Columna de Silvina Quintans para Radio Continental.
Escuchar las reacciones que generaron las declaraciones de Gustavo
Cordera ante un grupo de estudiantes de TEA enciende una luz de esperanza. Se
empiezan a cuestionar temas silenciados, a desnaturalizar situaciones que
pasaban desapercibidas. Lo de Cordera fue brutal, dejó crudamente expuesto algo
que es la punta de un iceberg.
El rock siempre se presentó, al menos en el discurso, como un
ámbito libertario. Sabemos que forma parte de una industria que no está
separada del sistema al que critica. Pero aún con ese halo crítico, no puede
despegarse de actitudes que parecen prehistóricas. Y lo mismo se puede decir
del reggaetón, de la cumbia, del cuarteto, incluso del futbol. Uno lo escucha
hablar a Cordera y parece un dinosaurio que sigue manteniendo prejuicios que
atrasan y están fuera de época.
No es rebeldía, no es contracultural, es precámbrico. El
machismo y la misoginia atrasan, porque contra hombres como Cordera surge un
chico como Jonatan, que con valentía denunció el hecho en Facebook, o los miles
de hombres que se sumaron a las marchas por la igualdad de género, o los
hombres que nos acompañan cada día, que nos tratan como personas, nos escuchan,
nos dan un lugar y no se les caen los anillos por asumir tareas que todavía se
consideran de mujeres.
El machismo atrasa, y una muestra de eso es el rechazo
masivo de las declaraciones de Cordera que parece un animal prehistórico
herido, tambaleándose y tratando de sostener viejas consignas. Pero al mismo
tiempo se escuchan denuncias como la que trascendió hoy de una estudiante que acusa
a cinco hombres de haberla violado en un departamento al que había ido con uno
de ellos. O el pedido de juicio oral para Alexis Zárate, el jugador de futbol
acusado de violar a una joven mientras ella dormía con su novio, amigo del
violador.
Hombres jóvenes que comparten aquellos códigos rancios según
los cuales los machos se reparten las minas, las comparten, las señalan y
después brindan mientras comentan sus “proezas”. A veces disfrazados de
publicidades que invocan una supuesta complicidad masculina, otras disfrazados
de camaradería, de espíritu de cuerpo frente a las minas.
Esta mañana escuchaba a una chica muy valiente que se animó
a denunciar a un músico de rock que había abusado de ella durante años.
¿Cuántas veces se habla de forma despectiva de las “grouppies”? ¿Cuántas veces
los muchachos –muchos de ellos ya no tan muchachos- se ufanan de sus “hazañas”
incluso delante del público que festeja? ¿Cuántas veces se dice que la única
motivación de los músicos es levantarse minitas? ¿Cuántas de esas minitas son
tomadas y descartadas como si fueran objetos?¿Cuántas son menores de edad?
Queda un sabor agridulce después de todo lo que sucedió en
las últimas 24 horas. El sabor dulce de la reacción casi unánime de los medios
y de la sociedad en repudio de tanta misoginia. El sabor agrio de que sigue
muriendo una mujer cada 30 horas, de que siguen existiendo violaciones y se sigue
cuestionando a las víctimas, el sabor agrio de que todavía sigamos pidiendo por
#NiUnaMenos.
Para quienes no hayan escuchado, aquí van las declaraciones de Cordera
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