viernes, 24 de junio de 2016

UN HOMENAJE A GRACIELA MANCUSO



Una nota musical, una canción, una voz: hay sonidos que despiertan un recuerdo olvidado. Yo tenía 13 o 14 años y cada noche me sentaba con los auriculares en el piso del living para celebrar un ritual.  Un ritual secreto, penumbroso, tan solitario como la nostalgia de la adolescencia.  El cable de los auriculares era un cordón umbilical que me unía a un mundo acuoso, cálido, uterino: el de la radio. Allí estaba la voz de Graciela Mancuso que me hablaba a mí, tan menudita, tan tímida, acurrucada en un rincón. Esa voz  exploraba mundos imaginarios, descubría músicas lejanas, notas que sonaban diferente. Una voz que me hacía crecer.

El programa se llamaba Experiencias e iba a de 22 a 2 por la FM de Continental.  Allí se podía escuchar una voz amiga y  música que no tenía aire en otros espacios.  Allí descubrí por primera vez los temas de The Wall, el disco de Pink Floyd que había prohibido la dictadura, o La vida secreta de las plantas, una obra maestra de Stevie Wonder. Cada media hora pasaban tres temas de “Música nacional contemporánea”, un género que antes de la Guerra de Malvinas casi no tenía espacio en las radios.  Por allí desfilaban desde Spinetta, Charly o León Gieco hasta Pastoral o Vivencia. 

Muchos de los que crecimos en la época de la dictadura intuíamos en los programas de Graciela Mancuso (Flecha Juventud, Experiencias, Sonrisas) un resquicio de libertad y creatividad. Una educación sentimental para adolescentes que nos congregábamos en un espacio imaginario guiados por la música. Un cuarto propio. La radio como refugio.

Esta mañana la muerte de Graciela Mancuso me devolvió los recuerdos olvidados y un sentimiento enorme de gratitud. La radio, ese lugar que con las vueltas de los años otra vez me ampara. Sin aquellas palabras y sin tanta música, no la habría descubierto. Gracias, Graciela.


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