sábado, 9 de julio de 2016

BICENTENARIO



Columna de Silvina Quintans para Radio Continental

  Foto tomada de http://veronicamartorell.blogspot.com.ar
 En la película La Terminal,  Tom Hanks pasa meses sin poder salir del aeropuerto porque el país del que proviene desaparece por una revolución y su pasaporte pasa a ser papel pintado. Tom Hanks es lo que técnicamente se llama un apátrida y que la ONU define como  “cualquier persona a la que ningún Estado considera destinataria de la aplicación de su legislación.”

Una definición fría y técnica, pero que tiene efectos devastadores sobre 10 millones de personas en el mundo. Cada diez minutos nace un niño sin nacionalidad.

Un apátrida no puede viajar de un país a otro porque no tiene pasaporte. No puede votar. En muchos casos se les niega el acceso a la salud, a la educación, a la seguridad social o a la jubilación. No consiguen un trabajo estable y legal. 

Hace muy poco hablábamos aquí de la cantidad de indocumentados que existen en nuestro país. Gente que nació aquí, que pertenece a esta patria, pero que por distintas razones no accedió a su documentación, una situación comparable a la del apátrida,  en un estado que debería conceder los derechos de ciudadanía a todos los que nacen en él.  

La palabra “apátrida” nos hace pensar en la falta de patria. Y tal vez sea la primera forma de abordar una palabra que ha sido bastardeada muchas veces, utilizada de manera solemne, brutal o demagógica. Una palabra de la que abusaron, por ejemplo, los gobiernos militares. Cuando uno piensa en su negación, en la ausencia de patria,  en la situación del “apátrida”, toma conciencia del sentido de pertenencia y de los derechos que implica, aunque en muchos casos no se cumplan. 

Esta mañana me tomé el trabajo de buscar la palabra “patria” en el diccionario de la RAE. 1. f. Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos.  

Esta última dimensión, la afectiva, es la que vibra en cada uno y la más difícil de definir. Porque en ese punto, el afectivo, cada uno habrá armado su propia patria. Para mí, allí está la mirada vidriosa de mi abuelo español cada vez que yo rendía un examen en la facultad, el orgullo por haber migrado a un país que le permitió a su nieta terminar la universidad, la patria está también en esa visión de la Cordillera que aparece de golpe cuando uno viene de horas de andar por las llanuras.  La idea de que uno se aleja un poco de la ciudad y lo esperan esas extensiones infinitas de tierra y de horizonte. La solidaridad, las puertas abiertas, las charlas de café, los amigos, la familia, el afecto, todo eso para mí es la patria, o debería serlo. 

Como dice Borges: “Nadie es la patria, pero todos lo somos”. 

Y hay otra cita que me gusta mucho y que suelo recordar en estas fechas. Pertenece al escritor argentino Federico Jeanmaire, de un libro que se llama, precisamente, La Patria.

“A pesar de tantas porquerías que se han hecho a partir de su mal uso. Me gusta, todavía hoy, esta noche, la palabra patria. Me parece necesaria a la hora de unir algunas cuestiones. Imprescindible, casi (…). Estoy convencido de que se trata de algunas cosas, apenas, muy pocas, pero al mismo tiempo insustituibles. Cosas que llevamos clavadas, guardadas, amontonadas entre los pliegues del cuerpo. Y que se llevan con uno, siempre. A cualquier parte. A todas partes.”

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