Crónica publicada en la edición febrero 2017 de Damiselas en Apuros
El 20 de enero de 2017 el azar quiso que estuviera en New York de vacaciones. Llegamos con mi esposo y con mis hijos adolescentes una semana antes de la inauguración[i] del gobierno de Donald Trump. Era el reencuentro con la ciudad que conocí hace muchos años, cuando vivía en un pueblo cercano, y la visitaba cada fin de semana. En las avenidas y calles de Manhattan de aquellos tiempos convivían los ricos con los homeless, los vidrios con el ladrillo, los velos con los crucifijos, los turbantes con los kipás. En Wall Street los hombres ostentaban sus trajes de marca, mientras las mujeres acompañaban los tailleurs con zoquetes y zapatillas. Extrovertida y caleidoscópica, New York era la ciudad de las mil culturas, de las hipérboles, de los contrastes. Una ciudad cuya identidad estaba, precisamente, en lo diverso.
Un cuarto de siglo después intento transmitir esa
fascinación a mis hijos. Me encuentro con su atmósfera contradictoria y multicultural, pero contaminada por el miedo
post 11 S que impone policías, scanners e interminables revisaciones para
entrar a cada atracción turística. Una ciudad que palpita entre el ritmo
cosmopolita de sus habitantes y el manto de sospecha que algunos colocan sobre
lo que consideran “extranjero”, aunque el calificativo sea inseparable de su
esencia.
Conservar esa identidad diversa en la era Trump parece ser
el desafío. A medida que se acercaba la fecha de la inauguración, las consignas
se multiplicaban: NOT MY PRESIDENT, decían los pins que vendían dos neoyorkinos
indignados frente a la Trump Tower; FIGHT TRUMP EVERYDAY[ii]
exhortaba un corazón pintado con tiza en una esquina de Bleecker Street; ERES
BIENVENIDO AQUÍ, recibía un gran cartel en español a los visitantes del
Highline –moderno y chic paseo al aire
libre- cuyo texto abogaba por la diversidad y manifestaba preocupación “por las
palabras y acciones maliciosas que estamos presenciando en todo el país”.
En cada esquina brotaba una protesta, pero si hubo un evento
que despabiló a la ciudad cosmopolita, libertaria y plural fue la Marcha de las Mujeres del 21 de enero,
cuya principal convocatoria fue en Washington, pero que se replicó en distintas
ciudades del país. En New York la marcha comenzaría a las 11 en Dag
Hammarskjold Plaza, a pasos de la sede de la ONU, se dirigiría a la calle 42,´para luego doblar por la 5ta
Avenida hasta llegar a la Trump Tower.
El dilema familiar se planteó temprano: ¿continuábamos con
nuestro plan de visitas a las atracciones
o nos sumábamos a la marcha?.
Decidí dejar que mi cónyuge e hijos enfilaran hacia los sitios
turísticos, y seguí desde el hotel a la tupida
multitud de mujeres con gorros rosados que avanzaba por las calles.
Son las 11 y no cabe un alfiler en la plaza. Tal vez sea
simbólico que estemos enfrente de la ONU: inmigrantes de todas las latitudes se
suman al reclamo de las mujeres. La convocatoria realizada por Women’s
March es amplia e incluye, además de
derechos de las mujeres, los de personas con discapacidad, inmigrantes,
minorías, trabajadores y la protección del medioambiente.
La marcha abarca gente de distintas edades, etnias,
religiones y orientación sexual, que porta pancartas con diferentes consignas. Cada cartel es una declaración de principios,
una forma de expresión, la presencia de la palabra. Los hay más o menos
modestos, ingeniosos, humorísticos, feroces, sutiles, soeces. Siempre
creativos, siempre artesanales.
La otra palabra que ganó los carteles fue “pussy” en su
significado más coloquial: concha. Otra referencia a palabras de Trump, que en
un audio de 2005 difundido durante la campaña fanfarroneaba frente a un
periodista: "«Cuando eres una estrella, te permiten hacer lo que
quieras. Agarrarlas por la concha (grab
their pussy)». La expresión causó repudio generalizado, resucitó una ola
acusaciones por acoso sexual contra el magnate, y fue la gota que rebalsó el vaso para las
organizaciones que venían observando la actitud de desprecio por las mujeres
del candidato.
Durante la campaña, Trump había descalificado a Megyn Kelly,
moderadora del primer debate republicano, con una grosera referencia a su ciclo
menstrual: "le salía sangre de su…
donde sea". En el segundo debate embistió contra Carly Fiorina, única
candidata mujer por su partido: “Mira esa cara ¿puede alguien votar por eso?”, le
espetó. Durante los años en que fue propietario del concurso Miss Universo –del
que tuvo que alejarse luego de sus declaraciones xenófobas-, presionaba a la ex
ganadora del certamen Alicia Machado para que bajara de peso llamándola “Miss
Piggy”. Gordas, feas, perras, cerdas son algunas de las palabras que fue
sembrando en su participación en los medios.
La misoginia llevó a las mujeres a convocar a una marcha de
repudio un día después de su asunción. Pero más allá de sus declaraciones, las
promesas de Trump auguran un retroceso en los derechos ganados por las mujeres durante
de décadas de lucha. WOMEN’S RIGHTS ARE HUMAN RIGHTS (Los derechos de las
mujeres son derechos humanos)[iv],
recordaban las pancartas durante la marcha.
La designación de jueces conservadores en la Corte Suprema
de Justicia podría dar marcha atrás con el histórico fallo Roe vs. Wade, que en
1973 reconoció el derecho al aborto. Trump también afirmó durante la campaña
que restringiría el programa Planned Parenthood[v]
si continuaban realizándose abortos en sus instalaciones. Se trata de una red nacional
de clínicas de salud femenina y planificación familiar que ofrece a poblaciones
vulnerables -además de abortos legales que son un ínfimo porcentaje-, exámenes ginecológicos y tratamientos para enfermedades
de transmisión sexual. La restricción presupuestaria afectaría gravemente la
salud de las mujeres beneficiadas por el programa[vi].
Trump prometió también terminar con el Obamacare, el sistema
de salud pública, que, entre otras cosas, abarca la cobertura del control de
natalidad.
Tampoco el derecho a la igualdad salarial o los derechos
laborales forman parte de las prioridades de Trump, que en algún momento afirmó:
“un embarazo es una cosa maravillosa para la mujer y para el marido, pero es un
inconveniente para una empresa.”
Todas estas razones hicieron que, como en las épicas marchas
de los setenta, las mujeres volvieran a salir a la calle a luchar por sus
derechos. Uno de los carteles más celebrados en esta marcha reproducía la frase:
I CAN’T BELIEVE I STILL HAVE TO PROTEST THIS SHIT[vii]
(No puedo creer que todavía tenga que protestar por esta mierda)
Demasiados problemas para un cartel
Estamos apelmazados pero somos solidarios, sonreímos cuando
pisamos a otro, pedimos disculpas por ocupar su espacio vital, avanzamos con
cuidado por donde podemos. Pasan las horas, estoy atascada en la plaza Dag
Hammarskjold, y me dedico a escudriñar mi limitado horizonte visual.
Un hombre lleva un bebé en una mochila; el bebé queda cada
vez más apretado entre la espalda de su padre y la multitud. Llora
desconsoladamente, la mamá se para de frente y le canta, trata de armar un micromundo
entre tanta gente. Aguantan así durante una media hora hasta que un policía los
autoriza a que pasen a través de una valla y se alejen hacia algún lugar más
aireado. Detrás de mí hay otros dos bebés en un cochecito doble que custodia su
papá, cada uno lleva un cartel: PASEO CON MI PAPA (la nena), IGUALDAD DE
DERECHOS PARA MI HERMANA (el nene). Los padres que participan en la marcha se
ocupan de los niños, acompañan a las mujeres, muestran que ellos también
participan de las tareas de cuidado.
Los chicos marcan presencia a lo largo de toda la marcha.
Más adelante encontraré una nena que lleva un cartel multicolor: I’M INTERESTED
IN HUMAN RIGHTS AND I VOTE IN 2028 (Me interesan los derechos humanos y voy a
votar en 2028). Un nene de ascendencia oriental cuelga una cartulina con la
leyenda: FUTURE AGAINST HATE (El futuro contra el odio). Otra nena sostiene su
pancarta con el texto BLACK LIVES MATTER (Las vidas negras importan), emblema
del movimiento contra la violencia racial que surgió en 2013 luego del
asesinato del joven negro Trayvon Martin en manos de la policía.
Desde mi rinconcito escucho a un grupo de mujeres mayores
que rememora las antiguas luchas de los años 70. Una de ellas increpa al
policía que contiene a la multitud detrás de un vallado, y le advierte que si
no libera la zona, la gente se va a descomponer. Aparece entonces una
organizadora con chaleco fosforescente del
lado envidiable de la valla, y
admite que el evento se les fue de las manos, que hay muchísima más gente de la
que estaba programada, y que no avanzamos porque todas las calles están
saturadas. La gente empieza a corear “que empiece la marcha ya”, pero no hay
caso.
El policía nos explica amablemente que no se puede avanzar,
pero autoriza a salir a quienes lo deseen, siempre que caminen en sentido
contrario al que debería circular la marcha. Las mujeres mayores se retiran.
Quedo apretada contra el vallado, sorprendida por la falta de organización.
Espero más de una hora allí hasta que decido salir aunque tenga que retroceder.
Inesperadamente termino en una zona destinada a fotógrafos y periodistas, por
la que circulo libremente durante más de una hora, hasta que un policía poco
simpático me echa por carecer de credencial. Hasta que eso sucede, saco cientos
de fotos de las orgullosas portadoras de carteles:
GIRLS JUST WANNA HAVE FUNDAMENTAL
RIGHTS[viii]
(Las chicas solo quieren derechos fundamentales)
RAISING A SON WHO RESPECTS WOMEN
(Criando un hijo que respeta a las mujeres)
FIGHT BACK (algo así como
“Peleala”, junto al dibujo de una mujer de los años 50 sacando músculo)
LATINA AND PROUD (Latina y
orgullosa)
THIS WOMAN’S PLACE IS IN
REVOLUTION (El lugar de esta mujer es la revolución)
I AM NO LONGER ACCEPTING THE THINGS I CANNOT
CHANGE. I AM CHANGING THE THINGS I CANNOT ACCEPT. (No acepto más las cosas que no puedo
cambiar, cambio las cosas que no puedo aceptar, frase de la famosa feminista
afroamericana Angela Davis)
FREE MELANIA (Liberen a Melania)
REAL MEN SHARE POWER (Los hombres
verdaderos comparten el poder, sostiene la pancarta de un hombre)
WAKE ME FROM THIS NIGHTMARE
(Despiértenme de esta pesadilla, dice el cartel del hombre gay con pussyhat)
TOO MANY PROBLEMS FOR ONLY ONE
SIGN (Demasiados problemas para un solo cartel, sintetiza la pancarta de un
chico)
A diferencia de nuestras marchas, los carteles son todos
diferentes y hay pocas consignas fijas. No hay organizaciones con banderas
políticas, sindicales o sociales. No hay bombos, cánticos ni micros escolares. Extraño
las melodías y las voces desafinadas que suelen poner ritmo desde los
megáfonos. El hambre aprieta y nadie vende choripán, gaseosas o
souvenires. Tampoco encuentro un alma
caritativa que me venda el emblema de la marcha: el pussyhat. Muero por
calzarme uno.
Gatos y gorros
La palabra pussy que Trump utilizó con tanta liviandad dio lugar
al símbolo distintivo de la marcha: el pussyhat. Estos gorros rosados con orejas
de gato formaron una marea en la Marcha de Washington. Muchas mujeres y hombres
también los llevaron en NYC, aunque en menor número. El Pussyhat Project fue
creado por dos emprendedoras californianas: la guionista Krista Suh y la arquitecta Jayna Zweiman. El proyecto
consistía en tejer a mano todos los sombreros rosados que fuera posible como
marca de presencia, identidad y lucha.
Una página de
internet facilitaba los moldes con los que se confeccionaron más de sesenta mil
sombreros que lucieron las tejedoras o regalaron a quienes asistieran a la
marcha. Durante meses grupos de mujeres
se reunieron para tejer como forma de revalorizar el trabajo manual y la
solidaridad.
El Pussy Hat recicla dos elementos relacionados con las mujeres
y muchas veces menospreciados: el tejido y el color rosa, que se convierten en
símbolo de fuerza. Pero el concepto que subyace detrás de los gorros y de la
tácita empatía que reina en la marcha es el de sisterhood, hermandad o
sororidad. Mujeres que se unen, que se ayudan y comprenden, que luchan juntas
por sus derechos.
Sigo buscando un pussyhat para lucir en la marcha. La
consigna es que sea artesanal y gratuito, así que nadie se anima a lucrar con
él. Nadie los vende.
Atardece. Llevo más de seis horas inmersa en la marcha,
estoy hambrienta y tengo frío. Desvío por una calle lateral para volver al
hotel. Dos chicas extienden unos cartones en una vereda solitaria. Se inclinan
sobre el suelo y dibujan sus consignas con marcadores rosados y violetas. Un hombre les toma fotos, pero a ellas no les
importa: están muy concentradas en la pintura de los carteles.
A pocos metros de
donde pintan, sobre la 5ta Avenida, la marcha es ruidosa y colorida, como si
corriera una primavera a destiempo entre tanto gris invernal. La avenida es un
río de aguas rosadas que fluye entre el cemento. Pero aquí, a pocos metros, donde las chicas pintan sus
carteles, queda el gris del invierno. Les pido prestado un marcador para
improvisar mi propio cartel. Atravieso la marcha de regreso al hotel y levanto
con orgullo mi pancarta: #NiUnaMenos.
[i] Inauguration day es el término que utilizan
los estadounidenses para el día de la asunción del mando
[ii]
“Lucha contra Trump todos los días”
[iii] “Mujer horrible”
[iv] “Women’s rights are human rights”
[vi]
Apenas dos días después de la marcha, Trump firmó una orden ejecutiva
restringiendo los fondos estatales a organizaciones que realizaran abortos,
entre ellas, Planned Parenthood.
[vii] “No
puedo creer que todavía deba protestar por esta mierda”. Esta consigna también
fue utilizada en las marchas Black Lives Matter en 2013 y en la huelga del
Lunes Negro en Polonia, en octubre de 2016.
[viii]
Las chicas solo quieren derechos fundamentales – juego de palabras con el
título de la canción Las chicas solo
quieren divertirse (Girls just wanna have fun) hit de Cindy Lauper en los años
80