jueves, 28 de octubre de 2010

Ausencia

Todavía recuerdo el día que murió Perón. Era muy chica y espiaba detrás de un sillón las imágenes del multitudinario cortejo que disparaba la televisión en blanco y negro. Aún siento la angustia que me anudó la garganta aquel día y el momento en el que me encerré en el baño a llorar.

Lloré compulsivamente y recé por aquel hombre al que apenas conocía. Lloré por el país triste que asomaba en la pantalla, por la mirada desconcertada de mis padres, por el hombre que despertaba tantas pasiones. Lloré por la fragilidad ante la muerte.

Pasaron treinta y tantos años y el sentimiento se repite. Una angustia que sale de rincones escondidos, más allá de las etiquetas y de la filiación política. Un vago sentimiento de orfandad, de tiempo acelerado, de vida que se evapora como un líquido incandescente.

La muerte resignifica la vida. Bajo el prisma impiadoso de la muerte las cosas se ordenan nuevamente, toman formas distintas, se disparan hacia otras dimensiones. Más allá de ciertas mezquindades que uno escucha en estos días, hoy sentí que cada vida deja una estela luminosa y que vale aferrarse a ella cuando golpea la ausencia.

viernes, 15 de octubre de 2010

Germinal

“Y la mina, entre tanto, sumida en aquel precipicio, respiraba cada vez con más fuerza, jadeando fatigosamente, como si le costara trabajo la digestión de aquella carne humana que engullía todos los días”.

Cuando Emile Zola escribió su novela Germinal, seguramente no imaginó que 125 años después, a miles de kilómetros, treinta y tres hombres deberían ser rescatados de las entrañas de la tierra por trabajar bajo las mismas condiciones que él había denunciado. En la ficción construida por Zola, la huelga de trabajadores fracasaba, pero dejaba el germen del cambio y de la rebelión en aquel “ejército oscuro y vengador que germinaba lentamente en los surcos”. Pero aquel ejército oscuro dibujado en la ficción jamás germinó por estas latitudes.

“ Se oía una voz dada por la bocina, mientras que tiraban cuatro veces de la cuerda de señales, para avisar abajo que iba un cargamento de carne humana. Luego, la jaula experimentaba un ligero estremecimiento, se hundía silenciosamente, y caía como una piedra, no dejando tras de sí más que la vibración del cable”.

Mientras veía ayer las imágenes del rescate –conmovedoras, hipnóticas- no podía dejar de preguntarme qué sería de aquellos hombres cuando se apagaran las luces de las cámaras. Treinta y tres historias y otros tantos abrazos. Y el recuerdo de una sola frase -tajante y justa- del último de los mineros rescatados: “Que esto no se repita”, frente a un presidente de sonrisa impostada que intentaba sacar tajada del triunfalismo reinante.

“Aquella mina, abierta en el fondo de un precipicio, con sus construcciones monótonas de ladrillos, elevando su chimenea de aspecto amenazador, le parecía un animal extraño, dispuesto a tragarse hombres y más hombres.”

La historia se repite. Ni la voluntad tozuda del Che pudo con tanta injusticia. En el primero de sus viajes por América Latina fue testigo de la explotación en la mina de Chuquicamata –cerrada desde hace tiempo por el desastre ambiental de la explotación a cielo abierto-, a unos quinientos kilómetros del lugar en el que hoy se produjo el rescate. Los mineros eran examinados como si fueran animales para luego cargarlos en un camión hacia la mina donde trabajarían en terribles condiciones. Hombres anónimos que trabajaban para satisfacer intereses difusos y lejanos.

“-¡Eh! ¿Que de quién es todo eso?... ¡Vaya usted a saber!... De los accionistas...
Y con la mano señalaba en la oscuridad un punto vago, un sitio ignorado y lejano en que habitaban aquellos seres para quienes estaban trabajando desde hacía más de un siglo. Su voz había tomado un acento de temor religioso, como si hubiera hablado de un tabernáculo inaccesible, donde se adorara el ídolo al que todos aquellos hombres sacrificaban su vida, sin haberlo visto jamás.”

Los treinta y tres mineros salieron. Las luces de las cámaras se apagan. Presidentes y ministros vuelven a sus despachos y el ejército oscuro a las minas.

“De allí abajo brotaban hombres, un ejército oscuro y, vengador que germinaba lentamente en los surcos, espigándose para las cosechas del futuro siglo, en una germinación que pronto haría estallar la tierra”.


Nota : Los párrafos en bastardilla pertenecen a la novela Germinal de Emile Zola, escrita en 1885.