Texto: Silvina Quintans
Desocupados,
Antonio Berni, 1934
A Ramón se le llenan los ojos de lágrimas cuando habla de
Carolina.
-
Soy de lágrima fácil –se disculpa-. Ella, en
cambio, no llora nunca.
Ella lo mira, en silencio, sus ojos fuertes sostienen la
mirada. Dice que no sabe llorar, que no le sale como a él. Acaba de salir de la
carpa improvisada en la Plaza del Congreso donde se resguardan del frío y
guardan sus pocas pertenencias. Julieta[i],
de un año y medio, sonríe y se agarra de la pierna de su mamá.
-
Con Carolina pasamos muchas cosas juntos, es una
compañera de oro. Yo no estaría aquí si no fuera por ella. Cuando vivíamos en
el Chaco a veces no teníamos para comer, pero siempre salíamos adelante. Todavía
no teníamos a los chicos, soñábamos con tener esta familia. Allí no había
trabajo y decidimos venir a Buenos Aires. Ella siempre me dio fuerza, es
optimista, yo soy un poco llorón.
El frío aprieta en esta noche de mayo frente al edificio del
Congreso, donde se debaten las leyes y el destino del país.
-
Nos quisieron llevar debajo de la autopista, no
querían que la gente nos viera. Afeamos el paisaje, pero no tenemos dónde ir. Aquí por lo menos
estamos más seguros.
Ramón y Carolina se instalaron con su familia en la plaza hace
un par de meses, cuando cerró el restaurante donde él trabajaba de parrillero.
El se quedó sin sueldo y sin plata para pagar el hotel donde vivían. Les
cobraban $ 8500 por un par de habitaciones sin baño ni cocina. El doble de lo
que costaría el alquiler de un departamento. Sin sueldo ni garantías, de un día
para otro quedaron en la calle.
-
Nunca pensé que estaría en esta situación. La
gente que critica a aquellos que viven en la calle no tiene idea de lo que es
no tener un baño, una comida caliente, abrigo, una cama. Aquí yo me despierto
varias veces durante la noche porque tengo miedo de que vengan a robarnos. El
frío tampoco permite dormir.
Los días son difíciles en la intemperie. Les tocaron semanas enteras de lluvia:
humedad en el suelo, en las frazadas, en
las entrañas. La ropa mojada, una constelación de objetos transpirados.
Sus hijos, salvo la beba, nunca dejaron de ir al colegio. Bien peinados y con ropa limpia, nadie
sospecha que viven en situación de calle. Los chicos rogaron a sus padres que
no avisen en la escuela lo que están viviendo.
-
Ud. sabe cómo son los pibes, se burlan de los
que tienen la piel oscura, son extranjeros o les falta plata. Ni hablar si
vivís en la calle. Por eso prefirieron no decir nada.
Ramiro está en primer año y según su papá “pinta para
genio”. El sonríe con timidez mientras sostiene en brazos a la beba y juega con
ella. Martina, la de 9, adora leer. Va guardando todos los libros que le regala
la gente adentro de una mochilita, y prometió que cuando tengan una casa va a
armar una biblioteca para tenerlos a mano. La mayor tiene quince, nunca
descuidó los estudios, aunque también ayuda con el cuidado de la beba.
-
Yo estoy muy orgulloso de mi familia, es lo más
valioso que tengo. Nos mantenemos unidos.
Para mí lo más importante es que no pierdan la educación. Van a jornada
simple a la escuela porque también quiero que pasen tiempo con nosotros. Veo que hay gente que deja a sus hijos en la
puerta por la mañana y los buscan a las cinco de la tarde. Nosotros pasamos
tiempo con ellos, revisamos la tarea, conversamos, los acompañamos. Aun en
estas circunstancias, nunca dejamos de comer juntos.
Las pertenencias de Ramón, Carolina y sus hijos caben en una
especie de iglú hecho con bolsas de plástico. El nos cuenta que adentro tiene un mueblecito
que compró para mirar televisión. Es una
de las pocas cosas que le quedan de cuando tenía un hogar, y lo guarda para
cuando vuelva a estar bajo techo. La
humedad fue corroyendo todo lo demás, incluso la ropa que quedaba dentro de una
valija.
.- No acepto dinero de nadie. Solo quiero volver a trabajar
Un canal de televisión contó la historia hace unos días. Su carpa
y el drama de su familia, que hasta entonces parecían invisibles, se
corporizaron como si hubieran sido tocados por una varita mágica. En pocas horas empezó a llegar la ayuda. Y allí estábamos un grupo de madres del colegio
de mi hijo, conmovidas por la historia que habíamos visto en televisión,
dispuestas a ayudar en lo que necesitaran. Mientras charlábamos en la puerta de
la carpa, varias personas se acercaron con la misma idea. Una mujer llegó en
bicicleta con hojas de carpeta para la escuela. Otra acercó una bolsa con ropa
de marca. “Ramón, vi su historia en televisión, Ud. es un gran ejemplo para sus
hijos”, le dice antes de volver al auto último modelo mal estacionado. Según
nos cuentan, una mujer se ofreció para dar clases particulares de francés a
Ramiro, porque es la materia que más le cuesta.
Un chico con gorra y ropa deportiva se queda junto a la
carpa. “Vengo a darle ánimo a la familia, yo también viví desde chico en
situación de calle y me duele verlos así a ellos”
Apenas se emitió el informe, el sindicato gastronómico le
ofreció trabajo a Ramón en su oficio y consiguió un hotel para la familia. Una
documentalista de la cadena Al Jazeera gestionó el dinero para el depósito de
un departamento, y el sindicato se ofreció a otorgar la garantía.
Ramón nos recibe con todas estas buenas noticias, es su
último día en la calle y está feliz de volver a trabajar. Se queja de la
desidia de las autoridades, habla de los diputados y senadores que transitaron
cada día a su lado sin mirarlo, de la solidaridad de la gente que se acerca desde
que salió el informe en televisión.
Le preguntamos si necesita algo más. Carolina pide ropa para
los chicos, pañales para Julieta, libros para la biblioteca que algún día armará
Martina. Le cuesta pedir y recalca varias veces que no aceptan dinero. Ramón,
ojos abrillantados, nos dice que también
necesita algo. Se acerca a cada una de nosotras y nos da un abrazo cargado de
lágrimas. “Gracias por no dejarnos solos”, murmura.
A pocos metros de Ramón, otra carpa aloja a María Schoo,
Licenciada en Historia del Arte y restauradora, que también quedó en la calle con su marido contador público. Al otro lado de la plaza, otras familias
acampan junto a sus hijos que llegan de cartonear. Todos ellos invisibles, la televisión tal vez
nunca pase por allí. [ii]
[i]
Los nombres de todos los niños fueron modificados.
[ii] Según
el informe presentado en mayo por el Observatorio de la Deuda Social de la UCA,
el 32,5% de los argentinos es pobre. En los últimos meses cayeron en la
indigencia 315.000 personas y se sumaron 1.400.000 nuevos pobres.
Unicef presentó hace pocas semanas su primer informe
multidimensional de pobreza infantil. En
diciembre de 2015 el 30% de los niños nacidos en el país eran pobres. Esto se traduce en cuatro millones de niños,
de los cuales 350 mil están en situación de pobreza extrema.
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