miércoles, 1 de julio de 2020

Diccionario de la cuarentena - Distanciamiento social

Texto: Silvina Quintans


Hoy incorporamos al Diccionario de la cuarentena la expresión “distanciamiento social. ¿Cuántas veces la habíamos utilizado antes?

Cuando éramos chicos en la fila de la escuela nos obligaban a tomar distancia para ingresar al aula. Era una vieja costumbre con resabios militares que el tiempo –afortunadamente- erradicó. La pandemia instaló en muchos de nosotros un déjà vu que nos hace tomar distancia cada vez que alguien se acerca.

Hace unos días encontré una foto de una escuela china que al abrir sus puertas obligó a los alumnos a portar "sombreros de distanciamiento social", dispositivos rodeados de varillas de un metro que impiden el acercamiento entre los compañeros de clase. Algo parecido se le ocurrió a un zapatero italiano, que antes de  que su negocio terminara de hundirse, inventó un calzado con una punta tan larga que impide cualquier tipo de aproximación.

El distanciamiento social es uno de los desafíos más complicados de esta pandemia: al principio consistía en reemplazar los besos por los codazos, pero ahora cualquier contacto físico es pecado. Miramos al otro con sospecha y contenemos la respiración cuando alguien pasa cerca.

Para los que solemos esquivar el contacto físico, aquello que al principio parecía un alivio, ahora se convirtió en obsesión. No sólo huímos del acercamiento, tampoco queremos tocar aquello que otros tocan. En mi caso, llevo una birome en la cartera por si debo firmar algo para no tomar prestada una ajena; toco manijas, teclados y puertas con un pañuelo descartable; desinfecto llaves, documentos y tarjetas de crédito, prodigo sin culpa gestos de total descortesía. Sin ir más lejos, ayer presté mi teléfono celular al farmacéutico para que leyera una receta electrónica. Cuando me lo devolvió, lo agarré con un trapo embebido en alcohol, lo envolví,  y lo tiré en una bolsita como si fuera material radioactivo. No pude distinguir si la expresión del hombre era de enojo o desconcierto.

Hace unos días,  la antropóloga Rita Segato lanzó esta frase en una entrevista: “Es un gran equívoco pensar que la distancia física no es una distancia social.  Algo interesantísimo que está ocurriendo con la cuarentena es que comenzamos a sentir la necesidad de la materialidad del cuerpo del otro, hay muchísima gente para quienes la comunicación no verbal es esencial.”

Si el infierno es el otro, la distancia social podría ser una versión del paraíso, pero temo que, como dice Rita Segato, este distanciamiento nos convierta en personas más solas y con menos recursos para comunicarnos. Hasta los más ariscos extrañamos los abrazos y las sonrisas que se esconden detrás de los barbijos. Esperamos el día en el que los zapatos vuelvan a amoldarse al tamaño de los pies, y que los niños dejen de usar sombreros con varillas para ir a la escuela.

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