lunes, 11 de junio de 2018

Carta al legislador indeciso: tres razones para legalizar el aborto

Texto y foto: Silvina Quintans




Se habla en estos días de una nueva “grieta” entre quienes están a favor y en contra de la legalización del aborto.  No creo que sea necesario ni que sume plantear la cuestión en estos términos.

Estoy a favor de la despenalización y legalización del aborto, pero respeto a la gente que de buena fe se manifiesta en contra. Muchos de ellos son amigos y sé que defienden sus convicciones más íntimas. Por eso no me gusta llamarlos “antiderechos” ni descalificar sus opiniones como medievales u oscurantistas, así como no me gusta que me digan que no estoy “a favor de la vida”, ,o que me llamen asesina porque defiendo el derecho de las mujeres a acceder al aborto.

No me interesa entrar en agresiones, amenazas ni aprietes porque degradaría el paso histórico que estamos dando en estos días: la instalación en la agenda pública de un tema que siempre se había barrido debajo de la alfombra. Un tema que la mayoría de los políticos subestimaba y  evitaba en sus campañas porque lo consideraban “piantavotos”.

El aborto existe, y cada uno de nosotros, de manera personal o a través de alguna mujer cercana, sabemos que la práctica se realiza de forma clandestina en todas las clases sociales. Las mujeres más pobres ponen en peligro su salud y su vida, pero también las mujeres que pueden costear el procedimiento deben hacerlo en la clandestinidad . Estar al margen de la ley implica entrar en una zona oscura donde se incurre en un delito tipificado en el código penal. Ninguna mujer desea abortar y ninguna mujer merece ir a prisión por no desear un embarazo

Durante las exposiciones de los últimos dos meses en el Congreso escuché una frase que coincidió entre militantes a favor y en contra de la despenalización: “el aborto es un fracaso”.
Todos coincidimos en que el aborto es un fracaso, una situación indeseable por la que nadie quiere pasar. Nadie está “a favor” del aborto.  El aborto es el último eslabón de una cadena en la que falló el sistema. El aborto es la última ratio, ninguna mujer con acceso a la anticoncepción llegaría a esa situación extrema. Plantear que la legalización convertiría el aborto en un “método anticonceptivo” es asumir el fracaso de las políticas de salud sexual y reproductiva que evitarían llegar a esa instancia.

El debate no debería encuadrarse como estar a favor o en contra del aborto, nadie está a favor del aborto, ni está en contra de la vida. La verdadera cuestión es aborto clandestino sí o no.

Durante las exposiciones en Diputados hubo coincidencia  en la importancia de la educación sexual para evitar embarazos no deseados. Para esto no hacen falta nuevas leyes,  sino aplicar la ley 26.150 que ya está vigente desde 2006. Sin embargo, sabemos que muchos sectores se han opuesto a la vigencia de esta ley, y que todavía no se aplica de manera pareja ni con los contenidos adecuados.

También hubo coincidencia en que el acceso a los anticonceptivos reduciría las situaciones de aborto. El acceso gratuito a la anticoncepción está contemplado por la Ley 25.673  de salud sexual y procreación responsable, vigente desde 2003, y la ley 26.130 de Anticoncepción Quirúrgica que incorporó la posibilidad de acceder de manera gratuita a la ligadura de trompas y a la vasectomía

Estos puntos, que en algún momento fueron resistidos por varios de los sectores que hoy se oponen a la ley, forman parte de un consenso básico entre quienes tienen hoy en sus manos la legalización del aborto.  Hay que aprovechar estas coincidencias para exigir la aplicación de estas leyes que llevan ya más de diez años de vigencia y que no se aplican por razones presupuestarias o religiosas.

Ahora vayamos a las diferencias. 

Las dos posiciones básicas parten de las siguientes premisas:
·       1)   La persona comienza en la concepción y desde ese momento debe ser protegida jurídicamente de manera plena
·        2)  La vida es un proceso durante el cual se va formando la persona humana y la protección jurídica es gradual.

No existe consenso jurídico, científico y religioso sobre el comienzo de la vida, como se ha visto durante el debate al que asistieron prestigiosos científicos que sustentaron una y otra posición. Cada uno tiene sus argumentos y es difícil encontrar puntos de contacto. Sin embargo, en una sociedad democrática, ambas posiciones deberían poder convivir sin excluirse entre sí. Es necesario entonces encontrar acuerdos posibles.

Van aquí tres argumentos que pueden acercar las posiciones para las personas que están indecisas:

1)      Argumento 1: Conciliar las convicciones personales con las políticas públicas.

Varios de los legisladores que estaban indecisos se definieron a favor de la legalización porque consideraron que si bien no estaban de acuerdo en lo personal, debían legislar en  función del interés general y de la salud de la población.

Muchos de los que estamos a favor de la legalización respetamos profundamente la convicción de quienes creen que la persona empieza en el momento de la concepción. No discutimos las convicciones íntimas o religiosas, que están fuera de todo cuestionamiento y pertenecen a su ámbito privado y personalísimo.  Sin embargo, consideramos que las leyes tienen que garantizar la libertad de todos: de los que creen que la persona comienza con la concepción y de aquellos que creen que la vida es un proceso.

Un estado laico y  respetuoso de las libertades civiles debe respetar a todos y garantizar que cada uno pueda actuar de acuerdo con sus convicciones. Pero mientras aquellos que consideran que la persona comienza con la concepción pueden decidir continuar  con el embarazo no deseado, aquellas mujeres que no comparten esta posición,  se verán forzadas a ser madres. Nadie puede obligar a alguien a abortar, quien no desee hacerlo no lo hará, pero a aquellas mujeres que padecen un embarazo no deseado se las obliga a parir  imponiéndoles convicciones morales o religiosas que no comparten.

Muchas personas católicas apoyan la legalización y no ven contradicción con sus creencias personales porque consideran que en un estado laico todas las posiciones deben ser respetadas. “Yo no lo haría bajo ninguna circunstancia, pero no puedo prohibir que otra persona lo haga”, sería el razonamiento. En Irlanda, uno de los países más católicos del mundo, la población apoyó en un 66% una reforma constitucional que habilita la legalización del aborto.  Jon O’Brien, representante de Católicos por el Derecho a Decidir expuso el último día del debate en Diputados en la Argentina y afirmó que como católicos apoyaban la libertad de conciencia y no veían contradicción en ello.

En 1975 y tras un largo debate, Francia despenalizó el aborto mediante la llamada Ley Veil, que recibió ese nombre por su impulsora, la entonces ministra de Salud, Simone Veil.  Años después, el Presidente Válery Giscard d’Estaing (1974-1981) sostuvo un tenso diálogo con Juan Pablo II en el Vaticano que le reprochaba al presidente, católico practicante, que la ley fuera sancionada durante su mandato. “”Yo soy católico”, le dijo el entonces gobernante francés al Papa. “Pero soy presidente de la República de un Estado laico. No puedo imponer mis convicciones personales a mis ciudadanos. Como católico estoy contra el aborto; como presidente de los franceses considero necesaria su despenalización”.

En un país con libertad de cultos y de conciencia, las distintas posiciones deben ser respetadas y las convicciones individuales no deben imponerse sobre las cuestiones de Estado. La libertad de conciencia debe ser garantizada

2)      Argumento 2: Las razones para despenalizar ¿Estamos de acuerdo con que las mujeres que abortan vayan a prisión?  

El código Penal castiga el aborto desde 1921 en los artículos 85, 86 y 87 con penas de reclusión o prisión de uno a cuatro años. La pena se establece tanto para la mujer que se somete al aborto como para la persona que realice el procedimiento. Si se tratara de profesionales de la salud, se los castiga también con la inhabilitación por el doble de tiempo de la pena.  Los únicos casos exceptuados son los del art. 86 incs. 1 y 2, donde se prevé el aborto no punible para casos de  peligro para la vida o salud de la mujer o violación.

La respuesta penal es la última opción de muchas posibles, implica medidas extremas como la privación de la libertad. Cabe entonces preguntarse: ¿Es la sanción penal la respuesta adecuada para una persona que se somete o facilita un aborto?  ¿Queremos enviar a prisión a las mujeres?  ¿Queremos que cargue además del embarazo no deseado y del aborto clandestino, con una pena de cárcel?

La mayoría de las personas que expusieron “en contra” de la legalización, hablaron de acompañar a la mujer durante el embarazo no deseado, se mostraron empáticos hacia su situación. No obstante, mantener la legislación como está ahora implica responsabilizarla de un delito penal con pena de prisión. Si no están de acuerdo con esto, deberían apoyar que cambie la ley. Según un informe de la Defensoría General de la Nación, en los últimos cinco años se formaron 167 causas contra mujeres que habían abortado. “El derecho penal fracasa en su finalidad de prevención”, dice el informe.
¿Es la privación de la libertad la única respuesta posible a una práctica que se realiza masivamente? ¿Cuántas mujeres y cuántos profesionales deberían ir a prisión si la ley vigente se aplicara? ¿Es esto razonable? -¿se imagina alguien una prisión capaz de albergar a todas las personas que practican abortos? ¿sería justo aplicar esta sanción?¿Cómo se haría en la práctica?, ¿Deberían los recursos del estado destinarse a la persecución penal de una práctica que se realiza en situación de necesidad cuando ha fallado todo el sistema para evitar embarazos no deseados?¿Ha dado resultado la criminalización del aborto para evitarlo?

La respuesta penal vigente desde 1921 ha relegado la práctica a la clandestinidad y no evita que los abortos se realicen.  ¿Por qué se insiste entonces en mantener un castigo penal que produce un problema de salud pública condenando a la clandestinidad a miles de personas, y que no previene ni evita que se sigan produciendo los hechos?.

¿Qué ganamos criminalizando el aborto?

3)      Argumento 3: Las razones para legalizar. ¿Por qué el aborto es un problema de salud pública?

La criminalización del aborto conduce a la clandestinidad.  La clandestinidad hace que se realice de manera insegura, en lugares no habilitados y fuera de los controles del Ministerio de Salud.  El aborto clandestino produce muertes, infecciones y complicaciones que pueden dejar secuelas. Impide además aplicar políticas públicas para que la decisión de la mujer se tome con la información adecuada, y que se den nociones de salud sexual y reproductiva para prevenir a futuro.

Según datos del Ministerio de Salud de la Nación, en 2014 los egresos hospitalarios por aborto en instituciones públicas fueron  47 mil.  Existieron 43 muertes maternas que representan un 17% del total.  Estas cifras son incompletas porque no contemplan el sistema de salud privado, que tiene el  50 por ciento de las camas totales del país, y porque muchos médicos codifican esas muertes con otros padecimientos por temor a represalias, según informó el Ministro de Salud de la Nación Adolfo Rubinstein. Recomendamos repasar su exposición donde fundamenta con claridad e información por qué el aborto debe ser abordado como un problema de salud pública.

A esto se suma la inequidad social que implica que quienes tienen medios económicos puedan acceder a prácticas seguras,  y quienes no los tienen tengan que recurrir a métodos riesgosos.
Se ha probado a lo largo de las audiencias que la  proporción de abortos inseguros aumenta donde las leyes son restrictivas, dando lugar a mayores índices de muerte y morbilidad materna. En aquellos países donde el aborto fue legalizado, en cambio, los abortos inseguros prácticamente no existen. También se han presentado estadísticas referidas a la disminución de la cantidad de abortos en los países que legalizaron la práctica.

  Uruguay legalizó el aborto en 2012 y actualmente tiene la tasa de mortalidad materna más baja de América detrás de Canadá, según las estadísticas presentadas. También se redujeron los casos de mujeres con infecciones u otras dolencias y disminuyó la cantidad de abortos. Los resultados son el producto de muchos años de políticas de prevención y educación, además de la legalización del aborto.  

Detrás de todos estos números y conceptos abstractos hay duras historias que circulan en la clandestinidad. Historias de mujeres que llegan a los hospitales con infecciones por haberse insertado un tallo de perejil, una aguja de tejer o una sonda, o mujeres que han abortado en una clínica sin perder el temor por estar realizando un acto penado por la ley. Historias de falta de educación sexual o  de anticonceptivos que fallan. Historias de adolescentes que viven el embarazo a escondidas, de mujeres que quedan embarazadas a edades avanzadas, o de mujeres que no pudieron cuidarse debido a la violencia de género. En fin, la casuística es infinita pero hay un punto en común:  ninguna esperaba llegar a esa instancia.

La legalización no obligará a nadie a abortar, pero garantizará que aquellas mujeres que tomen la decisión puedan hacerlo de manera segura, que reciban información antes de hacerlo, que ingresen al sistema de salud, y que se erradiquen las prácticas clandestinas.  La maternidad debe ser producto de una decisión, y no debería ser una imposición para nadie.


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