viernes, 12 de noviembre de 2010

El Nobel y el Goncourt

Esta semana Michel Houellebecq se alzó con el Premio Goncourt. El hecho me hizo desempolvar este mail que envié hace un par de años al grupo Ríos de Tinta –amigos internéticos con los que mantengo cotidiana correspondencia- a propósito de las conferencias de Le Clézio y Houellebecq en sendos pasos por nuestra Buenos Aires Querida. En el momento de las conferencias, ninguno de los dos había sido premiado. El mail lo escribí tiempo después, cuando me enteré de que Le Clézio había ganado el Premio Nobel. Aquí lo copio con ligeras modificaciones.


Es cierto, señoras y señores, tinteros y tinteñas, con Pluma Cucharita estuvimos a escasos metros del flamante Premio Nobel de Literatura en una conferencia que casi podríamos calificar de íntima por la escasa concurrencia.

Es también cierto que el susodicho Jean Marie Gustave Le Clézio aún conserva cierta prestancia y que en sus años mozos las mujeres morían frente a la foto de la contratapa de los libros. También es cierto que Jean-Marie no sólo es bonito, sino también talentoso. Ha escrito libros brillantes como Désert (El Desierto), El Atestado (le Procès Verbal), La Fiebre, etc., etc,.

Es cierto, también, que Jean-Marie ha tenido una vida maravillosa que contó durante la conferencia. Una vida de aventuras que comienza con su extraño apellido de origen bretón (proviene de una familia de origen francés establecida desde hace siglos en la Isla Mauritius), y sigue con su padre inglés (al que dedica su libro El Africano), que durante años trabajó en Nigeria como médico militar.

Le Clézio vivió en Mauritius, Africa, México, Estados Unidos, Inglaterra. Le Clézio es un auténtico viajero, un escritor sensible y nómade que sabe captar la esencia de cada cultura. Si todo esto no alcanzara para ensalzarlo, agregamos que no sólo es bilingüe desde la mismísima cuna (inglés y francés), sino que podemos dar testimonio de que habla perfecto español

Pero no se ilusionen muchachas, Jean-Marie está casado desde hace muchísimos años con Jemia, una marroquí con la que escribió un excelente libro de viajes llamado "Gente de las Nubes" (Gens des Nuages) con maravillosas fotos del Norte de Africa.

Podría seguir hablando horas sobre Jean-Marie, un verdadero dechado de virtudes. Pero resulta inevitable comparar la conferencia que dio en el auditorio de la Alianza, con la que meses después daría su coterráneo Michel Houellebecq.

Si Juan María es apuesto, discreto, amable y políticamente correcto, su opuesto es Miguel, que nada tiene de bonito, es misógino, intolerante y hasta podríamos decir racista, gusta de las frases polémicas y goza de una fama mundial cimentada a base de declaraciones explosivas. Miguel suele hablar contra los musulmanes y despreciar todo aquello que provenga de países periféricos (en los estándares franceses, se entiende). Su visión del mundo, al contrario de la de Le Clézio, se basa en un cerrado etnocentrismo. Pues bien, Miguel también dio una conferencia en la Alianza Francesa pocos meses después que Juan María. Pero esta vez las cosas fueron muy diferentes.

La concurrencia se había multiplicado como los panes y los peces, y a las señoras gordas se sumaron muchachos de cabellos desparejos, anteojos geométricos, chicas onda Bafici. Donde antes había una amable señorita que ofrecía auriculares para la traducción simultánea (finalmente innecesaria porque J.M.G. habló en castellano), esta vez había varios patovicas que impedían la entrada al edificio. La gente hacía cola durante horas en la puerta con la esperanza de seguir la charla de Miguel H. en el hall. Los confortables asientos del auditorio (casi vacíos cuando vino Juan María), estaban reservados para personal de la embajada y jerarcas de la Alianza. Ni siquiera los profesores consiguieron butaca y tuvieron que resignarse a las frías baldosas de la recepción donde se había instalado una pantalla gigante.

El escritor fue entrevistado en esta ocasión por Alan Pauls, muchacho de buen ver aunque de dificultoso escuchar. Si seguir a Pauls es tarea complicada, lo es más seguir a Miguel H., estrella de la literatura francesa que profesa su amor por el siglo XIX y su desdén por la época que le ha tocado vivir, incluyendo, por supuesto, a todos los autores del siglo XX. Por momentos se extendía en contra de los americanos y la sociedad de consumo, luego hablaba de otras generalidades, con el beneplácito del público que intentaba encajar la risa antes de que apareciera la traducción simultánea, para alardear de sus conocimientos de francés. El hombre parecía un desaliñado pichón de pájaro que se desarmaba sobre la mesa, tomaba agua de la botella y hablaba con voz apocada.

Está claro que en la literatura, queridos tinteños, no todo lo que reluce es oro. Las modas se llevan su buena tajada en el mundo de las letras. Por eso, a no desalentarse tinteños escritores, que al talentoso, discreto y casi desconocido Jean Marie le llegó el momento del inesperado batacazo.

Hasta aquí el texto del mail. Para ser justa debería agregar que así como leí varios libros de Le Clézio, casi no he leído a nuestro pichón de pájaro y que me sorprendieron gratamente algunos capítulos de Las partículas elementales. También confieso que seguí hasta el final a Le Clézio y que me levanté en la mitad de la conferencia de Houellebecq porque mis asentaderas ya no toleraban las frías baldosas del piso. Prometo leer algo más para dar una opinión un poco más fundada sobre el Goncourt que acaba de ganar esta semana.

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