jueves, 9 de septiembre de 2010

Rosh Hashana Urbano


Foto: Mi abuelo Salo
Texto: Silvina Quintans

- Mirá, mamá, un judío, dice mi sobrina Mora, mientras señala un hasidim con barba larga y anteojos.
- Nosotros también somos judíos, le responde Diana, su mamá.

                                       ¿Qué es ser judío?

La pregunta está escrita en letra cursiva sobre un espejo en una instalación montada en pleno Palermo Viejo para la celebración urbana de Rosh Hashaná. Una pregunta que flota a cada paso y que parece tener tantas respuestas como personas se paran frente al espejo.

- “¿Qué tengo yo de judío?”, me pregunta Nico leyendo otro de los espejos con la dificultad propia de sus seis años.
- Tu abuela, tus bisabuelos, una parte mía, le contesto

Muy cerca de allí, sobre una plataforma montada en la calle, el filósofo Tomás Abraham habla de lo difícil que le fue andar por la vida con ese apellido “tan judío”, y desafía a los que hablan de identidad diciendo que el concepto divide y discrimina.

En los puestitos de la Plaza Armenia, Esther vende knishes, guefilte fish, pletzalej y zambuzek, aunque sus hijos –simpáticos y ruidosos- insisten en que probemos el brownie que cuesta dos pesos. Cerca de allí, en otro puesto donde la carne del shawarma da vueltas hecha girones desde hace horas, un grupo de chicos liquida cinco magdalenas por cinco pesos. Más allá, sobre un coqueto mostrador, dos mujeres venden vistosos cup-cakes cubiertos con azúcar verde.

- La traje para probar la comida judía pero no hubo caso, eligió el cup-cake porque le encantaron los colores, se queja Diana.

Las tradiciones, como la gastronomía, se van mezclando. Desde los parlantes que dan sobre la plaza se escuchan los acordes de un reggae en hebreo.

Nos detenemos en una mesita cubierta de postales con paisajes de las Cataratas y una leyenda que dice “escuchando el shofar en todas las latitudes”
- ¿A cualquier lugar del mundo puedo mandar una postal? ¿A Marte también?, pregunta Nico.
- No, mejor mandale al tío Mauri que vive en Israel.

En los puestos montados sobre la calle Armenia abunda la iconografía judía, esa que muchos de nosotros vimos en los aparadores de nuestras abuelas: el hamsa, la menorá, la mezuza. Para conjurar la nostalgia le compro a una señora unos chupetines de chocolate con forma de estrella de David y los reparto entre Mora, Sebas y Nico.

Pasa un grupo de adolescentes con unos globos colorados que llevan papelitos adentro.
- Mirá, mamá, ahí van mis deseos, se ilusiona Sebas.
Espero ansiosa la suelta de globos, pero caigo en la cuenta de que difícilmente levanten vuelo porque están inflados con aire. Los veo pasar dentro de canasto con destino incierto.

Entramos a cada uno de los cinco containers de la instalación propuesta por el artista Gonzalo Córdoba: Memoria, Identidad, Celebración, Creación e Introspección.
- ¿Qué quiere decir introspección, ma?
- Meditar, pensar, meterse para adentro
- ¿Cómo meterse para adentro? ¿Adentro de dónde?

Sobre el piso del container se ven valijas con libros, ropa antigua, papas, cebollas…
- Ese libro se lo regalaron a mi vieja cuando se casó, se emociona una mujer frente al contenido de una de las valijas.

En el container de Creación hay letras imantadas con las que los chicos pueden formar palabras. Nico está fascinado: revuelve las letras, deletrea con los labios, corre por todo el container.
- La T, no encuentro la T
- ¿Y para qué querés una T si tu nombre empieza con N?
- Porque quiero escribir TRASERO

Lo llevo al container de Celebración antes de que concrete sus intenciones.
Un chico explica que el mantel que cubre la mesa preparada para la fiesta está confeccionado con fotos antiguas de celebraciones judías proporcionadas por distintas familias. Un impresionante patchwork en blanco y negro muestra caras sonrientes, abrazos, brindis con ropas y peinados de otros tiempos.
- Qué rico, pusieron una jalá redonda sobre la mesa. ¿Por qué no venden jalá en los puestos de comida? -se indigna una señora- Venden helados, brownies y cupcakes y no ponen lo más típico de Rosh Hashaná.
- Seguramente la podrá conseguir en cualquier casa de comida judía de la ciudad, intenta atajar el chico.

Segundos después el chico recibe otro embate. Un hombre mayor, canoso y de anteojos le pregunta en tono imperativo
- ¿Moishevique? ¿Sabés lo que quiere decir eso?
El chico se acomoda la remera colorada con una imagen del Che y una leyenda que dice “Moishevique”
- ¿Vos sos judío?
- Sí, señor
- ¿Sabés quién fue el Che Guevara? ¿Sabías que era una bestia que entrenó a los árabes contra Israel?.
- No sabía, señor. Me gustó la remera y la compré.
- No podés no saber, responde el viejo y se va.
- Yo también me voy, no estoy para escuchar estas lecciones, dice la mujer de la jalá.
- Shaná Tová, contesta el chico con timidez.

Una cortina negra tapa la entrada del container “Memoria”. Sebas la abre:
- Hay piedras y polvo, mamá, está todo sucio.
- No son piedras, son escombros
- ¿Por qué?
Intento postergar la explicación pero Sebas insiste. ¿Cómo explicar lo inexplicable?

Mientras nos vamos, Nico levanta un papel del piso.
Prestame, a ver qué dice

Rosh Hashaná es el inicio de un período reflexivo de introspección, de balance sobre el año que ha pasado y momento en el que se planifican los actos para el año que comienza. Días de balance del alma. Días para fijar objetivos a nivel personal, familiar y con nuestros semejantes”

Shaná Tová

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