Texto y anteojos destruídos: Silvina Quintans
Perdí los anteojos justo una semana antes de que comenzara la cuarentena.
Unos de marco colorado, preciosos, que me había mandado a hacer un par de meses, porque con los anteriores ya no veía nada. Trato de reconstruir los
últimos movimientos, de pensar dónde habrán huido y recuerdo que la última vez que
los vi fue hace un mes en una visita a mi mamá que estaba internada en un
hospital de la colectividad italiana. Se quisieron quedar allí, abandonaron su
cajita de plástico rojo y se fueron para nunca más volver. Tal vez me estén escuchando y decidan regresar
a casa, los recibiré con los brazos abiertos.
Las personas de cierta edad necesitamos lentes distintos
para mirar de cerca y de lejos. Los que perdí eran los indispensables: los que
sirven para leer, estudiar, trabajar. Volvieron entonces a mi vida los anteojos
que había descartado por deformes, rayados y viejos. Y así ando a tientas hasta
que las ópticas salgan de la cuarentena.
Pienso en las personas que tienen problemas graves de la
visión, que pierden autonomía sin los anteojos y no pueden manejarse solas. En el país hay 4500 ópticas que están pidiendo a las
autoridades que evalúen su actividad como esencial para aquellas personas que pierden o rompen sus anteojos. Están evaluando un
protocolo con condiciones de higiene para retomar sus actividades.
Hay un cuento de Edgar Allan Poe llamado Los anteojos. En él
un joven vanidoso termina casándose con
su tatarabuela por resistirse a calzarse los lentes. “En la velada musical, mi
necia obstinación en no usar lentes fue lo que me impidió descubrir su edad”,
se queja el protagonista. Finalmente todo había sido un engaño, el casamiento
ficticio, pero el joven aprendió su lección y acepta resignado: “se terminaron
para mí las cartas de amor, y jamás volverá alguien a verme sin mis anteojos”
Espero no cometer un error tan grueso como el del
protagonista del cuento. Mientras tanto, me ilusiono con que mis divinos
anteojos de marco colorado decidan dejar la caja de objetos perdidos en la que
seguramente estarán refugiados, o que el gobierno se apiade de quienes andamos
a tientas y se decida a habilitarnos las ópticas.
Nota: Un día después de leída la nota un decreto habilitó las opticas como servicio esencial. No pude recuperar aún mis anteojos, pero tengo la esperanza de encontrar un par nuevo tan precioso como los de marco colorado.
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