Publicado en el blog Damiselas en apuros a propósito de la encuesta sobre violencia machista organizada por #NiUnaMenos que se puede responder hasta el 3 de septiembre. Invitamos a todas las lectoras a que se sumen.
Zapatos rojos, instalación de arte público.
Sábado a la noche, reunión de parejas. Ellos charlan en un
rincón del living, nosotras en otro. Sendas conversaciones van por vías
diferentes. Nosotras repasamos una y mil veces las mismas anécdotas del
colegio, de los viajes, de tantos años compartidos. De pronto, una en tono
jocoso dispara un recuerdo que hacía años habíamos enterrado.
-
¿Te acordás de aquel día en que íbamos caminando
las tres y un tipo nos empezó a seguir?. Estaba oscuro, y yo no me había dado
cuenta, pero Uds. me apuraban. Cuando llegamos a casa, él seguía detrás de
nosotras y Uds. le empujaron la puerta
encima. No me voy a olvidar nunca –risas- de la imagen del tipo en bolas
contra el vidrio mientras nosotras gritábamos del lado de adentro
Ellos dejaron su
conversación, interesados en la anécdota.
-
¿Y cuando cruzábamos a la mañana la Plaza Las
Heras camino a la escuela y los tipos nos gritaban de todo desde los edificios
en construcción? ¿Qué teníamos? ¿Doce años?, sigue otra.
-
A mí me apoyó uno en el subte cuando tenía 9
años y viajaba con mi mamá, me dio mucha
impresión y nunca se lo conté a nadie,
confesó otra.
-
Una vez un tipo se paró al lado mío cuando
esperaba el colectivo, sacó el pito e hizo algo que yo en ese momento no
entendía qué era. Después enfundó de nuevo y se fue. Yo en el momento quedé
petrificada, pero llegué a la escuela en estado de shock. Todavía estaba en
segundo año, pero nunca más viajé sola al colegio.
Las anécdotas se enhebran una detrás de otra, cada una tiene
varias para contar. Ellos miran atónitos, jamás imaginaron que sus parejas
habían tenido que pasar por esas situaciones.
Esa noche me fui con una sensación rara. El tono en el que
habíamos contado las anécdotas era ajeno a la gravedad de las historias. Las
contábamos en tono risueño, nada trágico, como quien relata algo de la vida
cotidiana. Estaba segura de que en
cualquier reunión de mujeres que se planteara el tema, todas tendrían más de una experiencia para
sumar, y lo harían con la misma naturalidad.
No hay mujer que no haya tenido que enfrentar en algún momento de su
vida la agresión de piropeadores, toquetones, exhibicionistas, acosadores o
abusadores.
Contá la violencia machista
No existe ningún estudio sistemático sobre estas y otras
violencias (simbólica, económica, psicológica, obstétrica) que padecemos las
mujeres a lo largo de nuestra vida. Por eso es muy auspiciosa la iniciativa de
la encuesta Contá la Violencia Machista[i]
que impulsa el colectivo NiUnaMenos. La encuesta está disponible en la página
de internet contalaviolenciamachista.com, y consiste en un cuestionario de cerca de 200
preguntas en la modalidad de multiple choice, que se responde de manera anónima, y se puede
ir completando por etapas. Al momento de cierre de esta nota, ya había sido
respondida por 45.800 mujeres de todo el
país, de distintas edades y de todas las extracciones sociales. Con el
resultado de esta encuesta se confeccionará el Primer Indice Nacional de
Violencia Machista, una herramienta indispensable para elaborar políticas
públicas y tomar conciencia de cómo se posiciona nuestra sociedad frente a
conductas que muchas veces están naturalizadas.
Vale la pena responder el cuestionario. A medida que una va
avanzando, se desnudan situaciones que en muchos casos no habíamos advertido
como violentas. Desde las experiencias
callejeras hasta la vida de pareja, desde el ámbito laboral a la sala de
partos, desde los pequeños desprecios cotidianos hasta la violencia física. El
machismo está presente en cada rasgo de nuestra cultura, aunque a veces pase
desapercibido.
En los ‘90 el psicoterapeuta Luis Bonino acuñó el término “micromachismos”,
que definió como “Pequeños y cotidianos
controles, imposiciones y abusos de poder de los varones en relaciones de
pareja, al que diversos autores y autoras (…) han llamado pequeñas tiranías,
terrorismo íntimo, violencia “blanda”, “suave” o de muy baja intensidad, tretas
de dominación, machismo invisible o sexismo benévolo. Comportamientos que son
especialmente invisibles y ocultos para las mujeres que los padecen.”[ii]
Avanzar en la encuesta puede ser una revelación para
aquellas que alguna vez pensamos que habíamos vivido ajenas a las situaciones
de violencia.
Tarde de domingo
-
¿Alguna
vez un desconocido te mostró imprevistamente sus genitales en un espacio
público (calle, plaza, transporte)?
Mamá se pone incómoda, duda, y finalmente me pide que
responda que sí, que más de una vez una persona desconocida le había mostrado
sus genitales en la calle. Es domingo a la tarde, afuera hace frío y está
nublado. La sobremesa duró un rato largo, y después, como quien propone un
juego, le pregunté si quería que respondiéramos juntas la encuesta sobre
violencia machista. Como le cuesta
lidiar con la computadora, ella me dicta las respuestas y yo completo los
casilleros.
Entonces me cuenta que cuando era muy joven un hombre en la
calle la había agarrado de un brazo y la había metido dentro de un auto.
Llevaba los genitales al aire. Ella logró zafarse, temblando llegó a la
esquina, donde pidió ayuda a unos muchachos a los que siempre esquivaba porque
le gritaban groserías. Uno de ellos la vio tan asustada que la acompañó hasta
su casa.
Le cuento mis propias historias de exhibicionismo: un hombre
masturbándose en la parada del colectivo mientras me miraba fijo (yo tenía 13),
un tipo que salió desnudo en una playa desierta y nos empezó a correr haciendo
gestos obscenos, uno escondido en un umbral una noche que volvía a casa…
-:¿Alguna vez sentiste vergüenza o te
sentiste culpable de ser mujer?
Yo no dudo, nunca tuve vergüenza ni sentí culpa, al
contrario. Ella, en cambio, duda, y contesta que sí, que sintió vergüenza de
ser mujer.
-
¿Alguna
vez te descalificaron en privado por alguna acción u opinión tuya diciendo “y
qué se puede esperar, si sos mujer…”? (Por ejemplo: al realizar una maniobra
conduciendo un automóvil)
Si, muchas, respondemos al unísono y reímos.
-
¿Alguna
vez abandonaste tu educación o no aprovechaste una oportunidad de capacitación
por tu condición de mujer
Yo no, le digo con suficiencia, sin advertir que fue gracias
al camino que ella y mi abuela habían abierto en la familia. Mamá me cuenta que
ella pudo estudiar gracias a mi abuela. Mi abuela era miembro de una familia
sefaradí donde las mujeres se dedicaban a las tareas domésticas, mientras sus
hermanos estudiaban en la universidad.
Corrían las primeras décadas del siglo XX, y en la próspera casa
familiar no se podía concebir que una mujer estudiara. No se trataba de una
cuestión económica sino de un tema cultural.
Cuando mi abuela formó su propio hogar, mi abuelo quiso
repetir la historia: sacaría a mi mamá y a mi tía de la escuela, mientras el
hijo varón seguía estudiando. Entonces ella lo enfrentó por primera y única vez:
“o dejás estudiar a las chicas o me voy”. Las chicas estudiaron: una
psicología, la otra Bellas Artes, esta última contra la voluntad de sus padres,
que la consideraban una carrera indecente. Mamá desafió a su familia, y luego continuó
estudiando arte después de casada.
Sin embargo, a la hora de contestar la encuesta, me pide que
responda que no pudo aprovechar todas las oportunidades por su condición de
mujer. Entonces recuerdo las veces que se enojaba porque nadie respetaba su
tiempo cuando pintaba en el taller que había armado en un cuarto de la casa de
mi infancia. Su condición de esposa y madre había opacado su vocación de
artista.
-
¿Alguna
vez un docente o un profesor ya sea en la primaria, en la secundaria o en la
universidad; te hizo una propuesta sexual como condición para aprobar una
materia, un examen o una prueba?
Me cuenta que un afamado artista con el que hizo un taller
de pintura una vez la arrinconó en el taller mientras posaba para un cuadro.
Ella era muy joven, le dio una cachetada y salió corriendo. Se sonroja aún
cuando lo cuenta, todavía le da mucha vergüenza.
-
¿Alguna
vez fuiste excluida de alguna actividad familiar (por ejemplo: decidir una
inversión, elegir un destino de vacaciones, participar de la organización de un
funeral, etc.) por tu condición de mujer?
Se ríe, sí, muchas veces. Las inversiones las manejaba tu
papá, lo mismo que todas las decisiones económicas.
-
:Antes del
parto (durante el embarazo), durante el parto o después del parto, ¿te fue
difícil o imposible preguntar o manifestar tus miedos o inquietudes porque el
personal de salud no te respondía o lo hacía de mala manera?
-
La
experiencia de la atención en el parto, ¿ te hizo sentir vulnerable, culpable o
insegura?
Mamá me cuenta la noche que pasó internada antes de mi
nacimiento. “Me dejaron un montón de horas, yo les decía que las contracciones
dolían mucho, que ya estaba, pero las enfermeras me descalificaban, me decían
que no podía doler tanto, que eran cosas de primeriza. La única que me escuchó
fue la mujer que estaba en la cama de al lado, que les gritó que me atendieran
porque estaba por parir. Y tenía razón”.
Rasurado, episiotomía, maniobras inconsultas, falta de
explicaciones. La experiencia de mi primer parto fue tan traumática como la de
mamá.
La tarde continúa con nuevas revelaciones. Cuando llegamos a
las relaciones de pareja, prefiero que
pasemos de largo las preguntas porque no quiero conocer la intimidad entre mis
padres.
Llegamos a la conclusión de que muchas cosas no han
cambiado: el acoso callejero, la violencia obstétrica, el ninguneo diario, el
lugar subalterno al que nos resignamos casi sin darnos cuenta.
ARISING
“Todas fuimos víctimas alguna vez”
La frase está estampada debajo de una mirada de ojos
oscuros, en un muro de la muestra Arising (Resurgiendo) de Yoko Ono en el Malba[iii]. La artista invita a mujeres de cualquier
edad, de todos los países de Latinoamerica a enviar su testimonio de algún daño
que hayan sufrido por su condición de mujer. Los testimonios se imprimen junto
con las fotografías de las miradas de las protagonistas y se cuelgan en un muro
gigantesco.
Escribe una mujer de ojos graves:
Sus ojos, dos cuchillos afilados
que atravesaron mi cuerpo/ Sus manos, decididas y más fuertes que las mías/ Solo
hubo silencio y solo sigue habiendo silencio
Otra mujer, con uno de sus ojos morados:
Algo en el aire me dice que
tenemos que gritar hasta que retumbe la tierra y todo se transforme. La
violencia con la que se convive no es natural.
Los testimonios pinchan como agujas. En la pared de enfrente
se proyecta un video llamado “Violación”. Una mujer es seguida por un
camarógrafo hasta la exasperación por avenidas, callejones, su trabajo, su
casa.
Más allá, una obra llamada “Fly”, muestra una mosca que se
posa sobre el cuerpo de una mujer desnuda. La mujer gime, grita, llora ¿goza?. Un
cuerpo desnudo, ofrecido, inerte. En este micromundo blanco, los ruidos
perturban, sobresaltan, desesperan. ¿Es la mosca o la mujer quien gime? Frente
a la mosca que se posa sobre los pezones, sobre el sexo, que hurga en cada
rincón del cuerpo con una vibración que ya no es zumbido sino gemido, los
testimonios toman otra dimensión.
La violencia estalla en cada palabra, en cada imagen, en
cada sonido. La violencia se transforma en reverberación. Y una sale de la
muestra temblorosa, lívida como la mujer desnuda, grave como las miradas
anónimas estampadas las paredes.
Ten coraje
Ten rabia
Estamos resurgiendo
Dicen las “instrucciones” escritas en el muro.
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