Al lado de mi casa hay una rotisería que desde hace muchos
años trabaja muy bien. Sus platos tienen el sabor de la comida casera y muchas
de las personas del barrio que viven solas o no saben cocinar suelen comprarle
todas las noches. Hace un par de días, el dueño se quejaba porque con esto de
la cuarentena a todo el mundo se le dio por cocinar: “Aunque parezca mentira, entre
mis clientes del barrio estoy vendiendo menos”.
Los días de cuarentena son propicios para probar con la
cocina. Somos muchos los novatos que de pronto nos sorprendemos mirando el
Gourmet, cazando recetas en Instagram, buscando ingredientes y utensilios que
jamás habíamos escuchado nombrar. Allí
estamos, intentando que fluya una nueva habilidad que hasta ahora se nos había
negado.
Privados de nuevos horizontes, empezamos a explorar la
alquimia de la cocina y nos maravillamos frente a la capacidad de la materia
para convertirse en otra cosa. Un grano de trigo en un pedazo de pan, un atado
de espinaca en una tarta colorida, una papa en un plato de ñoquis. Aunque no
siempre el resultado es ideal: también surgen fideos pegoteados, milanesas
crudas, budines aplastados, y ni hablar
de hacer un caramelo para el flan, que en casa costó un bowl de cerámica y una
cuchara que quedó incrustada en el mazacote de azúcar quemada.
En estos días releí el cuento El budín esponjoso, de la
escritora argentina Hebe Uhart, en el que una nena se ilusiona con cocinar un
budín de esos que brillan en las cajas de los productos. El cuento es breve, está situado en tiempos de la cocina económica,
que funcionaba a leña. Para evitar el incordio
de poner en marcha semejante artefacto, la madre lleva a su hija al galpón,
enciende un calentador, y le pide que vierta la preparación en una olla. Le
encomienda muy especialmente que no abra la tapa del recipiente hasta que ella
vuelva. La nena no puede con su curiosidad y la levanta con un palo. La torta
queda convertida en una masa apelmazada y poco elegante, que lleva a la
protagonista a una reflexión contundente:
- Yo pensé que para los grandes la confección
de soretes era una cosa lógica e inevitable
El final del cuento es trágico:
-Yo no lo comí ni nadie lo comió.
Usted tampoco hubiera podido comer eso.
Tal vez le sirva de consuelo a la nena, muchos adultos seguimos
condenados a esa lógica inevitable
Audio radial con Roberto Moldavsky: https://ar.radiocut.fm/audiocut/columna-silvina-quintans-budin-esponjoso/
Audio radial con Roberto Moldavsky: https://ar.radiocut.fm/audiocut/columna-silvina-quintans-budin-esponjoso/
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.