el que transcurre el libro.

Las guías para señoritas eran textos moralizantes que se usaban para adiestrar a las mujeres con el fin de convertirlas en buenas esposas y madres. Estos manuales reproducían estrictos códigos que indicaban desde cómo sentarse o comportarse en una reunión, hasta cómo mantener una conversación, o cuidar la piel para estar siempre radiante. El destino final de tantos modales era conseguir un buen marido y mantener un hogar armonioso.

Jo se opone a todos esos mandatos y al destino hogareño que auguran, como lo hizo la propia autora durante toda su vida. Y aunque su mundo parezca muy lejano del nuestro, a muchas nos sonarán frases dignas de estos manuales como “sentate bien” -es decir derecha y con las piernas cerradas-, o “nadie te va a querer si sos tan desordenada”, o “apurate a conseguir novio”, o “conservá a tu marido que ya no quedan hombres así”. Las revistas femeninas nos siguen disciplinando hacia modelos imposibles de alcanzar como los viejos manuales para chicas. La publicidad todavía nos conmina a mantener el hogar desinfectado y los pisos limpios y brillantes. Por eso muchas todavía reivindicamos la figura de Jo March.

Tribulaciones de una adolescente


Jo no era bella. Su belleza, en todo caso, estaba en su vitalidad y carácter. Al menos eso surge de la descripción que se hace en las primeras páginas:

Jo, que tenía quince años, era muy alta, esbelta y morena, y le recordaba a uno un potro; nunca parecía saber qué hacer con sus largas extremidades, que se le atravesaban en el camino. Tenía la boca decidida, la nariz respingada, ojos grises muy penetrantes, que parecían verlo todo, y se ponían alternativamente feroces, burlones o pensativos. Su única belleza era su cabello, hermoso y largo, pero generalmente lo llevaba descuidadamente recogido en una redecilla para que no le estorbara; los hombros cargados, las manos y los pies grandes y un aire de abandono en su vestido y la tosquedad de una chica que se hacía rápidamente mujer a pesar suyo
.
 Tampoco era elegante, ni estaba pendiente de su apariencia y arreglo personal. Privilegiaba la comodidad sobre la moda y le pesaba todo aquello que se entendía por femineidad a mediados del siglo XIX. No duda en ponerse un sombrero de ala ancha que todos consideraban ridículo para un evento social  al aire libre. Lo considera muy útil para no quemarse la cara, a pesar de que ninguna dama hubiera aceptado semejante atuendo.

Se burla de la coquetería de su hermana Meg, y recalca una y mil veces que no le interesa ser una señorita. Su manifiesto es en parte rebeldía hacia las convenciones que asocia con el mundo de los adultos,  pero también es resistencia a abandonar la infancia y su mundo libre de reglas.

-          Deberías recordar que eres una señorita, le dice Meg
-          ¡No lo soy! Detesto pensar que he de crecer y ser la señorita March, vestirme con faldas largas y ponerme primorosa. Ya es bastante malo ser chica, gustándome tanto los juegos, las maneras y los trabajos de los muchachos. No puedo acostumbrarme a mi desengaño de no ser muchacho, y menos  ahora que me muero de ganas de ir a pelear al lado de papá y tengo que permanecer en casa tejiendo medias calceta como una vieja cualquiera –

En uno de los capítulos más conmovedores del libro,  vende en secreto su cabello –“su única belleza”, como define la madre- para enviar dinero a su padre que fue herido en la guerra. Su inesperado gesto conmueve a toda la familia, pero ella se muestra muy convencida de lo que hizo:

Será  bueno  para  mi  vanidad;  me  estaba  poniendo  demasiado  orgullosa de mi peluca. Mi cerebro ganará con quitarse ese peso de encima; siento la  cabeza  ligera  y  fresca,  que  da  gusto,  y  el  peluquero  dijo  que  pronto tendría  unos  bucles  como  los  de  un  muchacho  que  me  sentarían  muy bien y serán fáciles de peinar; estoy contenta; toma por favor el dinero y cenemos.

Por la noche, sin embargo, Meg la escucha sollozar en la cama. Llora como la nena que todavía lleva adentro y suspira por su cabello, su “única belleza”.

Jo detesta las limitaciones que le impone su condición de mujer, y muchas veces lo demuestra a través de sus modales opuestos a todo convencionalismo. Como toda adolescente que se precie, es impulsiva, cambia rápidamente su estado de ánimo y tiene dificultades para dominar su carácter. Su madre, la sabia Marmee, le da las herramientas para templar sus volcánicas reacciones.
Puede pasar largas horas aislada del mundo encerrada en la bohardilla entre sus libros, o patinar con desenfreno al aire libre en plena época de nieve sin cuidar la elegancia o la compostura. Su lugar no está en los bailes de sociedad, ni en los salones o tertulias.

Me quedaré sentada; a mí no me gustan los bailes de sociedad; no me divierte  ir dando vueltas acompasadas; me gusta volar, saltar y brincar

 Jo es una apasionada de la lectura y de la escritura. Escribe obras teatrales, inventa sociedades secretas, redacta diarios familiares siempre con la complicidad de sus hermanas y de su amigo y vecino Laurie. Su educación es informal y autodidacta.

La hermana menor, Amy, sí va a la escuela, pero la madre resuelve darle también educación domiciliaria cuando se entera de que su hija ha sido castigada y humillada en clase, una práctica extendida y aceptada en la época.

No apruebo los castigos corporales, y menos aún cuando se trata de niñas.

Jo es la encargada de entregarle al docente la carta con las razones por las que Amy no asistirá más a clase. Antes de retirarse del aula, Jo se limpia el barro de las botas en la estera de la entrada “como si quisiera sacurdirse el polvo del lugar”

Muchachas trabajadoras



Si bien todas las mujeres de la casa de los March –salvo Beth y la criada- detestan las tareas domésticas,  la madre les enseña a valorarlas de una manera muy original. En estos días en los que tanto hablamos del trabajo ingrato e invisible que realizamos las mujeres en la casa, la Sra. March decide mostrar su valor a través de lo que hoy llamaríamos un paro de mujeres.

Las hermanas manifiestan su deseo de jugar todo el día y librarse de las tareas domésticas durante las vacaciones. Lejos de sermonearlas,  la madre da rienda suelta a sus hijas para que lo hagan. La trampa está en que ella decide hacer lo mismo, y la casa termina por colapsar. En un rasgo de ironía de la autora, hasta el pájaro de Beth muere de inanición porque en el desorden se olvidan de alimentarlo. Las chicas aprenden que esas pequeñas tareas que nadie valora sirven para que los engranajes de la vida sigan funcionando.

Pero aprenden algo más: el valor del trabajo. El trabajo doméstico es necesario y debe ser respetado, así como el trabajo fuera de la casa es un camino para obtener autonomía. La familia March tuvo un pasado de tranquilidad económica, pero las cosas han cambiado. El padre perdió parte de su fortuna prestándosela a un amigo y ahora se marchó a la guerra, por lo tanto, las mujeres deben arreglarse solas para mantener la casa.

 A diferencia de las discípulas de los manuales de señoritas, que aspiraban a un buen matrimonio como sostén económico, las hermanas March realizan pequeñas tareas que permiten el sostenimiento económico de la familia. Meg trabaja como institutriz de una familia rica y Jo oficia de dama de compañía de su adinerada tía leyéndole todos los días.  Esa ocupación le permite ganar algo de dinero y devorar los libros de la biblioteca mientras su tía se queda dormida.

El trabajo pasa a ser fundamental para esta familia, que de algún modo reproduce la ética norteamericana y protestante. Pero el trabajo es, además, un camino hacia la autonomía y realización personal de las mujeres, según la propia Marmee enseña a sus hijas:

El trabajo es saludable y hay  bastante  para  todas;  nos  libra  del  aburrimiento  y  de  la  malicia,  es bueno para la salud y el espíritu y nos da mayor sentido de capacidad y de independencia que el dinero o la elegancia.

Hay también una dimensión solidaria de este trabajo que ayuda a sostener a esa comunidad de mujeres. Jo detesta leerle a su tía, una mujer rígida y malhumorada, tal vez el único personaje antipático de la novela. Es un trabajo que realiza para contribuir a la familia.

Pero el trabajo también tiene una dimensión de realización personal que hasta entonces era  negada a las mujeres. Por eso debe haber sido revolucionaria para la época la escena en la que Jo visita en secreto al editor de un diario y publica sus cuentos. Ella escribe con pasión y aspira a vivir en el futuro de la escritura, como lo hizo la autora.

Le  faltó  el  aliento  y  escondiendo  la  cabeza  en  el  periódico, derramó  algunas  lágrimas  ingenuas,  porque  ser  independiente  y  ganar las  alabanzas  de  las  personas  que  amaba  eran  los  deseos  más  ardientes de su corazón, y aquello parecía el primer paso hacia tan feliz meta.

Y aunque el interés romántico es uno de los ejes del libro, la energía de Jo está puesta en la escritura, la actividad que más la apasiona y también el medio económico con el que aspira a sostenerse y ayudar a su familia.

Solterita y sin apuro


Ya  no  se  dejan  fortunas  de  esa  manera -dice Meg refiriéndose a las fortunas heredadas - ;  ahora,  para  tener  dinero los hombres tienen que trabajar y las mujeres tienen que casarse. Es un mundo muy injusto

En el caso de la familia March, pobre y sin herencia a la vista, el panorama se amplía en lugar de estrecharse porque las chicas son alentadas a ser autónomas. Frente a la independencia económica, el matrimonio como medio para sobrevivir deja de ser la única opción para estas mujeres. El matrimonio, si llegaba, estaría ligado al amor y no al dinero.

 -Las muchachas pobres no tienen oportunidades, si no se hacen valer -suspiró Meg.
-Entonces seremos solteronas -repuso Jo seriamente.

Jo rompe aquí con el tabú de la soltería. Su madre, lejos de disuadirla, considera que el dinero no debe ser el móvil del matrimonio. Si bien la soltería no era vista como un estado deseable ni alentada por la familia, la Sra. March sorprende con la siguiente respuesta:

-Bien dicho, Jo; más vale ser solteronas felices que casadas desgraciadas o muchachas inmodestas a la caza de maridos -dijo decididamente la señora March -. Recuerden una cosa, hijas mías: su madre está siempre lista para ser su confidente, y vuestro padre para ser vuestro amigo; esperamos y con- fiamos que nuestras hijas, casadas o solteras, constituirán el orgullo y consuelo de nuestras vidas.

La desmitificación de la soltería sigue siendo una asignatura pendiente. Las mujeres solteras aún son estigmatizadas, burladas o descalificadas por su elección de vida. La idea de “solteronas felices” que esgrime la Sra. March en aquellos tiempos debió haber parecido un oxímoron. Su postura todavía resulta moderna: una madre que alienta a sus hijas a ser ellas mismas y a buscar  su camino.
Hace varios días que intento terminar esta nota, releo el libro, lo subrayo, tomo notas. Hay coincidencias que se parecen mucho al destino, porque mientras intento cerrar el texto la televisión repite una publicidad de vino dulce. “Fragmentos de Mujercitas”, anuncia un cartel y luego se escucha la voz en off de la Sra. March mientras se muestran los pasos que sigue una chica para convertirse en bailarina.

Procura ser algo espléndido, y asegurate asombrarlos a todos algún día.  Puede que seas pequeña, pero si te lo propones brillarás tan intensamente como el sol, si sientes que tu valor reside en ser algo meramente decorativo, tengo miedo de que algún día  pienses que eso es todo lo que realmente eres. Ve, aduéñate de tu libertad y descubre las cosas hermosas que surgen de ello. Si tienes tantos dones extraordinarios, ¿cómo podrías llevar una vida ordinaria?

Apago la televisión y cierro el viejo libro forrado de verde que guardo desde mi infancia. Recuerdo a mi abuela, sentada en la puerta de su casa, con tantos sueños inconclusos. Pienso en las libertades y en todos los libros que le fueron negados. 

Todas quisimos ser Jo alguna vez, aunque no lo supiéramos.

jueves, 30 de agosto de 2018

Crónica de la marcha por la universidad pública


Texto y fotos: Silvina Quintans


SOMOS LA PRIMERA GENERACIÓN DE UNIVERSITARIOS


                                         NO QUEREMOS SER LA ÚLTIMA

Eso dice el enorme cartel que llevan los estudiantes de  Universidad de Lanús.

“Mi viejo murió y mi mamá limpia casas por hora. Yo soy primera generación de universitarios, nadie en mi familia pudo estudiar, todos tuvieron que salir a trabajar de chicos. Estoy en segundo año de Ciencias Políticas, estoy muy contento, es una universidad muy buena, enseñan muy bien”, dice Federico mientras avanza con la bandera.

Esta historia es la de muchos de los jóvenes que marchan esta noche por Avenida de Mayo en defensa de la única herramienta que puede nivelar las oportunidades en un país cada vez más desigual.  La historia de Federico desmiente los dichos de la Gobernadora María Eugenia Vidal : “Nadie que nace en la pobreza hoy llega a la Universidad”.  La educación pública es la que abre la puerta a  los 38 mil alumnos del quintil más pobre de la población que cursan en las 14 universidades ubicadas en el Conurbano bonaerense, según un informe de la Universidad Pedagógica Nacional (UNIPE). [i] En muchas de ellas más del 70% de los egresados son primera generación de universitarios. Pero aún si fueran ciertos los dichos de Vidal, sería motivo para redoblar el esfuerzo en educación superior de calidad y no una excusa para retacearla.

La marcha convocada por distintas organizaciones para defender las universidades públicas que padecen serios problemas presupuestarios y aún no han arreglado la paritaria docente que venció en febrero,  avanza como un río desde Congreso a Plaza de Mayo. Llueve fiero, sopla sudestada, se abren y cierran paraguas; hay antorchas, banderas, consignas, pancartas, bombos, orquestas, instalaciones y performances. Una de las más creativas es la del Grupo de Teatro “Las Estatuas” con sus figuras hieráticas que avanzan caracterizadas como alumnos y docentes sumidos en la pobreza. “Venimos a la marcha como grupo de teatro con vocación social y militante para defender la educación pública”, explica Diego, director del grupo,  sin perder la compostura de su personaje.


La competencia por la venta de pañuelos se desata en las esquinas. Cada vendedor tiene su stock de colores: verde por el  aborto legal, anaranjado por la separación de la iglesia del Estado. Hasta aquí, lo conocido, pero a la hora de defender la educación pública no hay acuerdo: hay quienes los venden blancos, rojos o  azules.  Nadie ofrece pañuelos celestes.

En la esquina del Teatro Liceo, un grupo de madres y padres desafía la lluvia y enarbola una bandera con la sigla MaPaC. Son las madres y padres autoconvocados del Colegio Nacional  Buenos Aires, una agrupación que se formó en 2016 ante un conflicto similar que  involucra a los alumnos de colegios que dependen de las Universidades Nacionales. El CNBA  está sin clases desde hace cuatro semanas, las familias se agruparon para defender la educación pública y el regreso de sus hijos a las aulas. Muy cerca de allí, lo Centros de Estudiantes de  escuelas secundarias desfilan y cantan sus consignas en lenguaje inclusivo.  En las mochilas todavía flamean los pañuelos verdes.

Laura, Secretaria General del Centro de Estudiantes de Ciencias Médicas de Rosario, está en quinto año de medicina y vino a manifestar desde su ciudad con un grupo de estudiantes. “Estamos sin  cursar y sin rendir desde hace un mes. Sin educación pública no hay futuro, necesitamos una respuesta urgente”

La oferta gastronómica de la marcha es variada: en la esquina de 9 de Julio y Avenida de Mayo, el humo de los choripanes esfuma el perfil de Evita dibujado sobre el edificio del Ministerio de Desarrollo Social. Cerca de Plaza de Mayo,  a la oferta clásica de panes y churros se agregan las hamburguesas veganas y los sándwich de lentejas y garbanzos.

Sobre la calzada avanzan columnas de partidos políticos, agrupaciones gremiales, estudiantiles, universitarias y carteles con consignas

MAS EDUCACION MENOS CLERO
LAS LUCHAS JUSTAS NO SE ABANDONAN HASTA QUE SE CONQUISTAN
CURSO SIN CALEFACCION, MIRA SI NO VOY A MARCHAR POR LA LLUVIA

“En la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA hace tres meses que estamos sin gas. Hay una reducción notable del presupuesto con incidencia en la parte de investigación. No se pagan subsidios para insumos,  reactivos y equipos importados. No se puede sostener la investigación con la falta de estos elementos. No están pagando los subsidios y becas para estudiantes que concursaron hace un año. Muchos están pensando en irse del país o  buscando trabajos que no tienen que ver con aquello para lo que se formaron”, informa el Dr. Daniel Tomsic, profesor de  Fisiología del comportamiento animal de la carrera de Biología.

Muy cerca de allí,  un chico con pañuelo verde enarbola una pancarta con una frase de Paulo Freire: LA EDUCACION NO CAMBIA EL MUNDO, CAMBIA A LAS PERSONAS QUE VAN A CAMBIAR EL MUNDO.



domingo, 19 de agosto de 2018

Un Día del Niño para Juanito Laguna

Texto: Silvina Quintans
Ilustración: Juanito Laguna remontando su barrilete (Antonio Berni, 1973)


Una  madrugada de abril de 2015,  un niño y dos niñas de 9, 10 y 15 años rompieron la vidriera de una juguetería de Neuquén y robaron seis muñecos de peluche. Un patrullero  los atrapó unas cuadras más adelante, pero cuando los policías se disponían a arrestarlos, llegó el dueño del local. El hombre  se acercó alertado por los ruidos y cuando vio la escena pidió que los liberaran. Al día siguiente las niñas volvieron a la juguetería acompañadas por su madre : “yo le voy a pagar, venimos a  pedirle perdón”.  La chica de 15 era madre adolescente y la familia estaba compuesta por cinco hermanos que vivían en situación de precariedad.

Cada  Día del Niño recuerdo esa historia y las palabras de Francisco Gallo, el dueño de la juguetería: “Yo no puedo condenar a un pibe que no llega al techo de un auto y tiembla como una hoja como si fuera un delincuente. Tengo sensaciones encontradas porque me robaron, pero también entiendo que no se llevaron cualquier cosa. No estaban buscando celulares para revenderlos. Se llevaron algo que deseaban. Un Mickey, un Spiderman... Si el Estado y el Gobierno no hacen algo por los chicos, es la sociedad la que tiene el deber de hacerlo. Yo sólo pongo un grano de arena”, 

Jugar es un derecho reconocido por la Convención sobre los  Derechos del Niño. El artículo 31 establece que los niños y niñas tienen derecho al descanso y al esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad y a participar libremente en la vida cultural y en las artes. Sin juego no hay aprendizaje, no hay integración, no se comprenden las reglas. Conocemos el mundo a través del juego.

Frente a tantas necesidades y urgencias, plantear el derecho al juego puede parecer una  utopía, pero olvidarlo es asumir que hay niños sin derecho a la infancia. Los niños son niños, más allá de su situación social.

 Hace tiempo en una casa de comidas rápidas un chiquito se acercó para pedirme que le comprara una cajita feliz. Yo tenía una hamburguesa en mi bandeja y se la ofrecí. “No tengo hambre, ya comí, es por el juguete”.

Cada Día del Niño pienso en esa infancia invisible, en la de los chicos y chicas que olvidamos que son niños.  En los que vemos en los semáforos, en los bares, en las calles, en las esquinas repartiendo estampitas,  haciendo malabares, vendiendo chucherías,  durmiendo en camitas improvisadas en la vereda.  En aquellos a los que miramos con desconfianza, a los que ignoramos o reclamamos que actúen como adultos,

Hace tiempo volvía del trabajo aturdida con tantas noticias y con las urgencias de la vida cotidiana. Tropecé en el andén del subte con unos chiquitos de unos siete años que jugaban en el piso con una figurita vieja y rota.  Reían mientras trataban de hacerla girar. El mundo parecía encerrado en ese dibujito despintado,  que en cualquier momento podía darse vuelta y mostrar una cara más amable.  Un mundo que podía cambiar.   

Este Día del Niño, como cada año vendrá la imagen de nuestra propia infancia, la de nuestros hijos, y ojalá también la de tantos chiquitos que hacen vida de adultos pero que también tienen derecho a jugar.


lunes, 11 de junio de 2018

Carta al legislador indeciso: tres razones para legalizar el aborto

Texto y foto: Silvina Quintans




Se habla en estos días de una nueva “grieta” entre quienes están a favor y en contra de la legalización del aborto.  No creo que sea necesario ni que sume plantear la cuestión en estos términos.

Estoy a favor de la despenalización y legalización del aborto, pero respeto a la gente que de buena fe se manifiesta en contra. Muchos de ellos son amigos y sé que defienden sus convicciones más íntimas. Por eso no me gusta llamarlos “antiderechos” ni descalificar sus opiniones como medievales u oscurantistas, así como no me gusta que me digan que no estoy “a favor de la vida”, ,o que me llamen asesina porque defiendo el derecho de las mujeres a acceder al aborto.

No me interesa entrar en agresiones, amenazas ni aprietes porque degradaría el paso histórico que estamos dando en estos días: la instalación en la agenda pública de un tema que siempre se había barrido debajo de la alfombra. Un tema que la mayoría de los políticos subestimaba y  evitaba en sus campañas porque lo consideraban “piantavotos”.

El aborto existe, y cada uno de nosotros, de manera personal o a través de alguna mujer cercana, sabemos que la práctica se realiza de forma clandestina en todas las clases sociales. Las mujeres más pobres ponen en peligro su salud y su vida, pero también las mujeres que pueden costear el procedimiento deben hacerlo en la clandestinidad . Estar al margen de la ley implica entrar en una zona oscura donde se incurre en un delito tipificado en el código penal. Ninguna mujer desea abortar y ninguna mujer merece ir a prisión por no desear un embarazo

Durante las exposiciones de los últimos dos meses en el Congreso escuché una frase que coincidió entre militantes a favor y en contra de la despenalización: “el aborto es un fracaso”.
Todos coincidimos en que el aborto es un fracaso, una situación indeseable por la que nadie quiere pasar. Nadie está “a favor” del aborto.  El aborto es el último eslabón de una cadena en la que falló el sistema. El aborto es la última ratio, ninguna mujer con acceso a la anticoncepción llegaría a esa situación extrema. Plantear que la legalización convertiría el aborto en un “método anticonceptivo” es asumir el fracaso de las políticas de salud sexual y reproductiva que evitarían llegar a esa instancia.

El debate no debería encuadrarse como estar a favor o en contra del aborto, nadie está a favor del aborto, ni está en contra de la vida. La verdadera cuestión es aborto clandestino sí o no.

Durante las exposiciones en Diputados hubo coincidencia  en la importancia de la educación sexual para evitar embarazos no deseados. Para esto no hacen falta nuevas leyes,  sino aplicar la ley 26.150 que ya está vigente desde 2006. Sin embargo, sabemos que muchos sectores se han opuesto a la vigencia de esta ley, y que todavía no se aplica de manera pareja ni con los contenidos adecuados.

También hubo coincidencia en que el acceso a los anticonceptivos reduciría las situaciones de aborto. El acceso gratuito a la anticoncepción está contemplado por la Ley 25.673  de salud sexual y procreación responsable, vigente desde 2003, y la ley 26.130 de Anticoncepción Quirúrgica que incorporó la posibilidad de acceder de manera gratuita a la ligadura de trompas y a la vasectomía

Estos puntos, que en algún momento fueron resistidos por varios de los sectores que hoy se oponen a la ley, forman parte de un consenso básico entre quienes tienen hoy en sus manos la legalización del aborto.  Hay que aprovechar estas coincidencias para exigir la aplicación de estas leyes que llevan ya más de diez años de vigencia y que no se aplican por razones presupuestarias o religiosas.

Ahora vayamos a las diferencias. 

Las dos posiciones básicas parten de las siguientes premisas:
·       1)   La persona comienza en la concepción y desde ese momento debe ser protegida jurídicamente de manera plena
·        2)  La vida es un proceso durante el cual se va formando la persona humana y la protección jurídica es gradual.

No existe consenso jurídico, científico y religioso sobre el comienzo de la vida, como se ha visto durante el debate al que asistieron prestigiosos científicos que sustentaron una y otra posición. Cada uno tiene sus argumentos y es difícil encontrar puntos de contacto. Sin embargo, en una sociedad democrática, ambas posiciones deberían poder convivir sin excluirse entre sí. Es necesario entonces encontrar acuerdos posibles.

Van aquí tres argumentos que pueden acercar las posiciones para las personas que están indecisas:

1)      Argumento 1: Conciliar las convicciones personales con las políticas públicas.

Varios de los legisladores que estaban indecisos se definieron a favor de la legalización porque consideraron que si bien no estaban de acuerdo en lo personal, debían legislar en  función del interés general y de la salud de la población.

Muchos de los que estamos a favor de la legalización respetamos profundamente la convicción de quienes creen que la persona empieza en el momento de la concepción. No discutimos las convicciones íntimas o religiosas, que están fuera de todo cuestionamiento y pertenecen a su ámbito privado y personalísimo.  Sin embargo, consideramos que las leyes tienen que garantizar la libertad de todos: de los que creen que la persona comienza con la concepción y de aquellos que creen que la vida es un proceso.

Un estado laico y  respetuoso de las libertades civiles debe respetar a todos y garantizar que cada uno pueda actuar de acuerdo con sus convicciones. Pero mientras aquellos que consideran que la persona comienza con la concepción pueden decidir continuar  con el embarazo no deseado, aquellas mujeres que no comparten esta posición,  se verán forzadas a ser madres. Nadie puede obligar a alguien a abortar, quien no desee hacerlo no lo hará, pero a aquellas mujeres que padecen un embarazo no deseado se las obliga a parir  imponiéndoles convicciones morales o religiosas que no comparten.

Muchas personas católicas apoyan la legalización y no ven contradicción con sus creencias personales porque consideran que en un estado laico todas las posiciones deben ser respetadas. “Yo no lo haría bajo ninguna circunstancia, pero no puedo prohibir que otra persona lo haga”, sería el razonamiento. En Irlanda, uno de los países más católicos del mundo, la población apoyó en un 66% una reforma constitucional que habilita la legalización del aborto.  Jon O’Brien, representante de Católicos por el Derecho a Decidir expuso el último día del debate en Diputados en la Argentina y afirmó que como católicos apoyaban la libertad de conciencia y no veían contradicción en ello.

En 1975 y tras un largo debate, Francia despenalizó el aborto mediante la llamada Ley Veil, que recibió ese nombre por su impulsora, la entonces ministra de Salud, Simone Veil.  Años después, el Presidente Válery Giscard d’Estaing (1974-1981) sostuvo un tenso diálogo con Juan Pablo II en el Vaticano que le reprochaba al presidente, católico practicante, que la ley fuera sancionada durante su mandato. “”Yo soy católico”, le dijo el entonces gobernante francés al Papa. “Pero soy presidente de la República de un Estado laico. No puedo imponer mis convicciones personales a mis ciudadanos. Como católico estoy contra el aborto; como presidente de los franceses considero necesaria su despenalización”.

En un país con libertad de cultos y de conciencia, las distintas posiciones deben ser respetadas y las convicciones individuales no deben imponerse sobre las cuestiones de Estado. La libertad de conciencia debe ser garantizada

2)      Argumento 2: Las razones para despenalizar ¿Estamos de acuerdo con que las mujeres que abortan vayan a prisión?  

El código Penal castiga el aborto desde 1921 en los artículos 85, 86 y 87 con penas de reclusión o prisión de uno a cuatro años. La pena se establece tanto para la mujer que se somete al aborto como para la persona que realice el procedimiento. Si se tratara de profesionales de la salud, se los castiga también con la inhabilitación por el doble de tiempo de la pena.  Los únicos casos exceptuados son los del art. 86 incs. 1 y 2, donde se prevé el aborto no punible para casos de  peligro para la vida o salud de la mujer o violación.

La respuesta penal es la última opción de muchas posibles, implica medidas extremas como la privación de la libertad. Cabe entonces preguntarse: ¿Es la sanción penal la respuesta adecuada para una persona que se somete o facilita un aborto?  ¿Queremos enviar a prisión a las mujeres?  ¿Queremos que cargue además del embarazo no deseado y del aborto clandestino, con una pena de cárcel?

La mayoría de las personas que expusieron “en contra” de la legalización, hablaron de acompañar a la mujer durante el embarazo no deseado, se mostraron empáticos hacia su situación. No obstante, mantener la legislación como está ahora implica responsabilizarla de un delito penal con pena de prisión. Si no están de acuerdo con esto, deberían apoyar que cambie la ley. Según un informe de la Defensoría General de la Nación, en los últimos cinco años se formaron 167 causas contra mujeres que habían abortado. “El derecho penal fracasa en su finalidad de prevención”, dice el informe.
¿Es la privación de la libertad la única respuesta posible a una práctica que se realiza masivamente? ¿Cuántas mujeres y cuántos profesionales deberían ir a prisión si la ley vigente se aplicara? ¿Es esto razonable? -¿se imagina alguien una prisión capaz de albergar a todas las personas que practican abortos? ¿sería justo aplicar esta sanción?¿Cómo se haría en la práctica?, ¿Deberían los recursos del estado destinarse a la persecución penal de una práctica que se realiza en situación de necesidad cuando ha fallado todo el sistema para evitar embarazos no deseados?¿Ha dado resultado la criminalización del aborto para evitarlo?

La respuesta penal vigente desde 1921 ha relegado la práctica a la clandestinidad y no evita que los abortos se realicen.  ¿Por qué se insiste entonces en mantener un castigo penal que produce un problema de salud pública condenando a la clandestinidad a miles de personas, y que no previene ni evita que se sigan produciendo los hechos?.

¿Qué ganamos criminalizando el aborto?

3)      Argumento 3: Las razones para legalizar. ¿Por qué el aborto es un problema de salud pública?

La criminalización del aborto conduce a la clandestinidad.  La clandestinidad hace que se realice de manera insegura, en lugares no habilitados y fuera de los controles del Ministerio de Salud.  El aborto clandestino produce muertes, infecciones y complicaciones que pueden dejar secuelas. Impide además aplicar políticas públicas para que la decisión de la mujer se tome con la información adecuada, y que se den nociones de salud sexual y reproductiva para prevenir a futuro.

Según datos del Ministerio de Salud de la Nación, en 2014 los egresos hospitalarios por aborto en instituciones públicas fueron  47 mil.  Existieron 43 muertes maternas que representan un 17% del total.  Estas cifras son incompletas porque no contemplan el sistema de salud privado, que tiene el  50 por ciento de las camas totales del país, y porque muchos médicos codifican esas muertes con otros padecimientos por temor a represalias, según informó el Ministro de Salud de la Nación Adolfo Rubinstein. Recomendamos repasar su exposición donde fundamenta con claridad e información por qué el aborto debe ser abordado como un problema de salud pública.

A esto se suma la inequidad social que implica que quienes tienen medios económicos puedan acceder a prácticas seguras,  y quienes no los tienen tengan que recurrir a métodos riesgosos.
Se ha probado a lo largo de las audiencias que la  proporción de abortos inseguros aumenta donde las leyes son restrictivas, dando lugar a mayores índices de muerte y morbilidad materna. En aquellos países donde el aborto fue legalizado, en cambio, los abortos inseguros prácticamente no existen. También se han presentado estadísticas referidas a la disminución de la cantidad de abortos en los países que legalizaron la práctica.

  Uruguay legalizó el aborto en 2012 y actualmente tiene la tasa de mortalidad materna más baja de América detrás de Canadá, según las estadísticas presentadas. También se redujeron los casos de mujeres con infecciones u otras dolencias y disminuyó la cantidad de abortos. Los resultados son el producto de muchos años de políticas de prevención y educación, además de la legalización del aborto.  

Detrás de todos estos números y conceptos abstractos hay duras historias que circulan en la clandestinidad. Historias de mujeres que llegan a los hospitales con infecciones por haberse insertado un tallo de perejil, una aguja de tejer o una sonda, o mujeres que han abortado en una clínica sin perder el temor por estar realizando un acto penado por la ley. Historias de falta de educación sexual o  de anticonceptivos que fallan. Historias de adolescentes que viven el embarazo a escondidas, de mujeres que quedan embarazadas a edades avanzadas, o de mujeres que no pudieron cuidarse debido a la violencia de género. En fin, la casuística es infinita pero hay un punto en común:  ninguna esperaba llegar a esa instancia.

La legalización no obligará a nadie a abortar, pero garantizará que aquellas mujeres que tomen la decisión puedan hacerlo de manera segura, que reciban información antes de hacerlo, que ingresen al sistema de salud, y que se erradiquen las prácticas clandestinas.  La maternidad debe ser producto de una decisión, y no debería ser una imposición para nadie.


sábado, 21 de abril de 2018

Avicii


Me encanta Avicii. Su música produjo la magia de acercarme a mi hijo. Solíamos jugar frente al televisor una guerra de canciones que consistía en que cada uno mostrara al otro sus videos musicales en youtube. El conoció a Genesis, Yes, Pink Floyd, y yo a Avicii, Calvin Harris y la nueva música electrónica. Pasábamos horas cabalgando entre música de distintas décadas,y por momentos teníamos la misma edad.

Ten more days es mi tema favorito. Lo escuché por primera vez en el auto, una noche muy lluviosa en la que llegábamos a un rincón con calles de arena en la costa más lejana de la provincia de Buenos Aires. La canción nos arrullaba mientras tratábamos de buscar amparo frente a la tormenta. Avicii nunca habrá pasado por ese lejano pueblito, pero yo no puedo dejar de asociar la letanía nostálgica de la canción con aquella oscuridad. La música tiene esa extraña trascendencia:conjuga otros espacios y otros tiempos.


https://www.youtube.com/watch?v=21hoWeMro6Y