Columna de Silvina Quintans para Radio Continental.
Este año se cumplen 20 desde que me recibí de periodista en
TEA y sigo pensando que la curiosidad es el motor del periodismo. Hay una frase
algo despectiva, pero que viene a cuento en este día: “el periodismo es un
océano de conocimientos con un centímetro de profundidad”. Los periodistas nos largamos a veces a
explorar como podemos ese océano interminable que puede estar muy lejos, o en
aquello que vemos todos los días. A veces nadamos en él, a veces nos hundimos,
a veces no llegamos a sumergirnos, pero hay tantos océanos que no alcanza la
vida para explorarlos.
Y mientras nado como puedo, me gusta volver una y otra vez
sobre un librito muy chico que tiene un nombre más que oportuno: “Los cínicos no sirven para este oficio”, del cronista
polaco Ryzsard Kapuscinski .
No puede ser
periodista el que cree en la objetividad de la información, cuando el único
informe posible siempre resulta personal y provisional. No puede ser periodista el que no es curioso ni lo suficientemente
optimista para pensar que los seres humanos son el centro de la historia.
Mucho del periodismo tiene que ver –o debería- con encontrar
la dimensión humana de las historias. Todos tenemos algo para contar, hay que
saber escuchar, mirar, ponerse en el lugar del otro. Y para eso el cinismo es
una mala herramienta
Este año por primera vez se le dio el Premio Nobel de
Literatura a una periodista que reivindica su oficio: la bielorrusa Svetlana
Alexievich. El premio terminó de zanjar un debate eterno que excluía al
periodismo de la literatura, como si se tratara de una hermana menor.
Svetlana cuenta historias pequeñas de personas que han
sufrido la guerra, la devastación de Chernobyl, la caída del comunismo. Mira la
guerra con microscopio, contando el alma humana, como lo hicieron los grandes
escritores rusos como Dostoievsky o Tolstoi. Solo que lo que cuenta Svetlana no
es ficción. Hizo un trabajo obsesivo y recopiló miles de voces que arman un
coro en sus libros, que cuentan el dolor y la experiencia humana.
En su libro La guerra no tiene rostro de mujer dice: “Sigo
las pistas de la existencia del alma, hago anotaciones del alma… El camino del
alma para mí es mucho más importante que el suceso como tal, eso no es tan
importante. El “cómo fue” no está en primer lugar, lo que me inquieta y me
espanta es otra cosa: ¿qué le ocurrió allí al ser humano?¿qué ha visto y qué ha
comprendido?”
Svetlana no escribe la Gran Historia sino la historia con
minúscula, la de los pequeños hombres y mujeres con sus testimonios en carne
viva.
En los diarios, en los portales, en las noticias, esas
pequeñas historias van tomando cuerpo. La gente se apropia de ellas. Porque son
importantes los números cuando hablamos de pobreza, pero duele cuando
escuchamos a un papá que no puede mandar a su hijo a la escuela porque no puede
pagar el boleto. Podemos hablar de violencia de género en números, pero al
escuchar las historias de las víctimas y el testimonio desgarrador de sus
familiares la noticia toma carnadura y otra dimensión.
Esa dimensión humana que excluye cualquier
cinismo. Un funcionario puede hablar de números, estadísticas o promesas, pero
allí están las historias reales para confirmar o desmentir. Las personas están detrás
de esos números, el periodista no debe olvidarse de ellas.
El periodismo sigue siendo un océano de centímetros de
profundidad, pero también una manera de tomarle el pulso al mundo.
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