lunes, 27 de abril de 2020

Contracronicas de cuarentena - El budín esponjoso

Texto y budín de zanahoria: Silvina Quintans



Al lado de mi casa hay una rotisería que desde hace muchos años trabaja muy bien. Sus platos tienen el sabor de la comida casera y muchas de las personas del barrio que viven solas o no saben cocinar suelen comprarle todas las noches. Hace un par de días, el dueño se quejaba porque con esto de la cuarentena a todo el mundo se le dio por cocinar: “Aunque parezca mentira, entre mis clientes del barrio estoy vendiendo menos”.

Los días de cuarentena son propicios para probar con la cocina. Somos muchos los novatos que de pronto nos sorprendemos mirando el Gourmet, cazando recetas en Instagram, buscando ingredientes y utensilios que jamás habíamos escuchado nombrar.  Allí estamos, intentando que fluya una nueva habilidad que hasta ahora se nos había negado.

Privados de nuevos horizontes, empezamos a explorar la alquimia de la cocina y nos maravillamos frente a la capacidad de la materia para convertirse en otra cosa. Un grano de trigo en un pedazo de pan, un atado de espinaca en una tarta colorida, una papa en un plato de ñoquis. Aunque no siempre el resultado es ideal: también surgen fideos pegoteados, milanesas crudas, budines aplastados,  y ni hablar de hacer un caramelo para el flan, que en casa costó un bowl de cerámica y una cuchara que quedó incrustada en el mazacote de azúcar quemada.

En estos días releí el cuento El budín esponjoso, de la escritora argentina Hebe Uhart, en el que una nena se ilusiona con cocinar un budín de esos que brillan en las cajas de los productos. El cuento es breve,  está situado en tiempos de la cocina económica, que funcionaba a leña.  Para evitar el incordio de poner en marcha semejante artefacto, la madre lleva a su hija al galpón, enciende un calentador, y le pide que vierta la preparación en una olla. Le encomienda muy especialmente que no abra la tapa del recipiente hasta que ella vuelva. La nena no puede con su curiosidad y la levanta con un palo. La torta queda convertida en una masa apelmazada y poco elegante, que lleva a la protagonista a una reflexión contundente:


  - Yo pensé que para los grandes la confección de soretes era una cosa lógica e inevitable

El final del cuento es trágico:  

-Yo no lo comí ni nadie lo comió. Usted tampoco hubiera podido comer eso.

Tal vez le sirva de consuelo a la nena, muchos adultos seguimos condenados a esa lógica inevitable

Audio radial con Roberto Moldavsky: https://ar.radiocut.fm/audiocut/columna-silvina-quintans-budin-esponjoso/

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