sábado, 4 de junio de 2016

¿Por qué volver a marchar por #NiUnaMenos

Columna de Silvina Quintans para Radio Continental.


Los cambios culturales a veces son imperceptibles, pero avanzan de manera inexorable. En los últimos años reemplazamos la poco feliz expresión “crimen pasional” por femicidio, hablamos de “acoso callejero” en lugar de piropos, empezamos a entender que la víctima de abuso no es culpable por cómo estaba vestida, ni por salir de noche, ni por viajar sola. Ser machista pasó de ser un orgullo a ser un estigma poco deseable. Pero todavía quedan muchas asignaturas pendientes.

Esta mañana el conductor de un noticiero pontificaba por televisión que era injusto que sólo se hablara de violencia de género cuando se trata de una mujer o de una persona travesti o trans. “¿Qué pasa cuando el agredido es un hombre?¿No es también violencia de género?”, se preguntaba. El planteo se replica en un estudio hecho por la UNTREF: el 71% de los encuestados consideró que violencia de género es “el maltrato recibido tanto por mujeres como por hombres por igual”.

Por supuesto que cualquier manifestación de violencia hacia un hombre debe ser condenada, sea quien fuera el agresor o agresora, pero no se trata de violencia de género sino de violencia a secas. La violencia contra las mujeres se da en otro contexto, en una sociedad desigual que en la vida cotidiana considera que no tenemos los mismos derechos que los hombres. Esa cultura de la desigualdad la convierte en violencia de género. Porque esa mujer es considerada una posesión de su pareja, un objeto a ser tomado y desechado (lamentablemente muchas veces de manera literal), un cuerpo allí dispuesto para que se le diga cualquier cosa, se lo toque o agreda.

El día que esa desigualdad termine, el día que termine la brecha salarial entre mujeres y hombres, el día que tomemos las mismas responsabilidades en las tareas domésticas, el día que accedamos  a los mismos puestos de poder,  el día que se reparta el cuidado de los niños y personas mayores, el día que una mujer pueda salir a la calle vestida como se le ocurra sin temor a que le digan cualquier cosa, el día que vivamos en una sociedad de pares, entonces dejaremos de hablar de violencia de género para hablar de violencia a secas.

Hay algunas costumbres que distan de la violencia física, pero que forman parte de una cultura de la desigualdad que empieza desde los juegos infantiles donde las nenas deben ser bonitas, calladitas y sumisas,  y los varones fuertes, agresivos y poderosos. Hace poco una famosa tienda española tuvo que dar marcha atrás con unas remeras para bebés que decían: “Inteligente como papá” en celeste. Para ellas, en rosa,  la leyenda era: “Bonita como mamá”.

¿En cuántas casas de familia solo se levantan las mujeres a la hora de poner los platos o sacar la mesa?, ¿en cuántas reuniones las mujeres quedamos charlando en la cocina, y los hombres se sientan en el living?. ¿Cuántas veces se le dice a un nene que llora como una nena?, ¿cuántas veces se nos tilda de exageradas, locas, demasiado emocionales, o se minimizan nuestros puntos de vista?.
Pequeñas escenas de la vida cotidiana, muchas veces bienintencionadas, de las que poco a poco vamos tomando conciencia. Ir desarmando estas estructuras va a ser un trabajo largo, pero va a dar sus frutos:  la educación es fundamental para que nuestros hijos e hijas no reproduzcan modelos de desigualdad.

Por eso debemos marchar esta tarde junto los hombres, que fueron muchos en la marcha del 3 de junio de 2015 y hasta se animaron a armar su propia marcha desfilando con polleras contra la cultura patriarcal.

Desarmar prejuicios, reinventar modelos, erradicar viejas estructuras. Es mucho lo que queda por hacer, pero el primer paso es tomar conciencia. Por eso hoy salimos de nuevo a la calle. #NiUnaMenos.


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