Ilustración: Juanito Laguna remontando su barrilete (Antonio Berni, 1973)
Una madrugada de
abril de 2015, un niño y dos niñas de 9,
10 y 15 años rompieron la vidriera de una juguetería de Neuquén y robaron seis
muñecos de peluche. Un patrullero los
atrapó unas cuadras más adelante, pero cuando los policías se disponían a
arrestarlos, llegó el dueño del local. El hombre se acercó alertado por los ruidos y cuando vio
la escena pidió que los liberaran. Al día siguiente las niñas volvieron a la
juguetería acompañadas por su madre : “yo le voy a pagar, venimos a pedirle perdón”. La chica de 15 era madre adolescente y la
familia estaba compuesta por cinco hermanos que vivían en situación de precariedad.
Cada Día del Niño
recuerdo esa historia y las palabras de Francisco Gallo, el dueño de la
juguetería: “Yo no puedo condenar a un pibe que no llega al techo de un auto y
tiembla como una hoja como si fuera un delincuente. Tengo sensaciones
encontradas porque me robaron, pero también entiendo que no se llevaron
cualquier cosa. No estaban buscando celulares para revenderlos. Se llevaron
algo que deseaban. Un Mickey, un Spiderman... Si el Estado y el Gobierno no
hacen algo por los chicos, es la sociedad la que tiene el deber de hacerlo. Yo sólo
pongo un grano de arena”,
Jugar es un derecho reconocido por la Convención sobre los Derechos del Niño. El artículo 31 establece
que los niños y niñas tienen derecho al descanso y al esparcimiento, al juego y
a las actividades recreativas propias de su edad y a participar libremente en la
vida cultural y en las artes. Sin juego no hay aprendizaje, no hay integración,
no se comprenden las reglas. Conocemos el mundo a través del juego.
Frente a tantas necesidades y urgencias, plantear el derecho
al juego puede parecer una utopía, pero olvidarlo
es asumir que hay niños sin derecho a la infancia. Los niños son niños, más
allá de su situación social.
Hace tiempo en una
casa de comidas rápidas un chiquito se acercó para pedirme que le comprara una
cajita feliz. Yo tenía una hamburguesa en mi bandeja y se la ofrecí. “No tengo
hambre, ya comí, es por el juguete”.
Cada Día del Niño pienso en esa infancia invisible, en la de
los chicos y chicas que olvidamos que son niños. En los que vemos en los semáforos, en los
bares, en las calles, en las esquinas repartiendo estampitas, haciendo malabares, vendiendo chucherías, durmiendo en camitas improvisadas en la vereda. En aquellos a los que miramos con
desconfianza, a los que ignoramos o reclamamos que actúen como adultos,
Hace tiempo volvía del trabajo aturdida con tantas noticias
y con las urgencias de la vida cotidiana. Tropecé en el andén del subte con unos
chiquitos de unos siete años que jugaban en el piso con una figurita vieja y
rota. Reían mientras trataban de hacerla
girar. El mundo parecía encerrado en ese dibujito despintado, que en cualquier momento podía darse vuelta y
mostrar una cara más amable. Un mundo
que podía cambiar.
Este Día del Niño, como cada año vendrá la imagen de nuestra
propia infancia, la de nuestros hijos, y ojalá también la de tantos chiquitos
que hacen vida de adultos pero que también tienen derecho a jugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.