CRONICA DE UN PARTO VIOLENTO
PARIRAS CON DOLOR
PARIRAS CON DOLOR
Por Silvina Quintans
El Dr. X
ingresó a la sala de partos a las 9:03 del sábado 24 de noviembre. La
paciente embarazada de 37 semanas había roto bolsa hacía 22 horas y continuaba sin dilatación. El feto aún estaba muy alto.
Estuvo toda la noche internada con algunas contracciones aisladas.
El Dr. X no me saludó. Entró a la sala de partos, charló con
la partera y el anestesista, saludó a mi esposo, y fue directo a la camilla. El
Dr.X seguramente suscribía a la división
platónica entre cuerpo y alma. No existía en mí un alma pasible de ser
saludada, solo un cuerpo (y apenas una parte de éste) a merced de sus acciones.
Empezó su trabajo mientras charlaba de
temas triviales con Ana, la partera: el
resultado de un partido de futbol, la
comida de la noche anterior.
Es la primera vez que veo al Dr. X desde el último control
que fue hace un par de días. Esperé algún llamado suyo ayer por la tarde cuando
me internaron, o anoche, mientras daba
vueltas en la cama de la clínica con algunas contracciones.
Todo comenzó a las 11 de la mañana del viernes 23 de noviembre. No me sentía bien, todavía
no había salido de casa y estaba en la cama descansando. De pronto sentí que
perdía líquido de una manera incontenible. Llamé al Dr. X, que diagnosticó una
pérdida de orina. Todavía faltaba un mes para la fecha de parto, si la pérdida
continuaba, debía llamar a la partera.
Mojé el colchón, caminé hasta el baño y el líquido seguía
cayendo. Llamé a la partera que también habló de una perdida de orina. La
convencí de que no lo era y me citó para encontrarnos dos horas más tarde en la
clínica. Llamé a Santiago al trabajo para que viniera a buscarme. En el camino,
por recomendación de la partera, compró
un paquete de pañales para adultos que contendrían la pérdida durante el viaje
en taxi.
Llegué a la clínica a las 14:00, donde la partera constató
que había roto bolsa y que aún no tenía dilatación. Me dijo que esperarían, y que si a las 8;00 de la mañana del día siguiente no había
comenzado el trabajo de parto, entonces deberían inducirlo. No pude dormir en
toda la noche. Esperaba un llamado del Dr. X que nunca llegó.
La paciente primeriza aún no presenta
dilatación pese a que rompió bolsa hace 22 horas. El Dr. X ordena el goteo por oxitocina para inducir el parto por vía
vaginal.
El Dr. X no me dirige la palabra. La oxitocina está haciendo
su trabajo y las contracciones duelen mucho. Me recuesto de costado, mientras Santiago
me masajea la espalda, no podría soportar el dolor sin su presencia. El Dr. X le ordena al anestesista que aplique
la peridural. La inyección es un alivio, intento hacer un chiste para conquistar
al Dr. X, pero no lo registra. Soy un organismo procreador sin mayores funciones.
El Dr. X procede a la dilatación manual del cuello del útero y a
la inducción mecánica del parto a través
de distintas maniobras.
El Dr. X me dirige la palabra por primera vez para pedirme
que me ponga en posición ginecológica.
Practica una serie de maniobras sobre mi cuerpo, introduce la mano por donde debería salir el
bebé y saca sangre, líquidos, fluidos que tira en un
recipiente metálico. Nadie me explica nada, como soy primeriza, supongo que
todos los partos serán así.
Me duele mucho lo que hace el médico, siento como si
introdujera todo su brazo dentro de mí. El sigue conversando con la partera y
actúa con naturalidad como si estuviera preparando un té, afeitándose o
cerrando los botones de la camisa. La escasa trascendencia de los actos
cotidianos. Mi cuerpo doliente y entregado,
tendido como un objeto banal.
Me habla para pedirme que puje. Hago todo lo que puedo, pero
no alcanza. El Dr. X se ofusca: “hacés fuerza y te ponés toda colorada, pero aquí
abajo no pasa nada”. Olvido la respiración, el curso de preparto, todos los
consejos previos. La situación me supera
y el dolor me abatata. Entonces alguien pronuncia un consejo mágico: “Hacé de cuenta que estás haciendo caca”. Mi fuerza se dirige en la dirección correcta
y al fín logro un gesto de aprobación del Dr. X.
El trabajo de parto se prolonga y debo pujar varias veces
El feto continúa en posición alta y el Dr. X
solicita a la partera y al anestesista que realicen una maniobra de apoyo sobre el fondo uterino.
Mientras pujo, la partera y el anestesista barren mi vientre
con el antebrazo, uno de cada lado. Nadie me había hablado de esto en el curso
de preparto, nadie me explica de qué se trata, me piden que siga pujando. Me
barren un par de veces más. La maniobra
duele, estoy cansada, hace ya una hora y media que estoy en esta camilla.
El patrón de la frecuencia cardíaca fetal se
alteró, el Dr. X piensa en un posible sufrimiento fetal.
El parto se precipita con respiraciones, pujos, barridas y
órdenes del médico. Estoy agotada, pasaron más de dos horas y aún sigo esforzándome. Noto que la partera hace un gesto al Dr. X. Tiene el estetoscopio en la mano y cara de
preocupación: “no lo escucho”, dice. Entonces la frenética actividad se
detiene. El Dr. X hace una seña al anestesista para que refuerce la peridural.
Luego pide que todos se alejen y me mira
a los ojos: “Esto es entre vos y yo. El bebé tiene que salir ya. Pujá con toda
la fuerza que tengas”.
La fuerza sale de mí y termina allí donde debe salir el
bebé. Lo siento bajar y coronar, un dolor rojo y violento, inaudito,
insoportable, su cabecita tironeando sobre mi pubis, un desgarro en mis
entrañas. Fue un instante de dolor
infinito, como si me hubiera hundido en otra dimensión.
El Dr . X. utiliza fórceps para traccionar del
polo cefálico del feto y ayudarlo a terminar de descender y desprenderse. El feto presentaba una vuelta de cordón.
Pujo una última vez
con todas mis fuerzas, mientras veo que el Dr. X saca un instrumento plateado con aspecto de
pinzas de ensalada y lo introduce allí donde me duele. Pienso en los fórceps y
tengo miedo. Mi papá nació con fórceps y mi abuela siempre dijo que por eso le
cuesta mover el brazo izquierdo. Trato de apartar este pensamiento.
A las 11:37 una nueva cabecita asoma al mundo. El Dr. X
corta el cordón, me lo acercan para que le de un beso, y se lo llevan. Santiago, la partera y el neonatólogo salen
con el bebé por una puerta.
Yo estoy aturdida, no entiendo lo que acaba de pasar. Me
siento ajena a la situación, como si la mirara desde una ventana, como si le
sucediera a otro. Mi peor fantasma es
que el bebé haya sufrido alguna lesión.
Le pregunto al Dr. X si mi bebé está sano. Entonces me
cuenta que está bien, pero que hubo sufrimiento fetal en el final del parto y
que tuvo que utilizar fórceps para sacarlo. Que no me preocupe, que apenas
fue un empujoncito, que tiene dos hematomas en las sienes que se van a absorber
con los días. Luego me ordena que siga pujando porque todavía tengo que
expulsar la placenta.
La paciente necesita 11 puntos de episiotomía.
El Dr. X se aplica a la costura como una dedicada ama de
casa. La aguja entra y sale de mi cuerpo. Estoy tan anestesiada que me tiemblan
las piernas. No puedo controlar el temblor, aunque el Dr. X me lo ordene porque no puede terminar su trabajo. Mientras me llevan a la habitación, recostada
en la camilla y con los ojos cerrados después de tanto esfuerzo, escucho (o tal
vez imagino) que una enfermera le dice a otra: “pobre chica”.
LO QUE NO LE PERDONO AL DR. X
Los días que siguieron en la clínica fueron también difíciles
por una serie de equívocos. Alguien informó que mi hijo había padecido una
fractura de cráneo durante el parto. Ante la perspectiva de una acusación de
mala praxis, afloró una inédita amabilidad en el Dr. X: me llamaba para saber cómo
estaba, se ponía a mi disposición, se preocupaba
por la salud del bebé, se contactó con el neonatólogo y el neurocirujano
antes de que yo pudiera hacerlo. Pasó
varias veces por la habitación para explicarme que el procedimiento había sido
normal, que los fórceps no podían haberle causado daño. Tuve que pedirle que no volviera porque me contagiaba su ansiedad. Nos dieron el alta después de tres días de angustia e incertidumbre
Mi hijo ya tiene 15 años y está sano. Aquel bebé al que tanto le costó salir es hoy
un adolescente curioso, inteligente y sensible, que me llena de orgullo cada
día. Desde el punto de vista médico, la actuación
del Dr. X pudo haber sido correcta, pero
nunca le voy a perdonar que haya estropeado lo que debería haber sido el
momento más importante de mi vida. Burócrata de la camilla, ejerció la dudosa
alquimia de convertir a una mujer en un objeto.
No puedo perdonarle
que en ningún momento me explicara lo que estaba sucediendo, que practicara toda clase de maniobras sobre mi
cuerpo sin pedirme permiso, que no registrara mi dolor, que no planteara
alternativas, que desechara mi participación en cualquier decisión y, sobre
todo, no puedo perdonarle que no me
saludara al entrar a la sala de partos.
No fue falta de cortesía sino un brutal ejercicio de poder: me declaró ausente en mi propio parto. Me
convirtió en espectadora pasiva y sufriente de uno de los momentos más
trascendentes de mi vida. Transformó el milagro de un parto en un hecho burocrático. Dios de los cuerpos, de la vida y
la muerte, de los tiempos y del dolor, el Dr. X
abusó del poder que le da su profesión.
Después del parto
sufrí una infección, pero no me animaba a volver a su consultorio. Decidí consultar en la guardia,
donde tuvieron que medicarme. Cuando finalmente fui a sacarme los puntos, me
regañó por no haber ido antes, y reconoció que el parto había sido muy
difícil. “Sé que sufriste, pero algún día me vas a agradecer por haberte
evitado la cesárea”, agregó con aire de suficiencia. Ambos sabíamos que no nos veríamos nunca más.
Mamá había quedado con el bebé en la sala de espera. El Dr. X no se acercó para conocerlo ni
preguntó por él. Me saludó con frialdad y llamó a la próxima paciente.
Pasaron muchos años y la experiencia todavía me enoja y me
da culpa. No puedo perdonar al Dr. X., pero tampoco puedo perdonarme a mí misma
haber entregado ese momento tan valioso . No puedo perdonarme mi propia
ausencia en el alumbramiento de mi hijo. Contarlo, aunque sea después de tanto
tiempo, es una forma de apropiarme de aquella experiencia.
LA VIOLENCIA OBSTÉTRICA EN LAS LEYES
Muchos años después del parto escuché la expresión
“violencia obstétrica”. Una etiqueta que me ayudó a comprender que lo que había
sucedido era más habitual de lo que
pensaba.
La violencia obstétrica no discrimina edades, regiones o
clases sociales. El Dr. X tenía cierto prestigio, atendía en un coqueto consultorio en un barrio caro de
la Capital Federal, y trabajaba con las
clínicas más selectas. Pero historias más o menos traumáticas transitan los
hospitales públicos, las clínicas privadas y las maternidades de todo el país. Seguramente varias de las lectoras de este
artículo tendrán la suya o la de alguna persona cercana para contar.
La violencia obstétrica es una forma de violencia de género.
Está tipificada en la ley de Protección Integral a las mujeres (26.485) de 2009
como "aquella que ejerce el personal de salud sobre el cuerpo y los
procesos reproductivos de las mujeres, expresada en un trato deshumanizado, un
abuso de medicalización y patologización de los procesos naturales".
Esta violencia puede
manifestarse de distintas formas: maltrato,
falta de atención o consideración, intervenciones médicas injustificadas, falta
de información sobre las prácticas médicas, falta del pedido de consentimiento
informado o que se haya negado el
derecho a estar acompañada durante todo el proceso del parto, incluso cuando se
trate de una cesárea.
Todas hemos escuchado experiencias de familiares o amigas a
las que les han gritado en la sala de partos, las agredieron con insultos, las
ataron a la camilla, les impidieron estar acompañadas, o las ignoraron.
La ley de parto humanizado o parto respetado (25.929), se sancionó en 2013 y fue reglamentada en 2015. Esta ley detalla,
entre otros, estos derechos:
·
A ser informada sobre las distintas
intervenciones médicas que pudieren tener lugar durante esos procesos de manera
que pueda optar libremente cuando existieren diferentes alternativas. Esta información deberá darse antes, durante y
después del parto. La reglamentación especifica que se debe informar “en forma comprensible y suficiente, tanto a
la mujer como a su núcleo familiar y/o acompañante”.
·
A ser informada sobre la evolución de su parto,
el estado de su hijo o hija y, en general, a que se le haga partícipe de las
diferentes actuaciones de los profesionales.
·
A ser
tratada con respeto, y de modo individual y personalizado que le garantice la
intimidad durante todo el proceso asistencial. La reglamentación agrega que
desde el embarazo hasta el puerperio la mujer tiene derecho a ser tratada con respeto,
amabilidad, dignidad y a no ser discriminada por su cultura, etnia, religión,
nivel socioeconómico, preferencias y/o elecciones de cualquier otra índole
·
A ser
considerada, en su situación respecto del proceso de nacimiento, como persona
sana, de modo que se facilite su participación como protagonista de su propio
parto.
·
Al parto
natural, respetuoso de los tiempos biológicos y psicológicos, evitando
prácticas invasivas y suministro de medicación que no estén justificados.
·
A estar acompañada por una persona de su
confianza y elección. La reglamentación agrega que este derecho a estar
acompañada se extiende a los controles
prenatales, el parto y el posparto. No
se podrá exigir requisitos de género, parentesco, edad o de ningún otro tipo.
Esto es así cualquiera sea la vía de parto. Es decir, incluye también los casos
de cesárea donde muchas veces se deja afuera a los acompañantes.
·
A tener a
su lado a su hijo o hija durante la permanencia en el establecimiento
sanitario, siempre que el recién nacido no requiera de cuidados especiales.
En la reglamentación de la ley se agregan importantes
derechos: [i]
·
Cada persona tiene derecho a elegir con libertad, el lugar y la forma en la que
va a transitar su trabajo de parto (deambulación, posición, analgesia,
acompañamiento) y la vía de nacimiento
Es decir, que siempre que lo permita el
estado de salud, la mujer no está condenada a la posición ginecológica y puede
elegir otras posiciones para parir, puede deambular o decidir si quiere o no
recibir anestesia.
·
Ante un parto vaginal, el profesional
interviniente deberá evitar aquellas prácticas que impidan la libertad de
movimiento o el derecho a recibir líquidos y alimentos durante el trabajo de
parto cuando las circunstancias lo permitan, evitando, por su parte, prácticas
invasivas innecesarias durante el proceso.
·
El tiempo mínimo recomendable de internación
tanto materna como neonatal para nacimientos institucionales se establece en
CUARENTA Y OCHO (48) horas para un parto vaginal y en SETENTA Y DOS (72) horas
para un parto por cesárea.
Conocer estos derechos es el primer paso para empezar a
reclamarlos. También es importante que
los conozca la persona que nos va a acompañar en la situación de parto para hacerlos
respetar cuando nos sintamos vulnerables.
No existen estadísticas nacionales sobre violencia
obstétrica, aunque el tema abunda en las redes sociales con cientos de mujeres
que cuentan sus traumáticas experiencias. En la carrera de medicina no existe
ninguna formación obligatoria sobre el trato con las pacientes en situación de
parto, embarazo y puerperio.
La agrupación Las Casildas organizó un Observatorio de
Violencia Obstétrica donde las mujeres pueden responder a una detallada
encuesta sobre las distintas circunstancias a las que fueron sometidas durante
el parto. [ii] El maltrato no es
admisible en ninguna de sus formas ni debe naturalizarse.
La ley de parto humanizado y su reglamentación son
posteriores a los hechos que cuento en esta nota. Si la ley hubiera estado
vigente, yo hubiera podido reclamar al Dr. X que me informara y pidiera
consentimiento antes de realizar las maniobras e intervenciones que abundaron
durante el parto (oxitocina, anestesia, tactos vaginales, maniobras mecánicas,
fórceps, episiotomía), podría haber
caminado, comido o bebido durante las largas horas que duró el parto, y hasta podría haber decidido en qué posición
deseaba parir. Pero, ante todo, el Dr. X. debería haberme dado un trato digno y
respetuoso, incluido el saludo y la información sobre lo que estaba
haciendo.
Nunca volví a ver al Dr. X.
Dos años después, tuve a mi segundo hijo en la misma clínica con otro
médico obstetra. Un médico conciente del pequeño milagro de la vida.
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