miércoles, 28 de abril de 2010

El largo camino al Taj Mahal


El largo camino al Taj Mahal
Por Silvina Quintans

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Conocí el Taj Mahal mucho antes de llegar a él. Tenía entonces cinco años, y una vez por semana me desvelaba junto a mi mamá para ver por televisión –todavía en blanco y negro- un programa llamado “La Vuelta al Mundo”. El presentador era un hombre robusto y morocho que conversaba con un sacerdote jesuita de aspecto frágil junto a una enorme foto del Taj Mahal.
Cada noche presentaban un documental distinto, pero la escenografía era siempre la misma: aquel monumento blanco, perfecto y sinuoso, símbolo de todo aquello que estaba al otro lado del mundo. En una alquimia algo confusa, el Taj se mezclaba con mis lecturas de Las Mil y Una Noches, convertido en un escenario de estanques mágicos y alfombras voladoras.
Lejos de mi barrio de casitas bajas, de frentes decorados con piedritas de brillo falso y fragmentado, el Taj Mahal aparecía blanco y resplandeciente, enceguecedor como las fantasías que rodean la infancia.

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Han pasado más de treinta años desde entonces y los tiempos han cambiado, junto con los colores de las fotografías. El mundo dejó de ser ancho y ajeno para convertirse en variaciones más o menos cercanas de una misma melodía. Ciudades con los mismos sabores, las mismas cadencias, los mismos sonidos, multiplicadas en distintos hemisferios. En pocos años un soplo gigantesco barrió la magia de las diferencias.
Tal vez sea precisamente por contraste con la globalización, que la India abofetea con el bullicio desordenado de sus calles, la presión caótica de las multitudes, las sedas de colores estridentes, el desfile hipnótico de los festivales, los templos poblados de diosas danzantes, las avenidas surcadas por animales, carros y bocinazos. En su desorden divino y fascinante, la India parece demasiado para nuestros cinco sentidos. Se mete por cada resquicio de nuestro cuerpo, como el sabor penetrante de las especias. Necesitaríamos más ojos, más oídos, más tiempo para poder abarcarla.

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Tres semanas en la India. Ese fue el tiempo del que dispuse para materializar las fantasías de mi infancia. Un viaje en el que descubrí que la India no era el país blanco del Taj Mahal, sino un caleidoscopio de imágenes vivas: el sol rojo de Benarés, la imagen brumosa de los ghats al amanecer, la mirada curiosa de unos chicos camino a Jaipur, el balanceo del lomo de un elefante, los bigotes solemnes del custodio del palacio de Mandawa, las intrincadas vueltas del turbante de nuestro guía sikh en Delhi, el olor del chapati en un mercado, los colores de los saris de las mujeres de Rajasthán.
Dentro de ese marco embriagador, el Taj Mahal no podía ser otra cosa que lo que yo había visto en las trasnoches de mi infancia: una monumental escenografía.

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Llegué al Taj Mahal al atardecer, hora en la que el blanco va cubriéndose de efectos rosados. En su suavidad de mármol, el edificio parecía flotar sobre el paisaje, ajeno a la vida que se agitaba al otro lado de la muralla. Ya no era hora de turistas, ni de buscavidas, ni de parejas en busca de la postal de la luna de miel. Eramos pocos los que esperábamos la milagrosa caída de la luz.
Una mujer con sari de colores contemplaba el monumento desde un banco. El reflejo en el estanque reproducía sedas y mármoles ondulantes. Me senté junto a ella.
“Toda una vida esperé para llegar hasta aquí”, dijo. Hacía siglos que su familia había emigrado a Sudáfrica y luego a Londres en busca de un mejor futuro. Sus antepasados habían acariciado durante generaciones el sueño del regreso.
La mujer hablaba, mientras el Taj se cubría de velos azulados. Era hora de antiguas nostalgias, de historias tristes. La historia del emperador que había construído el monumento más blanco del mundo en honor a su esposa fallecida. La historia de miles de obreros que habían sudado para levantar la filigrana perfecta. La historia de la mujer del sari, y el sueño de sus ancestros. Mi propia historia de televisor en blanco y negro, frente a la imagen de un hombre que hablaba de vueltas al mundo y de viajes imposibles. Y allí, treinta años después, frente a la figura líquida del Taj Mahal, recordé la tristeza del día en que levantaron la emisión. Ya adulta supe que el hombre robusto y morocho que conducía el programa había sido víctima de la dictadura militar argentina por sus ideas “tercermundistas”.
Una primera estrella apareció en el cielo azul cobalto. El Taj recobró entonces su resplandor casi sobrenatural sobre un fondo cada vez más oscuro. Sutil, etéreo, lejano, perfecto, el Taj languidecía como una plegaria. Una gigantesca escenografía devorada por la noche.

Este texto ganó el primer premio en el concurso literario organizado por la Embajada de la India para el Festival de la India 2009
Aquí va el enlace con otro texto sobre India premiado por la Fundación El Libro en 1997 y publicado en el libro "Viajar Para Contar".
El cuento se llama "Lo Sagrado y lo Profano" y también fue publicado por La Nación

6 comentarios:

  1. Silvina, su descripción del Taj Mahal guarda la escencia, el misterio intacto de los cuento de la niñez del lejano oriente. Destila melancolía y belleza. Excelente idea estas contracrónicas! Tinta

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  2. Silvia, te sigo desde los rios, y debo devir que me encantan tus textos. A modo de critica constructiva te comento que el fondo negro y las letras en blanco cansan mas facilmente la vista.

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  3. SQ, me dejó helado con esa foto y ese texto, encima premiado. Deje que me reponga y le comento.

    Por el momento le agradezco que haya sacado a Caparrós del mundo azul. Ahora que pude leerlo comprobé que no es más que un papanatas (qué otra cosa podía esperarse, con esa trabajada facha de galancete de los años treinta). Este muchacho no entiende la relación entre jugar el partido de fútbol y comentarlo después en el asado. No patea el tiro libre para hacer un gol, lo patea para contar que lo pateó. Qué infeliz.
    VV (viajero virtual)

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  4. Amaine, VV, no lo queremos a Caparrós para jugar un picadito. Prometo buscar personajes más ilustres para las próximas citas.

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  5. Excelente, SQ, estremecedor. Ha puesto en palabras esa sensación indefinida que me ha acompañado tanto tiempo; esa primera vez en 1 y 57.

    Saliendo del deslumbramiento, le hago un par de comentarios:

    Primero, por lo que veo, Ud. también fue viajera virtual, alguna vez. Ya comentaremos.

    Segundo: Escucheme SQ, Ud. se despacha con un texto premiado por un país que tiene 1.160 millones de habitantes, que es la meca de todo turista que se precie, y que, para completar, junto con China dominarán el mundo dentro de poco, según vaticinan; y si entre todos los textos del concurso eligen al suyo, es como que quedamos todos de a pie, el peso de esa cultura milenaria nos cae a plomo como una mordaza, fulmina cualquier irreverencia.

    Mande otra, SQ, esperamos ansiosos,

    VV, Viajero Virtual

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  6. Nuestro lema es "una mirada desde una alcantarilla puede ser una visión del mundo". No se sienta intimidado, VV, mande su propia contracrónica que será bien recibida.

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