martes, 30 de junio de 2020

Diccionario de la cuarentena - Cuarentena


Texto y diccionarios: Silvina Quintans


En estos días empezamos a incorporar palabras a nuestro vocabulario que rara vez utilizábamos antes de la pandemia. La propuesta es rescatar los términos nuevos o las nuevas acepciones que tomaron viejos vocablos. Empezaremos por el más obvio y trillado: cuarentena


La RAE define así una de sus acepciones: Aislamiento preventivo a que se somete durante un período de tiempo, por razones sanitarias, a personas o animales.

La palabra cuarentena es de origen latino y se traduce como cuatro veces diez, es un concepto que ya se utilizaba en la Biblia, entre los griegos y los romanos en los siglos V y VI AC. Sin embargo, la cuarentena se origina formalmente en el siglo XIV, en Italia, como una medida para controlar las epidemias de peste negra que azotaban a Europa y que obligaban a los barcos y personas que provenían de Asia a esperar 40 días (“Quaranta giorni”, en italiano) antes de entrar en las ciudades.  También era el tiempo durante el que se aislaba a los enfermos, de aquella época proviene la máscara veneciana del médico de la Peste, esa temible imagen de nariz larga y ganchuda, donde se insertaban hierbas aromáticas y paja a modo de filtros, artesanales precursores del barbijo.

La historia de las cuarentenas llega hasta el siglo XX. Hace 50 años, cuando regresaron los astronautas del Apolo XI de la luna, se los sometió a una estricta cuarentena en el Laboratorio de Recepción Lunar desde el 24 de julio hasta el 10 de agosto, es decir, 17 días.  Ni bien amerizaron en Hawaii les calzaron las escafandras, los rociaron con lavandina y los enclaustraron en un recinto móvil hermético para luego confinarlos en un laboratorio. La idea era evitar que supuestos gérmenes traídos desde la Luna pudieran contaminar la Tierra.  

Vuelvo al diccionario de la RAE, encuentro otra de las definiciones de cuarentena y me pone la piel de gallina: Tiempo de 40 días, meses o años.  CUARENTA DÍAS, MESES O AÑOS, y ya pasamos con creces los cuarenta días.  
.
Los miembros de la RAE , entre otras cosas, están estudiando cómo transformar en verbo el término cuarentena. ¿Hablaremos de cuarentenar, cuarentenear y encuarentenar? Mientras tanto, roguemos para que en algún momento incluyan el verbo desencuarentenar y nos den una luz de esperanza. 

Saltamos entonces al diccionario de refranes: no hay mal que dure 100 años , ni cuerpo que lo resista. No sé si es un consuelo o una cruel premonición.

miércoles, 17 de junio de 2020

Contracrónicas de cuarentena - Joggings, calzas, barbijos y corpiños

Texto: Silvina Quintans

A veces las redes sociales logran que nos sintamos menos solos. Cuando leí este tuit sentí una comunión de sentimientos, una revelación, casi una epifanía:

-Marie Kondo y tu puto orden, quiero recuperar toda la ropa de entrecasa que regalé.

Ayer en una de estas charlas virtuales con las que nos consolamos de tanto encierro, una amiga que suele andar muy elegante, confesó que desde que empezó la cuarentena alterna entre dos pantalones de jogging maridados con Crocs, ese calzado noble y feo que cabalga entre la ojota y el queso gruyere. El gran acontecimiento fue que se compró un tercer jogging verdoso para incorporar una variante. 

Uno de los pocos rubros que florecen durante la cuarentena es el de los pijamas y la ropa de entrecasa. Las grandes marcas archivaron por el momento la alta costura para remplazarla por “equipos” (palabra muy cara al mundo de la moda) para estar en casa. Debe haber gente que invierte en este rubro, sobre todo las famosas, que decidieron retratarse en pijama en sus redes sociales, como si se pudiera ser glamoroso después de tres meses de cuarentena. Pero lo cierto es que para el común de los mortales la ropa de entrecasa no es otra cosa que buzos, remeras y joggings viejos confinados en el fondo del placard, si es que lograron salvarse de las garras de Marie Kondo.

El jogging y la calza, esas prendas tantas veces menospreciadas, se convirtieron en nuestra segunda piel durante la cuarentena.  Otra prenda de cuarentena es el barbijo, accesorio que reclama su cuota de glamour. Y si no pregúntenle a Dolores Barreiro que no escatimó onda ni precio: 13.500 pesos.
Pero en esta fiesta de  joggings, calzas, pijamas y barbijos, hay una prenda que quedó confinada: el corpiño.  

-        -   Che, se acuerdan del corpiño?, tuiteó alguien en la red del pajarito
.
Miles de mujeres confesaron que aprovecharon la cuarentena para librarse de esa tortura de telas, ganchos, elásticos y aros que comprimen y levantan. Si en los 60 quemaban corpiños como signo de liberación, hoy alcanza con dejarlo en el cajón o reciclarlo como barbijo.

Ni hablar de los jeans –prenda incómoda si las hay para andar de entrecasa- del maquillaje, de los tacos altos, de los trajecitos o minifaldas que también quedaron colgados.  

¿Qué nos depara la "nueva normalidad"? ¿Veremos legiones de joggings y calzas en las salas de espera, los edificios públicos, los teatros y las oficinas? ¿Volveremos a ese instrumento de tortura llamado push up? ¿Caminaremos erguidas sin necesidad de hacer equilibrio sobre tacos y plataformas?

Habrá que hacer frente a tanta incertidumbre, pero mientras tanto, nada de andar retrocediendo en chancletas.



martes, 16 de junio de 2020

Contracrónicas de cuarentena - Las pelusas debajo de la cama

Texto: Silvina Quintans

Joven barriendo de Francisco Goya
La cuarentena ha dado resultados sublimes para algunos. Shakespeare escribió Macbeth y sus bellísimos  sonetos durante sucesivas cuarentenas, Newton descubrió las leyes de la gravedad, Frida Kahlo empezó a pintar después de tener el accidente en el tranvía que la dejó en cama durante meses y Banksy armó una obra de arte con graffitis en su propio baño.

Pero no todos somos tan excelsos. Yo tengo que confesar que envidio a todos aquellos que usan la cuarentena para devorarse la biblioteca, agotar el catálogo de Netflix o dejar la casa impecable.

 Hay cierta exigencia de productividad ligada al tiempo en casa. El razonamiento sería así: ya que no voy a salir tengo que aprovechar el tiempo y aprender carpintería, hacer los cursos gratuitos que pusieron on line las universidades más prestigiosas del mundo, retomar hobbies que había largado hace años, mantenerme en forma, cocinar rico, sano y barato, escribir una novela o encarar todas esas actividades que tenía postergadas o, como se dice ahora, procrastinadas.

Y estamos los demás: los que no nos podemos concentrar. Los que no pudimos encarar los arreglos de la casa ya sea por falta de tiempo o de ganas, los que miramos los libros acumulados como una epopeya más desafiante que escalar el Everest, los que lejos de comer más sano, arremetemos contra la heladera para calmar la ansiedad.

Sin embargo, las inquietudes a veces también afloran aunque no levanten demasiado vuelo. En estos días me sorprendí a mi misma buceando en las profundidades de internet para explorar un artículo titulado  “Por qué se acumula la pelusa en las casas”

Una pregunta con una respuesta desoladora: la pelusa es un destino inevitable. El secreto de la 'supervivencia' de las pelusas está en los movimientos que hay en la casa. Cuanto más nos movemos, más pelusas. Es una masa de pelos, polvo, piel muerta, telarañas y  fibras que se acumula en los rincones por arte de la atracción electrostática.

Cuando termine la cuarentena no habré escrito los sonetos de Shakespeare, no habré pintado los autorretratos de Frida Kahlo, no habré encarado la novela que tengo inconclusa desde hace tantos años, pero al menos podré contemplar las pelusas acumuladas debajo de la cama y asumirlas con la resignación del que sabe que enfrenta un destino imposible de torcer, en este caso gracias a la atracción electrostática, expresión que ya mismo estoy incorporando a mi diccionario de la cuarentena.