Columna de Silvina Quintans para Radio Continental
Foto tomada de http://veronicamartorell.blogspot.com.ar
En la película La Terminal, Tom Hanks pasa meses sin poder salir del
aeropuerto porque el país del que proviene desaparece por una revolución y su
pasaporte pasa a ser papel pintado. Tom Hanks es lo que técnicamente se llama
un apátrida y que la ONU define como “cualquier
persona a la que ningún Estado considera destinataria de la aplicación de su
legislación.”
Una definición fría y técnica, pero que tiene efectos
devastadores sobre 10 millones de personas en el mundo. Cada diez minutos nace
un niño sin nacionalidad.
Un apátrida no puede viajar de un país a otro porque no
tiene pasaporte. No puede votar. En muchos casos se les niega el acceso a la
salud, a la educación, a la seguridad social o a la jubilación. No consiguen un
trabajo estable y legal.
Hace muy poco hablábamos aquí de la cantidad de
indocumentados que existen en nuestro país. Gente que nació aquí, que pertenece
a esta patria, pero que por distintas razones no accedió a su documentación,
una situación comparable a la del apátrida,
en un estado que debería conceder los derechos de ciudadanía a todos los
que nacen en él.
La palabra “apátrida” nos hace pensar en la falta de patria.
Y tal vez sea la primera forma de abordar una palabra que ha sido bastardeada
muchas veces, utilizada de manera solemne, brutal o demagógica. Una palabra de
la que abusaron, por ejemplo, los gobiernos militares. Cuando uno piensa en su
negación, en la ausencia de patria, en
la situación del “apátrida”, toma conciencia del sentido de pertenencia y de
los derechos que implica, aunque en muchos casos no se cumplan.
Esta mañana me tomé el trabajo de buscar la palabra “patria”
en el diccionario de la RAE. 1. f. Tierra natal o adoptiva ordenada como
nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos,
históricos y afectivos.
Esta última dimensión, la afectiva, es la que vibra en cada
uno y la más difícil de definir. Porque en ese punto, el afectivo, cada uno
habrá armado su propia patria. Para mí, allí está la mirada vidriosa de mi
abuelo español cada vez que yo rendía un examen en la facultad, el orgullo por
haber migrado a un país que le permitió a su nieta terminar la universidad, la
patria está también en esa visión de la Cordillera que aparece de golpe cuando
uno viene de horas de andar por las llanuras.
La idea de que uno se aleja un poco de la ciudad y lo esperan esas
extensiones infinitas de tierra y de horizonte. La solidaridad, las puertas
abiertas, las charlas de café, los amigos, la familia, el afecto, todo eso para
mí es la patria, o debería serlo.
Como dice Borges: “Nadie es la patria, pero todos lo somos”.
Y hay otra cita que me gusta mucho y que suelo recordar en
estas fechas. Pertenece al escritor argentino Federico Jeanmaire, de un libro
que se llama, precisamente, La Patria.
“A pesar de tantas
porquerías que se han hecho a partir de su mal uso. Me gusta, todavía hoy, esta
noche, la palabra patria. Me parece necesaria a la hora de unir algunas
cuestiones. Imprescindible, casi (…). Estoy convencido de que se trata de
algunas cosas, apenas, muy pocas, pero al mismo tiempo insustituibles. Cosas
que llevamos clavadas, guardadas, amontonadas entre los pliegues del cuerpo. Y
que se llevan con uno, siempre. A cualquier parte. A todas partes.”
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