lunes, 27 de abril de 2020

Contracrónicas de cuarentena - Barbijos y máscaras venecianas

Texto y fotos: Silvina Quintans



Las estatuas de Buenos Aires amanecieron este lunes con las bocas tapadas. No fue un acto de vandalismo sino una acción deliberada del gobierno de la ciudad,  ansioso por predicar con el ejemplo,  mientras anunciaba que a partir del miércoles habrá que salir con barbijos o “tapabocas” so pena de cuantiosas multas.  Los barbijos tienen que ser caseros, así que olvidemos el gesto mezquino de ir a saquear el stock de las farmacias, porque los profesionales están reservados al personal de salud.

Entonces resulta que de un día para otro, nosotras, las que huíamos en la hora de actividades prácticas, las  que implorábamos el socorro de nuestras abuelas a la hora de coser un botón, nos topamos frente a frente con complejos instructivos que en muchos casos exigen ese aparato en vías de extinción llamado máquina de coser. Y allí estamos, hurgando en los placares entre sábanas y remeras viejas, tratando de ensartarnos una gomita en la oreja y pelándonos las pestañas buscando un tutorial que nos exima –Dios nos libre- de la dichosa máquina de coser.

Las redes se poblaron de gente que saca provecho de servilletas de papel, rollos de cocina, filtros de café, bolsas de aspiradora, bufandas y hasta corpiños viejos. Y están los que fabrican escafandras con botellas o radiografías viejas, y los que arrancan los elásticos de los joggings en desuso. Tanta creatividad al servicio de esa nueva palabrita que pasó a formar parte de nuestras vidas: el mal llamado “tapabocas”, ya que, como bien me aclararon los oyentes, debería tapar nariz, boca y barbilla.

La idea de detener la enfermedad con una barrera física no es nueva. Desde la  peste bubónica que en el siglo XIV se llevó las vidas de un tercio de la población de Europa - unos 25 millones de personas-,  se idearon formas más o menos ingeniosas para evitar el contacto.

Una de las máscaras venecianas más famosas es la del Médico de la Peste, rescatada luego por la comedia del arte, actualmente en venta como adorno de carnaval. Se trataba de médicos ad hoc –muchas veces eran ciudadanos sin estudios reconvertidos en médicos- que iban con una vestimenta especial a atender a los enfermos de peste. Lucían sombrero de ala ancha, capa de cuero encerada, botas y una máscara que cubría los ojos, la nariz y la boca con una larguísima nariz en forma de pico. En esa nariz se ponía paja para filtrar los microorganismos y hierbas aromáticas que aventaban enfermedades y  malos olores. La nariz también servía para no acercarse demasiado al paciente;  llevaban además un bastón para castigar al enfermo y para mantener lejos a los curiosos.

Quinientos años después , aún pensamos en máscaras como barreras para protegernos del mundo. El escudo de una tela como respuesta a la fragilidad. 


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