viernes, 4 de junio de 2010

El textito del fin de semana ... Pasolini en la India



Texto: Pier Paolo Pasolini

"A lo lejos brillan unos fuegos, sobre otra dársena similar a la que acabamos de dejar, a la que ahora llegamos, costeando un trozo de orilla negra y escarpada repleta de embarcaciones.
Llegamos junto a unos fuegos. Son las piras de los muertos. Hay tres, dos en lo alto, como en la cima de una escalinata, y una más abajo, a pocos metros de la superficie del agua (...)
Vemos, alrededor de las piras, muchos indios acurrucados, con sus habituales harapos. Ninguno llora, ninguno está triste, ninguno se ocupa de atizar el fuego: todos parecen aguardar tran sólo que la hoguera se apague, sin impaciencia, sin el menor sentimiento de dolor, pena o curiosidad. Caminamos entre ellos, que siempre tan tranquilos, amables e indiferentes, nos dejan pasar, hasta llegar junto al fuego. No se distingue nada, solo leña ordenada y bien atada, en cuyo centro está aprisionado el muerto: pero todo está ardiendo y los miembros no se distinguen de los pequeños troncos. No hay ningún olor, salvo el delicado olor del fuego.
Dado que el aire está frío, instintivamente Moravia y yo nos acercamos a las hogueras, y, al acercarnos, pronto nos damos cuenta de que experimentamos la placentera sensación de estar junto al fuego, en invierno, con los miembros ateridos, gozando de estar allí, junto a un grupo de amigos ocasionales, sobre cuyos rostros, sobre cuyos harapos, la llama colorea plácidamente su laborioso agonizar.
Así, reconfortados en la tibieza, observamos más de cerca a esos pobres muertos que arden sin molestar a nadie. Nunca, en ningún sitio, en ninguna hora, en ningún acto, hemos experimentado un sentimiento tan profundo de comunión, de tranquilidad y casi de júbilo a lo largo de toda nuestra estadía en la India."

Pier Paolo Pasolini, El olor de la India, Ed. Península.

La experiencia de visitar Benarés -o Varanasi-, la ciudad sagrada de los indios, deja una marca inevitable. La muerte iguala y uno siente que las distancias se achican con aquellos a quienes sentimos tan lejos de nuestro mundo. Y allí están los mendigos que vienen a morir junto al Ganges, los leprosos que se bañan, los parias que lavan la ropa, los sabios que meditan en las orillas, o los familiares que se agrupan alrededor de la pira. Morir en Benarés es romper la cadena de las reencarnaciones, llegar al Nirvana, el estado supremo del alma. Por eso nadie llora, por eso Pier y su amigo Moravia sienten ese estado de comunión y tranquilidad.
La experiencia de los ghats crematorios de Benarés no puede compararse con nada que uno haya visto en ninguna otra parte. Si la India es un golpe a los sentidos, Benarés es un verdadero cross a la mandíbula. No existe viaje más real y más fantástico a la vez.
Mi experiencia fue muy distinta a la de Pasolini. Lejos de encontrar un clima de sosiego, los sentimientos de culpa y profanación -algo que uno intuye como inevitable condición del viajero- me siguieron durante todo el trayecto. Todo viajero es un profanador, sobre todo el que se acerca a una ceremonia tan íntima como la de la muerte. De esta experiencia hablará mi próximo post.

2 comentarios:

  1. Arquitecto sin destino5 de junio de 2010, 6:23

    La India..que lugar, entre la exaltacion del alma y el rechazo x la muerte palpable por la miseria..no se, me causa una sensacion ambivalente..
    Bien Silvina.

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  2. El viajero, un profanador. A veces, en algunos contados momentos se puede atravesar el vidrio y confundirse con lo observado.Esos son los momentos más profundos tal vez, del viajero.

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