Hoy 6 de agosto se conmemora un nuevo aniversario de la atrocidad de Hiroshima. Hace 28 años asistí a una ceremonia muy emotiva en Martha's Vineyard, una isla cercana a Boston de la mano de Trudy Taylor, nuestra anfitriona y madre de James Taylor. Este es el relato de aquel día que nunca voy a olvidar y de cómo alguna gente se diferencia de las decisiones de sus gobernantes.
La dama de la isla
Por Silvina Quintans
El domingo seis de agosto de 1989 amaneció muy temprano.
Trudy nos levantó con el desayuno y nos pidió que nos
vistiéramos.
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Tenemos
una cita, dijo sin dar más detalles.
El sol todavía no había salido y el aire estaba blanco,
neblinoso.
El auto emprendió un recorrido entre campos de musgo y
paisajes pedregosos. La isla parecía despoblada, y el mar apenas se intuía
detrás de los acantilados. Tardamos una hora en llegar hasta el otro extremo de
Martha’s Vineyard.
El sol era una uña colorada en el horizonte. En la playa,
un grupo de gente formaba una ronda junto a un faro opaco y antiguo. Uno
llevaba una especie de mortero que usaba de campana para dirigir el ritual.
Llegué a distinguir entre la multitud a un cura, a un pastor protestante y a
una mujer de rasgos indígenas. Todos estaban en silencio.
El hombre de la campana inauguró la sesión y dijo que
estábamos reunidos para conmemorar el aniversario del ataque a Hiroshima: “una gran tragedia de nuestra historia, que no
debemos olvidar”. Hacía ya 44 años que
Estados Unidos había detonado el arma más nociva en la historia de la
humanidad. El recuerdo de los civiles japoneses deformados, mutilados y
llagados por la bomba atómica convivía con el sonido de aquella campana con
forma de mortero.
El mensaje resultó premonitorio. Meses después, Estados
Unidos invadía Panamá para derrocar a Noriega, y un par de años más tarde
iniciaría sus bombardeos en Irak. Eran tiempos de George Bush (padre), otro
nativo –como Trudy- de una antigua familia de Massachussets. Probablemente
habrían nacido en el mismo año y a pocos kilómetros de distancia, pero sus
valores no podían ser más diferentes. Estábamos allí reunidos para repudiar un
ataque del que el propio Bush podría haber participado mientras piloteaba
aviones en Japón durante la
Segunda Guerra Mundial.
l
La campana sonó muchas veces, y se habló de paz, de
hermandad, de la injusta política de los Estados Unidos en tierras
lejanas. A modo de despedida, sonaron
como una plegaria los versos que alguna vez había escuchado cantar a Bob Dylan
y Joan Baez:
¿Adónde
se fueron todas las flores?
Hace
tiempo
¿Adónde
fueron los jóvenes?
El
tiempo pasa
Oh,
cuándo aprenderán?
Oh,
cuándo aprenderán?
La ceremonia terminó en silencio. Los vecinos de Martha’s
Vineyard se despedían, mientras el sol dibujaba una bola roja sobre el mar.
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